Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La intacta naturaleza de nuestra lucha

Autor:

Alina Perera Robbio

Por una entrega en la cual no se escatimó esfuerzo alguno —en la que cuando hizo falta echarlo todo al fuego en nombre de la libertad se hizo—, por creación incesante, incluso por lo insondable y misterioso de la poesía, ha estado nutrido el hilo que une nuestros primeros arrestos por la emancipación y estas horas que marcan la Cuba actual.

Intacto perdura el espíritu de la gesta libertaria de 1868, los ánimos que le precedieron, y todo lo que Cuba vivió después, pasando por momentos cardinales como la Asamblea Constituyente de Guáimaro, cita histórica, fundacional, cuyos ecos llegan a este abril en que vemos nacer una Constitución a tenor con estos tiempos, y en cuyo corazón habita el impulso que también dio vida a nuestra primera carta magna hecha sobre territorio liberado.

En darlo todo, en el afán de igualar a los hombres, en ser justos, están las claves de la continuidad. «El espíritu del 68 —define el maestro Cintio Vitier en su imprescindible libro Ese sol del mundo moral— está patente en el gesto auroral de Céspedes al dar la libertad a sus esclavos y ofrecerla después a todos los que se incorporasen al Ejército Libertador, en el decreto de la Asamblea de Representantes del Centro declarando terminantemente abolida la esclavitud (26 de febrero de 1869) y en la Constitución de Guáimaro, redactada por Agramonte y Zambrana (abril de 1869) al establecer en su artículo 24 que “todos los habitantes de la República son enteramente libres”».

Céspedes, como enfatiza Cintio, había declarado en octubre de 1871, mientras ordenaba a Máximo Gómez la destrucción de los cafetales de Guantánamo: «No podemos vacilar entre nuestra riqueza y nuestra libertad». El estudioso martiano asevera que ese es el «planteamiento radical de la Revolución cubana», consagrado con el imponente incendio de Bayamo por los propios mambises el 12 de enero de 1869; y afirma que las palabras del patricio bayamés trascienden todo término clasista o racista para proyectarse en términos de nación.

Al resumir la impronta del 68, Cintio acude a José Martí y a su estremecida evocación de la Asamblea de Guáimaro (texto titulado El 10 de abril): «¡Y esto fue lo singular y sublime de la guerra en Cuba: que los ricos, que en todas partes se le oponen, en Cuba la hicieron!».

En su artículo Demajagua y los más puros misterios del alma cubana (publicado en el periódico Granma el 9 de octubre de 2018), el historiador cubano Eduardo Torres-Cuevas, al referirse al momento del estallido del 68, expresa que «el sello más ominoso de la desigualdad social, en el caso específico de Cuba, era la esclavitud, lo que le confiere características diferentes de los proyectos emancipadores europeos, que no contenían este componente social.

«Muchos de los iniciadores del movimiento independentista hicieron este juramento del Gran Oriente de Cuba y Las Antillas, entre ellos Carlos Manuel de Céspedes, Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera, Ignacio Agramonte y Salvador Cisneros Betancourt: “Juro por mi honor guardar inviolable mis obligaciones, sostener el principio de la igualdad social y hacer cuanto pueda en lo humano para la rehabilitación de las clases proletarias y la abolición de todo fuero, privilegios y división fundada en la nobleza de la cuna, el oficio y la riqueza”. Este principio conformó uno de los artículos de la Constitución de Guáimaro».

El historiador subraya que el fondo común de los «Hombres del 68», como los llamó Máximo Gómez, significaba una nueva visión en la cual la figura del ciudadano de la República —contrapuesto al súbdito del rey—, anheladamente culto, con deberes y derechos ante la República, conformaba, en su conciencia, el verdadero sentido de la libertad, la cual exige el cumplimiento de las obligaciones con el conjunto de la sociedad y, a la vez, el disfrute de la libertad, como base inalienable del humanismo que orienta el conjunto de acciones del hombre.

Y agrega Torres-Cuevas: «La idea patriótica fue sembrada por pensadores y poetas. Félix Varela y Morales y José de la Luz y Caballero, entre los primeros; José María Heredia y el Cucalambé, entre los segundos. Ella tenía, como contenido y continente, ese universo libertario, en lo individual y colectivo, fundamentado en un ideal de mejoramiento humano y social. Tenía, como compañero inseparable, el “conócete a ti mismo” del cubano. La Revolución de los Poetas cultivó durante décadas el sentimiento y el amor por los valores propios. La Revolución de las Ideas produjo el proyecto revolucionario que fragua en el 68».

El profesor, luego de enumerar en su artículo sobrecogedores ejemplos de cómo los cubanos y las cubanas amantes de la Patria renunciaron a todo confort en aras de la libertad, nos convida a que entremos en profundidad, mediante el estudio y el detenimiento, «en “los más puros misterios del alma” cubana, según el deseo de José Martí. Demajagua, la chispa; Cuba entera, la hoguera de luz y calor en la que se fraguó la nación. Quizá, por esos andares, descubramos la génesis de lo mejor de nosotros».

Sobre un principio insoslayable, el de la imprescindible unidad para la existencia de la Revolución, ha disertado en más de una ocasión el historiador Eusebio Leal Spengler: Desde Guáimaro «reunión trascendente que marcó la utopía democrática del pueblo cubano», y aun antes de Guáimaro, antes del levantamiento y hasta hoy, la unidad ha sido, y es, lo más importante para la Patria.

Se trata, como él ha definido, de la unidad de pensamiento, a partir de que esta se forja en la diversidad y no ignora la singularidad. Lo otro que confiere vida real a esa unidad es el afán de justicia, impulso que dio inicio al primer estallido de emancipación y que todavía hoy, de modo especial, nos desafía como propósito de continuidad.

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