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Alarma con la alarma

¿Qué hacer?, me pregunta en su carta Luis García Peraza. Y la misiva resume todas las gestiones infructuosas para detener las molestias ocasionadas al vecindario por una alarma incontrolada, súbitamente enloquecida.

García Peraza, residente en Avenida de los Presidentes (G) número 257, entre Línea y 13, municipio capitalino de Plaza de la Revolución, refiere que el contiguo Museo de la Danza tiene descontrolado desde principios de año el sistema de alarma, sin que hasta el momento se haya solucionado.

«Es una alarma muy aguda, precisa, que se escucha a tres cuadras o más. Se dispara sin que existan causas para ello. Suena durante unos minutos, se detiene y vuelve a sonar, así hasta el cansancio».

Se hace insoportable de noche, asegura el «alarmado» vecino. Despierta al vecindario a cualquier hora. Y de día no lo es menos. «Sabemos que los técnicos de la central de Alarmas de SEPSA vienen a atender el problema, pero el hecho cierto es que —como en el cuento corto del dinosaurio— sigue ahí, suena sin causas aparentes, despierta y molesta a los vecinos, incluidos los alumnos de la Secundaria Básica que está al frente, a las parturientas y sus bebés recién nacidos en el Hospital de Maternidad de Línea».

García Peraza ha escrito en dos ocasiones a la dirección del Museo, y no ha recibido respuesta alguna. El delegado de la circunscripción y el presidente del Consejo Popular, imbuidos por la queja del vecino, han mediado ante esa institución. Pero todo sigue igual.

Debe estar tan «alarmado» ya Luis García Peraza, que me conmina a publicar su queja, y llega a decirme: «...y si no lo haces, al menos te hago copartícipe de las molestias que sufrimos por la descontrolada alarma». Algo así como una solicitud tomando puntería. Y debo responderle que se calme: más allá de su obstinación, lo revelo por la paz de todo el vecindario.

Estoy seguro de que «el espíritu de la danza», siempre presto a deleitar al ser humano, se sensibilizará esta vez con los oídos y el sueño de los vecinos. Sería un acto de previsión: porque de tanto escuchar la alarma por gusto, la desestimarían en la ocasión necesaria, cuando algún sutil ladrón de la gloria artística intentara usurpar una muestra del rico patrimonio danzario cubano.

La segunda carta de hoy la envía Iván Guerrero Piedra, de Máximo Gómez 263, en la ciudad de Santa Clara, quien al tiempo que elogia las grandes preocupaciones de la Revolución por la salud del pueblo, alerta sobre una dificultad que está afectando a los diabéticos.

Precisa Iván que su hijo de 26 años padece esa enfermedad y es insulino-dependiente desde los 13. Necesita inyectarse dos veces al día, y desde hace años no se le facilita la compra de jerinquillas desechables o de otro tipo. El otro contratiempo es con el algodón: en este año, en la farmacia que le corresponde, solo le han vendido el producto en una ocasión.

«Si un diabético, como mi hijo, que ya por desgracia tiene que inyectarse dos veces al día, y que su vida depende de esas inyecciones, no puede adquirir esos productos por su tarjeta en las farmacias, ¿cómo resolvemos el problema?».

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