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Poesía de... Larry J. González

Autor:

Juventud Rebelde

Larry J. González (Los Palos, 1976). Graduado de Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Miembro de la Uneac. Ha obtenido entre otros reconocimientos, mención en el Premio Nacional de Crítica de Artes Visuales Guy Pérez Cisneros, 2007; beca de Creación Prometeo, La Gaceta de Cuba, 2010; mención del Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, 2011, así como el premio David 2011 por su libro La novela inconclusa de Bob Kippenberger. Su libro Osos obtuvo el premio Julián del Casal 2012.

 

No voy a dormir donde se fermentan los tubérculos.

Epilepsia de lóbulos temporales —concluye mi neurólogo.

Epilepsia parcial criptogénica de lóbulos temporales

—amplía mi neurólogo.

 

Si no hubiera escuchado el diagnóstico amplio:

Desnuco los tubérculos. Exhibo un placer muy grande en el “ay” de cada tubérculo hecho cisco. Ser rusa. Morder los tubérculos agrios y compartir mis lecturas de Vogue con algunos pacientes.  Todo el mundo habla de la paciente rusa. Ser la camaradería a flor de piel.

One Love

El audífono izquierdo para “One Love” (David Guetta featuring Estelle).

Camioneta de pasajeros: —Sí, duran aún los tubérculos en cada faja del viaje.

Manoseé la sangre ciega enterrada en los bulbos.

En una camioneta de pasajeros, con toldos que el tipo baja a la primera llovizna, juego con el esparadrapo alrededor del tubo de pastillas —mitades de pastillas ordenadas milimétricamente.

Los toldos por donde se cuelan las primeras gotas.

Seis años, debajo de un perro aguacero, una socia de mis padres me recoge de la primaria en un moskovich y me afloja en el portal de la casa.

Sobre el lecho de mis padres oí pasar un ciclón.

Las sábanas cundidas de bayas y termitas.

Chorreando miel la cabeza de mi padre.

Oliendo la carne de foca.

El salmón rojo.

A las tantas de la noche se dilata mi orine en la sangre que evacuó La Inútil Perra.

La mezcolanza parece un caldo tinto con espesas vetas de margarina.

El bombillo encima del sano juicio. Un pedazo de sano juicio se refleja en la losa del inodoro.

Al marco dorado del espejo le dibujé una  guirnalda con la cuchilla de afeitar —me apoyé en el inodoro.

Acerco la cara hasta el espejo. El tic de las arrugas enquista la boca dentro de un paréntesis. Se extiende el tic más hacia un lado. Por poco roza el mentón.

Justo ayer manoseaba la piel del mentón que aterra.

 

Treinta y cinco años.

Abro los ojos entre las 12:00 y la 1:00 de la tarde.

Hoy estoy escribiendo en la segunda planta. Se ven las porquerizas, buena cantidad de azoteas funestas.

Recién miraba por encima de las azoteas.

(buganvilia)

 

Abro los ojos.

Subo a la segunda planta.

Escribo y veo el bosque.

(secuoyas)

 

Teléfono: —Recién miraba los troncos gigantes de las secuoyas.

Le hablé a La Inútil Perra sobre el “ay” del atomizador cuando riega las escaras.

La cenefa de la escara me quedó esplendente y seca.

Agregué pústulas en vez de costras.

Estábamos habituados a la palabra costras. Aunque el hervor de la palabra pústulas realza el tufo.

Lagrimeo de los perniles:

Armando,

Bienvenido,

Luis.

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