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Intransigencia

Cualquier semejanza es pura coincidencia… con la realidad de cada día; y si Arlety Barazal se dignó a contármelo, es para que más de un chofer de autos de alquiler medite…

El pasado 16 de noviembre, ella desesperaba junto a su hijo de cuatro años en la esquina de L y 23, frente a Coppelia, cuando le paró un «botero» que iba hacia la Víbora. Montaron, y salieron de una tensión para adentrarse en otra.

Sí, porque el conductor tenía la música, un vociferante reguetón, a todo volumen. Y como madre e hijo iban en el asiento trasero, tenían la hiperdecibelia ahí, justo en sus oídos.

Arlety le solicita al chofer con respeto y cordialidad si puede bajar el volumen, dado que al niño le molesta. Y este responde algo terminante que, por el ruido, ella no alcanza a escuchar. En un segundo intento, ella le solicita de nuevo que disminuya el nivel de la música.

El chofer le responde que el equipo no baja, y que la música es de él. Así, «olímpicamente». Arlety le argumenta que ella es una cliente y paga el servicio. Y el chofer, muy molesto, le riposta: «El niño será loco… la música no baja».

Arlety no cree lo que está escuchando, y le pregunta de nuevo para cerciorarse. El chofer le repite la irrespetuosa respuesta. La mujer le solicita que se detenga, y se apea del auto con el niño, como los perdedores de estos tiempos: los decentes, respetuosos del prójimo y educados.

«Me pregunto cómo puede existir tanta insensibilidad, sobre todo hacia un niño. Pero lo que más me molesta es que el carro llevaba cuatro pasajeros más, que no emitieron criterio alguno ante lo que presenciaban. No sé si me estaban diciendo que querían escuchar la música o que estaban en desacuerdo conmigo».

Arlety es enfermera, y el día anterior había defendido su tesis para optar por el grado de Doctora en Ciencias Pedagógicas. Tanto esfuerzo en cuidar y enseñar al género humano, y en unos segundos, en un auto vociferante, se le desplomaron las ansias de mejoramiento.

Arlety, quien reside en calle 70 No. 2124, apto. 3, en el municipio capitalino de Playa, no dice la chapa del auto. No le interesa denunciar ni pasarle cuentas a nadie. Solo pretende hacernos pensar si tanto esfuerzo de un país por la educación de sus hijos —que es también la cultura del respeto— no está abortando por unas cuantas fisuras de la sociedad.

Por cierto, mucho se fustiga la falta de pertenencia y de excelencia, y el desinterés predominantes en quienes prestan servicios estatales. Pues he aquí una muestra de lo mismo en el sector no estatal.

Hasta el último aliento

Conmovido me escribió José A. Pérez (Calle 188 No. 38323, entre 387 y 184, en Santiago de las Vegas, municipio habanero de Boyeros). Acababa de fallecer su madre de 91 años, por un cáncer terminal. Pero el dolor no le impidió al hijo conmoverse hasta los tuétanos por la asistencia y el apoyo que tuvo en sus últimas horas. Tal como lo envió, de un tropel, así lo reproduzco:

«Llegó herida de muerte, con deshidratación severa, por un cáncer terminal, al policlínico de Santiago de las Vegas, a las 9:00 a.m. Remitida por Bertica, nuestra querida doctora. De guardia, el doctor Camilo. Sueros, levín, análisis urgentes, visitas constantes a la sala de urgencias del policlínico. Hidratación inmediata… A las cuatro de la tarde el doctor Camilo concluye su guardia, pero no se desentiende del caso. Entran Leticia y otra doctora. Más análisis, glucosa en vena, cambio de suero para mejorar el estado del estómago, pues mi madre vomita constantemente. Un profesor, que ni conozco, revisando la placa. Más amor y dulzura. Rebeca la intensivista buscando soluciones… Una sola sombra: la ambulancia del SIUM, solicitada hace más de tres horas, no ha aparecido. La Directora del policlínico preocupadísima. Más análisis, las 7:00 p.m. y todavía buscando soluciones. Más amor y ternura… Realmente ni mi viejita ni nosotros, sus hijos, queríamos sacarla del policlínico. Tuvo alrededor de siete médicos atendiéndola, amén de las enfermeras, que no se quedaron atrás». A pesar de los cuidados, la anciana falleció. «Los doctores nos llaman a mí y a mi hermano: ¡cuánta ética! ¡cuánto cariño! Y, coño, excepto a Bertica, su médica, no conocíamos a ninguno. Estoy escribiendo en la mañana del 9 de diciembre. Mi madre va a ser cremada, según su deseo. Estoy derramando lágrimas sobre la hoja, pero no podía dejar de hacerlo…».

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