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Nada más que papeles

La vivienda, esa necesidad vital, es el motivo de la carta que envía Ana Roselvis Jorge González desde la localidad de San Felipe, en el municipio granmense de Buey Arriba.

Relata Ana Roselvis que a raíz del huracán Dennis, el crítico estado de su morada propició que «me llenaran los papeles para un techo. Mi casa es de guano y tabla, piso de tierra, hace dos años tiene dos horcones hundidos, y está recostada a la cocina, la cual está rompiendo la misma».

Pero —quién sabe por qué razones por nosotros ignoradas— los papeles se perdieron, y con ellos pareció esfumarse la esperanza de mi remitente. Su caso, alega, es del dominio de la Unidad Municipal Inversionista de la Vivienda, y también del presidente del Consejo Popular, la delegada del Poder Popular, el Gobierno y los Trabajadores Sociales.

«Todos conocen mis problemas y estoy cansada —dice—, porque solo se me llenan papeles, pero la verdad es que no hay resultados ni respuestas».

Si lamentable es hasta ahí el asunto, más lo agrava el siguiente párrafo de la misiva:

«Hace cuatro años, siete meses y ocho días que cuido a mi tío, que es retrasado mental severo, y me duele que cuando llueve la mitad de la cama se le empapa, le caen goteras en la cara, y tengo que ponerle yaguas a manera de barbacoa».

Cruda y tristemente real, la escena tiene la facultad de estremecer castillos medievales. Y no debiera estar aconteciendo en un país donde, hace casi cinco décadas, el humanismo es motor, faro y corazón central.

La vivienda, está claro, representa una asignatura pendiente. Y no tan solo en Buey Arriba, sino también en muchísimos rincones de la Isla, porque limitaciones económicas nos sobran. Sin embargo, lo que jamás puede escasearnos son las ganas de hacer, los sentimientos y la comprensión.

En su humilde casita granmense, Ana Roselvis Jorge espera una respuesta. No una respuesta burocrática, del tipo «estamos trabajando en base a eso».

Mientras esa mujer queda a la expectativa, la dirección de la Empresa de Transporte por Ómnibus ASTRO le ha respondido al holguinero Celso Zaldívar.

A finales del año 2007, Zaldívar discrepó en esta sección de las tarifas vigentes para las guaguas Yutong. Argumentaba que cuando se fijaron los precios de los pasajes, se explicó su incremento mediante el costo creciente del combustible, además de las innegables comodidades de esos ómnibus.

Pero, decía el remitente, dichas tarifas «deben rebajarse cuando el baño no funciona, el video o el televisor estén rotos, o el asiento no sea reclinable. Y también cuando haya demoras excesivas en los horarios de salida».

La queja de Zaldívar ha sido contestada por el ingeniero Juan Alejandro Blanco Caballero, director general de ASTRO. Según él, «el combustible ha incrementado su precio en más del doble con relación al que tenía en el momento de confeccionarse la tarifa», y «los restantes componentes del costo de explotación —cuya inmensa mayoría son también importados—, han sufrido una revalorización que los sitúa muy por encima de los que se tomaron al momento de aprobar dicha tarifa».

La carta de Blanco agrega que «los servicios de los ómnibus deben mantenerse funcionando, salvo casos excepcionales, por lo que no está concebido —si alguno dejase de ofrecer sus facilidades— hacer cambios en dicha tarifa».

A mi modo de ver, cada una de las partes tiene su cuota de razón. Concuerdo con el directivo de la empresa en que las erogaciones que hace el Estado deben ser compensadas en alguna medida a través del importe del pasaje, máxime si tomamos en consideración que se trata de guaguas mucho más confortables que sus antecesoras, y que el precio del combustible ha ido en vertiginoso ascenso.

No obstante, pienso que si esos valores agregados —televisor, video, baño...— no funcionan en cualquiera de los ómnibus, los clientes de ASTRO tienen el derecho de exigir por aquello que se les ha cobrado.

No hay que ahogarse en un vaso de agua, ni botar el sofá por la ventana. De seguro, muchas de las roturas pueden arreglarse, y para las restantes, tal vez sea posible la reposición. De ese modo, Zaldívar, y yo, y todos, no pondremos reparo alguno a la tarifa.

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