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La conspiración del cepillo de dientes

Tres conspiraciones que no desechaban el magnicidio enfrentó el presidente Ramón Grau San Martín durante sus tres primeros años de gobierno. La prensa, en su momento, puso en duda su existencia, las ridiculizó, las tiró a choteo y a eso se debe en gran parte el nombre despectivo con que se les conoce: El cepillo de dientes, El mulo muerto y La capa negra.

Pero no hay duda de que esas conspiraciones existieron. Los batistianos, desalojados del poder por la aplastante victoria electoral que llevó a Grau a la presidencia el 10 de octubre de 1944, ansiaban la vuelta al pasado. