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María del Carmen Barcia: Una historia con tres amores

A su familia, la historia y la docencia ha dedicado la vida; es por eso que uno de los temas centrales en sus investigaciones es la historia de familias

Autor:

Mercedes García Rodríguez

CARMITA, como afectuosamente la llama todo el gremio de historiadores, ha declarado muchas veces poseer tres amores en su vida: su familia, la historia y la docencia. De ellos ha privilegiado siempre el primero, al que nunca ha renunciado pese a todas las actividades, responsabilidades y compromisos académicos que han ocupado gran parte de su vida. El hogar ha sido su refugio para compartir sentimientos íntimos con sus hijas y nietos, a los que considera personas esenciales, como lo fue años atrás Félix, su esposo, al que la muerte le arrebató aún joven. Quizá sea esa la primera razón que de forma sutil e imperceptible haya encaminado a nuestra entrevistada por los senderos de la historia de familias, en la actualidad su tema central de investigaciones.

—¿Por qué se decidió por el campo de la historia?

—Nunca me disgustó la historia, pero nunca me propuse formalmente ser profesora de esa materia. Las coyunturas definen, en ocasiones, una línea de vida, y en mi caso me inicié en ese campo a partir del Plan Fidel, para el cual fuimos convocados estudiantes universitarios de diversas carreras. Los de letras debíamos impartir docencia de Gramática o de Ciencias Sociales y yo me decidí por el segundo grupo.

—Los historiadores siempre hemos afirmado que el trabajo de investigación histórica es enriquecedor de la docencia. ¿Cómo ambas funciones se han complementado en su carrera?

—Yo no concibo la investigación sin la docencia. Cuando enseñas a nivel universitario, proyectas tus ideas, tus hallazgos y los confrontas. La visión del otro siempre te enriquece. La vinculación al aula te obliga a una permanente actualización teórica y metodológica, a estar al día en las discusiones internacionales y, lo que es más importante, a mantener una mente joven y fresca. Siempre repito que la edad, más que cronológica, es una actitud mental ante la vida.

«Mis temas de investigación no han estado influidos por la docencia. Creo que de una forma u otra he seguido un hilo conductor que ha tenido que ver con mi formación y mis intereses personales. Llegué a los estudios de la esclavitud moderna por mi formación teórica en la esclavitud clásica. Llegué al estudio de las capas populares a partir del estudio de las élites. Me introduje en la historia social porque considero que solo si se profundiza en sus temas se pueden encontrar explicaciones para una historia política más cabal».

—¿Cuál es el misterio de su elevada productividad científica? ¿Cuáles publicaciones suyas se presentarán en la  Feria del Libro, dedicada a usted en representación de los científicos sociales cubanos?

—Siempre he trabajado mucho, tengo un gran poder de concentración y, como disfruto lo que hago, llego a perder la noción del tiempo y a veces del espacio, hasta llegar a insertarme en el mundo que investigo. Las labores hogareñas, por llamar de alguna forma a esa doble jornada laboral que asumimos las mujeres, forman parte de márgenes residuales. No me molesta hacer trabajo académico de ningún tipo y siempre que puedo proyectarlo hacia los jóvenes lo disfruto.

«Para la Feria se reeditan dos libros agotados: Una sociedad en crisis: La Habana a finales del siglo XIX, un título pequeño, al que me siento vinculada por razones personales. El otro, Capas populares en Cuba 1878-1930, fue editado por la Fuente Viva, de la Fundación Fernando Ortiz y ahora saldrá en una edición conjunta con Ciencias Sociales. Se publicará una versión actualizada de La otra familia: parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba, que fue premio Casa de las Américas y ahora aparecerá con el sello de la Editorial Oriente. También estará a disposición de los lectores Los ilustres apellidos: negros en La Habana colonial, que fue Premio de la Crítica este año. Saldrá por la Editorial Boloña y Ciencias Sociales, conjuntamente. Finalmente está el libro que se le edita a los premios nacionales, en mi caso de Ciencias Sociales. Quise dedicarlo a recopilar artículos dispersos, y se titula Mujeres al borde de la Historia, y será publicado por Ciencias Sociales».

—Partiendo de su experiencia anterior en los diseños de planes de estudio, ¿cómo evaluaría el panorama universitario actual, especialmente en la carrera de Historia? ¿Tiene algunos consejos para contribuir a la formación del historiador en la actualidad?

