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¿Qué remedios tendrá?

Osvaldo Carmona es un eterno enamorado de su ciudad, esa villa de San Juan de los Remedios, donde todavía gravitan los espectros de tiempos fundacionales, entre piratas implacables que disolvían de un tirón las vidas apacibles de los primeros parroquianos.

Carmona, quien reside en la calle Juan Bruno Zayas número 86 de esa reliquia villaclareña, camina las estrechas callejuelas y observa con tristeza cómo se va corroyendo tanto artesonado, y se deterioran construcciones primigenias de gran valor histórico.

Para Osvaldo es paradójico que esa, una de las primeras villas fundadas en la colonización española, cuyo casco urbano fuera declarado Monumento Nacional por sus altos valores, vea languidecer edificaciones originales.

«Hemos observado —manifiesta— que en otras de las villas declaradas igualmente monumentos nacionales, hay un serio trabajo de restauración y conservación: Sancti Spíritus, Trinidad, Camagüey... Y esto es posible porque existe un presupuesto para ello. ¿Por qué Remedios no tiene esa posibilidad?»

A Carmona le entristece que «nuestra plaza central y su parque hayan permanecido durante más de dos años prácticamente oscuros por falta de bombillos, y que, incluso, las famosas Parrandas Remedianas del pasado 24 de diciembre, que son consideradas como una de nuestras fiestas nacionales junto a las Charangas de Bejucal y los Carnavales de Santiago de Cuba, se hayan celebrado en un parque donde, de 32 bombillos, solamente alumbraban tres».

La segunda misiva la envía Andreslay Orta, residente en carretera a Camajuaní, kilómetro cinco y medio, Reparto Universitario, en Santa Clara, quien es profesor general integral de la Escuela Secundaria Básica Urbana Osvaldo Herrera, en esa ciudad.

Manifiesta el joven maestro que dicho plantel radica en un significativo edificio del conjunto arquitectónico alrededor del Parque Leoncio Vidal, y fue sometido a una restauración capital que incluyó cuantiosos recursos.

Pero al cabo de unos meses, asegura, aparecieron las huellas de desperfectos y problemas de calidad en la obra, al extremo de que hoy en varios locales de ese centro escolar hay peligro de derrumbe. A tres aulas se les está cayendo el techo, mientras que otras ocho no tienen ventanas, y si hay sol o lluvia se hace imposible el proceso docente educativo allí.

Tales ventanas fueron quitadas, pues a mediados del curso 2005-2006 una de ellas cayó sobre un estudiante, provocándole heridas en la cabeza.

Precisa Andreslay que existe un local llamado Aula Magna, que en otro tiempo funcionó como biblioteca, y hoy es un almacén de escombros, pues su techo se cae a pedazos.

Y como si fuera poco, el inmueble tiene un sistema de desagüe que viene desde la azotea y tiene problemas, al punto de que presenta tupiciones en varias partes. Por ello, se han reventado algunas paredes con las consiguientes inundaciones en pasillos y aulas.

Expone el denunciante que la dirección de la institución ha canalizado la queja a distintos niveles, y todo sigue igual.

«En muchas ocasiones —refiere— tengo que convertirme en profeta para responder las preguntas formuladas por mis alumnos, referidas al estado físico en que se encuentra nuestra escuela».

Aquí solo cabe preguntarse quién responderá por tal desastre. Es imperdonable que los recursos que el Estado dispone con no pocos sacrificios, se diluyan en la chapucería, la indolencia y la insensibilidad.

La tercera carta la envía Antonio Álvarez Dip, del poblado Las Guásimas, Siboney, en Santiago de Cuba: el 11 de abril en la tarde, él fue al estudio fotográfico Trimagen, ubicado en la calle San Pedro de esa ciudad, a recoger unas fotos, y cuando se marchó de allí, dejó olvidada sobre el mostrador su memoria flash.

Allí quedaron dos dependientes de la unidad y un cliente. Este último se percató del olvido y los empleados le guardaron la memoria. Antonio quiere destacar la honradez y la ética de esas personas, y su deseo de que «estas situaciones de devolver objetos olvidados y extraviados sean más frecuentes».

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