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La ola escandalosa del Hola Ola

Ese fervoroso martiano que es el Doctor Pedro Pablo Rodríguez, quien ostenta los premios nacionales de Historia, de Ciencias Sociales y de Investigación Cultural, hizo un alto en su febril misión al frente de la Edición Crítica de las Obras Completas del Apóstol —obra en que le va la vida— para vindicar la paz y el respeto a su vecindario con su carta.

Pedro Pablo reside en calle 25, No. 12, entre Hospital y Marina, en el municipio capitalino de Centro Habana; contiguo al centro recreativo Hola Ola de la Empresa de Comercio y Gastronomía de La Habana; «que ha sido una permanente fuente de conflictos con el vecindario por el ruido insoportable que generan sus actividades musicales al aire libre», expresa.

Desde la etapa en que pertenecía a la UJC, señala, la situación se complicó cuando se incorporaron actividades musicales para los jóvenes hasta altas horas de la noche, perturbando el descanso y la paz de los vecinos. Y se agravó cuando el centro pasó a Comercio y Gastronomía, con riñas escandalosas.

«Luego de varios años de reuniones de vecinos con la administración del centro, dice, con cartas a Salud Pública  reclamando que allí se violaba la norma de sonido establecida para ese tipo de instalaciones públicas, así como al Poder Popular y al Partido en el municipio, en tres ocasiones se cerró. Se reabrió de nuevo, hasta que hace unos cinco años el cierre se mantuvo ininterrumpidamente. Y hace más de un mes se reabrió luego de dos años de reparaciones que significaron el derribo y reconstrucción dos veces de áreas ya terminadas».

Con la nueva versión, precisa, las dos primeras semanas se mantuvo como área infantil con música algo alta a veces, pero adecuada para niños. Pasado ese lapso, la música en las tardes subió sus decibeles. Y se fue incorporando otro tipo de composiciones no precisamente para niños, con animadores que gritan a pesar de tener un micrófono en sus manos. Y el colofón hoy son las actividades nocturnas de viernes a domingo hasta las dos de la madrugada, con música  grabada y en vivo.

«En los  edificios que rodean al Hola Ola, dice, residimos varios cientos de familias que hemos perdido nuestro derecho y necesidad de descansar mediante el sueño hasta esas altas horas. ¿Hasta cuándo hay que soportar esta violación por una empresa estatal, de las disposiciones establecidas respecto al ruido, asunto que, tristemente, viene ocurriendo con plena impunidad desde hace mucho tiempo en muchos lugares del país a pesar de las denuncias de la prensa? ¿Para qué el propio Estado ha establecido esas medidas? ¿Qué hacen los obligados a cumplirlas y los encargados de hacerlas cumplir? «Esta falta de respeto, esta insensible prepotencia de instituciones estatales y sus dirigentes, constituyen una inadmisible agresión al pueblo. Y afectan la credibilidad del Gobierno y de una Revolución que siempre ha trabajado por la unidad, el bienestar y  el respeto de su pueblo. Ya son muchos, demasiados, los obstáculos que el enemigo nos impone, para que la irresponsabilidad y la desidia, y quién sabe si hasta la mala intención de algunos, aumenten las tantas dificultades de nuestra vida cotidiana», concluye.

Baches desmedidos, muy cerca del asfalto producido

Manuel Piñero Rodríguez (Alfredo López Brito No. 39, Cabaiguán, provincia de Sancti Spíritus) es un trabajador de la refinería Sergio Soto de ese municipio, que canaliza las inquietudes de sus compañeros y de vecinos colindantes, acerca de unos desproporcionados y profundos baches en la carretera que da acceso a esa importante industria, por donde transitan rastras y camiones cargados de combustible.

Ya la vía está intransitable, advierte, al punto de que todos esos equipos deben hacer malabares y prácticamente detenerse constantemente para avanzar con mucha lentitud.

«Es algo contrastante que la refinería productora de asfalto esté tan cerca, y no se arreglen esos aproximadamente 700 u 800 metros. Hace un tiempo los mejoraron algo, pero fue muy efímero, una cosa es contarlo y otra verlos. No son unos huecos cualesquiera, no son unos baches comunes. Es como si estuvieran diseñados para acabar con los equipos que transitan diariamente por allí», concluye.

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