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Cuadra tomada…

Algún día habrá que hacerles un monumento a nuestros estoicos caballos. Sí, porque en estos años difíciles, y halando coches, han aliviado al menos la agónica situación del transporte urbano en múltiples ciudades del país, al tiempo que les engrosan dineritos a sus propietarios a fuerza de abrir surcos por las calles.

Pero de vez en cuando, y con mucha razón, irrumpen aquí quejas de vecinos que sufren con la inadecuada localización de las piqueras de esos coches, por parte de las autoridades urbanas. Porque hasta para planificar esos sitios hay que sopesar todas las posibles incidencias.

Hoy me escriben desde la ciudad de Cienfuegos Eric Mendilahason, Omar A. Valdés y Nelcida López, vecinos de avenida 44, entre 49 y 51, la cuadra donde, desde fines de 2004, situaron una piquera de coches de caballo. «Desde ese momento vivir en esta cuadra se ha tornado en una tarea poco menos que imposible», aseguran.

Refieren ellos que los cocheros arriban allí desde las seis de la mañana. Y se siente en «la animada conversación en altísima voz en la jerga más repugnante, despertando a aquellos cuyos dormitorios están más cercanos a la acera». Durante el día, puede presenciarse más de una discusión entre cocheros: malas palabras, gritos...

Y como la piquera está muy cerca del hospital Gustavo Aldereguía, muchos vendedores estatales y particulares ofertan alimentos. Así, los pasajeros, antes de montarse en los coches, lanzan indolentemente a la acera papeles, vasitos desechables, pedazos de pan, latas de refresco y botellas. No les basta con eso, y apoyan los pies en las fachadas de las casas. Los vecinos tienen que soportar ese irrespeto a diario, o rebelarse. Y no pocos altercados se han registrado.

A ello se une, sostienen, el penetrante olor del estiércol y la orina de los equinos, que se agudiza cuando calienta el sol, tornando insoportable la estancia dentro de las viviendas, aunque se cierren a cal y canto. Todo eso ambientado con legiones de moscas y mosquitos.

«Sentimos que nos han abandonado. Es cierto que somos una minoría —dicen, aludiendo al peso numérico de las personas que se benefician con los coches—, pero no por eso merecemos vivir así. Los coches son una alternativa para aliviar de algún modo las dificultades de transporte urbano, pero los vecinos de una otrora tranquila cuadra no merecen semejante atropello».

Eric, Omar, Elcida y los vecinos de la cuadra tienen toda la autoridad moral para exigir de las autoridades de Cienfuegos, que se estudie y seleccione con más fundamento el sitio donde debe ubicarse una piquera, sin perjuicios para terceros. Y también que se ponga orden y respeto entre los que a diario desafían las normas de convivencia allí. Eso es casi una afrenta día a día, en una ciudad que tradicionalmente ha dado ejemplos al país de celo por la limpieza y el ornato.

La segunda carta es un llamado a la flexibilidad que hace Mayda Caridad Rodríguez, vecina de calle 25, número 5603, apartamento 2, entre 56 y 58, también de la ciudad de Cienfuegos.

Cuenta Mayda que, como ella es natural de la localidad granmense de Niquero, fue junto a su familia y una amiga colombiana de visita, a almorzar en el restaurante que está situado junto al insigne faro. Iban impecablemente vestidos, y cuando fueron a entrar, les fue denegado el servicio, bajo el pretexto de que el abuelo de Mayda, casi centenario, llevaba unas chancletas, elegantes y de exquisita confección.

No hubo forma de ablandar a aquel empleado que lo decidía todo en ese instante. «Ese señor que nos malatendió —increpa Mayda—, ¿en qué país vive? ¿Desconoce él que los turistas, procedentes de los cuatro puntos cardinales, andan en su mayoría en short, camisetas y chancletas “de medio palo”?».

Y sopesa que en una zona marina y tan extremadamente calurosa, de un país de por sí tropical, y en un restaurante que tampoco es de lujo ni mucho menos, es absurdo exigirles a los nacionales requerimientos tan extremos, cuando se presentan decentemente vestidos y, sobre todo, con ese mejor traje que es la correcta educación. Trabas y absurdos, que hacen «sudar la gota gorda», mucho más que el verano.

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