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Maylén Domínguez y su narrativa infantojuvenil

El volumen de cuentos infantojuveniles Evangelista y los recuerdos, de Maylén Domínguez, fue galardonado con el Premio Calendario en el 2000 y con el prestigioso premio La Rosa Blanca

Autor:

Jorge Ángel Hernández

Maylén Domínguez Mondeja reunió sus primeros cuentos infantojuveniles en Evangelista y los recuerdos (Casa Editora Abril, 2001), galardonado con el Premio Calendario en el 2000 y, luego, con el prestigioso premio La Rosa Blanca. Se compone de siete fábulas de simpáticas anécdotas y de un lirismo que imbrica el giro poético con el tono coloquial de descripción de acciones.

En sus historias, lo poético irrumpe como figuración del futuro posible, de la supeditación de aquello que la realidad impone a modo de inconsecuencia, limitación e, incluso, frustración y absurdo. Sus personajes parecen inconstantes porque la realidad choca con sus sueños y no porque se preocupen demasiado por establecer preceptos de cambio o de cuestionamiento. Pero al actuar fuera de las más lógicas normas del comportamiento, esas personas irradian simpatía.

Cuando la hipérbole —recurso antonomásico del realismo mágico— atraviesa la poética de Domínguez Mondeja, se transforma en una especie de mundo al que arribar, en un sueño hacia el cual necesariamente se transita. Y aquí radica uno de los elementos distintivos de sus normas de estilo: el modo de asumir la contaminación utópica.

La utopía es en esencia un no-lugar, o un lugar camuflado por los pliegues de la geografía cuya armonía de relaciones sociales produce una realidad distinta: por antonomasia mejor, casi perfecta. Como ese sitio se encuentra en una alteridad geográfica aún por descubrir, sus representaciones se nutren de proyecciones ideales entresacadas de aquello a lo que el ser humano aspira.  O sea, lo utópico remite a la conducta humana antes que a cualquier otro factor natural de riqueza y bonanza, del mismo modo en que lo ético afinca sus argumentos legitimadores en el sentido inmaterial antes que en el objeto de pura utilidad inmediata. La dedicatoria de su libro A San Francisco no llegan los aviones (2006) confirma este precepto: «A los que en medio de la tempestad buscaron un lugar para seguir soñando». Ese lugar en el que el sueño continúa, se ubica en una geografía poética, en ese territorio que la imaginación reconstituye a imagen y semejanza de la necesidad individual, existente, pero impreciso en el ámbito de lo geográfico.

Sin embargo, y al arrastrar tales elementos —convencionales en la tradición del relato—, la autora subvierte los códigos de idealidad, pues interroga, sobre todo a través de la ironía, a aquellos tópicos que la moralidad y la conducta mantienen en el ámbito de sus modelos ponderables. Resuelve así la deuda con el relato fantástico convencional, que viaja de una maravilla a otra gracias al obstáculo de un nudo anecdótico, y subvierte la más evidente deuda contraída con el realismo mágico, al contaminar con la ironía la aventura descrita.

A San Francisco no llegan los aviones y Evangelista y los recuerdos van a conformar una mitología, al modo del realismo mágico. Los personajes se entrecruzan y, sobre todo, comparten la estrechez y el aislamiento civilizatorio del sitio en que transcurre su existencia. Pero el segundo cuaderno de relatos se adentra mucho más en formas de ruptura estructural propias del posmodernismo: la historia se compone de fragmentos, antes que de sucesos que avanzan de una situación a otra, gracias a un nudo de conflicto; hay pastiches literarios e intertextos asumidos como de propia elaboración (en general atribuidos a los personajes) y el peso principal de lo narrado no descansa en un cierre conclusivo de la anécdota, sino en lo insólito de peripecias que se yuxtaponen y se difuminan. Si tenemos en cuenta que el referente cultural, y de conocimiento, del destinatario de la obra se halla aún en desarrollo y, forzosamente, no le es posible captar esa acumulación de guiños, vemos hasta qué punto Maylén se apropia de esos recursos explícitos de la posmodernidad y, acaso, se burla un tanto solapadamente de ciertos cánones que han esquematizado la percepción de la literatura infantojuvenil.

En Los poderes de Antonina, su tercer cuaderno de relatos, se reconstituye el uso combinatorio de recursos posmodernos con las herencias del realismo mágico. Los referentes culturales son menos recónditos y, sobre todo, adquieren más importancia en el desplazamiento narrativo. El anterior sitio real, un tanto absurdo y míticamente macondiano, reaparece como el consultorio de adivinación de Antonina, secundada, y a la vez obstruida, por los elementos de las Nuevas Tecnologías de la Informática. El propio testimonio de la protagonista, por excelencia mitómano, sirve de apoyo al salto perspectivo. Del posmoderno que dominaba al cuaderno anterior, van quedando recursos estilísticos, o subterfugios narratológicos, y no precisamente preceptos de fragmentación existencial, o de ese camuflado agnosticismo con que el posmodernismo se oculta de su indefinición congénita. Del realismo mágico de Evangelista... quedan el absurdo lírico y la ironía utópica. Es, eso sí, igualmente simpático e intrínsecamente poético, algo que la mayoría de la inmensa comunidad de los lectores agradece.

La subversión de códigos, tanto narrativos como de conducta humana, partiendo siempre de los propios estamentos que los codifican, es, pues, una constante a resaltar en los cuentos que Maylén Domínguez ha publicado hasta el momento. Quién sabe si ya prepara otras mitologías, u otras anécdotas inquietas y graciosas que vuelvan a dar un giro a su poética. Le preguntamos a Antonina, y se quedó mirando las cartas en silencio, aunque en sus pícaros ojos había guiños que parecían aventuras increíbles.

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