—La formación actual de los historiadores debe ser repensada. Años atrás el nivel de ingreso era otro y teníamos dos años de especialización. De hecho, cuando se graduaban como licenciados, tenían el nivel que en la actualidad tiene un máster. Después se eliminó la especialización, al considerar que los graduados debían tener un nivel general de formación. Creo que la enseñanza universitaria tiene que pensarse como sistema, que las maestrías deben suceder de inmediato a las licenciaturas, y ser continuadas seguidamente en los doctorados curriculares, lo cual implica un rejuvenecimiento de los profesionales que deben acceder al posgrado.

«Habría que pensar en una carrera de Ciencias Sociales que tuviera años básicos para la formación de sociólogos, antropólogos, arqueólogos, historiadores, y que a partir de un año, que pudiera ser el tercero, se continuaran estas especializaciones, que cada vez se enlazan más.

«Un historiador actual tiene que tener una sólida formación en diversas ramas de las ciencias sociales».

—¿Cuáles historiadores son sus paradigmas? ¿Dentro de qué tendencia historiográfica se inscribe su obra?

—No me gustan los paradigmas; prefiero referir lo que he aprendido de los que me antecedieron. Sergio Benvenuto me inclinó al aprendizaje teórico y metodológico. Los temas, las investigaciones y los resultados de Juan Pérez de la Riva me atraparon tempranamente. De Fernando Ortiz aprecié la necesidad de la interrelación y de la cultura. De Manuel Moreno Fraginals, la capacidad de problematizar y exponer sus ideas. De Hortensia Pichardo, la tenacidad y el detalle. De Fernando Portuondo, la escritura inteligente, clara y sencilla. De Julio le Riverend, la racionalidad. De Jorge Ibarra, sus entrelazamientos teóricos y su discursividad en temas diversos.

«En Cuba no tuvimos “escuelas históricas” que hayan relacionado a profesores y alumnos en una comunidad de trabajo. Tal vez estemos avanzando en esta dirección y en el futuro, algunos jóvenes historiadores se sientan directamente vinculados a sus predecesores».

—¿Piensa continuar trabajando o está valorando jubilarse? ¿Qué problemas historiográficos considera que deben tener un tratamiento urgente y sistemático por parte de los historiadores? ¿Cómo evaluaría a la historiografía cubana de los últimos 20 años? ¿Qué le augura a la ciencia histórica cubana del futuro?

—«Jubilarse» viene de «jubileo» y no hay mayor júbilo, para quien ama su profesión, que continuarla. Tampoco me gusta el término «retiro», porque implica separación y alejamiento. A veces la coyuntura influye en las decisiones, pero por el momento mantendré mi estatus laboral.

«Asuntos que requieren un serio tratamiento historiográfico, que implica ciencia en serio, hay muchos, más de los que pueden ser abarcados. Me preocupa que pocos jóvenes se proyecten hacia la historia económica, campo imprescindible, inclusive para los que nos denominamos historiadores sociales. También me inquieta la parcelación excesiva, porque los estudios puntuales debieran incluirse en líneas que explicaran las rupturas y las continuidades a través de la historia. La historia del presente reclamaría cierta dedicación y también un respaldo para el uso de las fuentes y la discursividad de los resultados, lo cual no implica que se dejen de investigar otras etapas, que reclaman atención, como ocurre con los siglos XVII y XVIII.

«Considero que nuestra historiografía goza de muy buena salud. En los últimos 20 años, a pesar de las dificultades, se han publicado excelentes libros, y lo que es mejor aún, con un reemplazo generacional que destaca por su calidad. Lamento, sin embargo, que sea poco conocida a nivel internacional. Para su mayor divulgación pudieran hacerse esfuerzos en el canje de libros, que beneficiarían a todas las partes involucradas.

«Con respecto al futuro de la historia, y muy a pesar de los posmodernistas, desde Francis Fukuyama hasta Keith Jenkins, que decidieron que había terminado, vemos, sin sorpresa, que goza de excelente salud y que seguirá tratando de reconstruir el pasado, para explicar el presente y alertar, ya que no proyectar, cuestión que sería sumamente atrevida, el futuro».

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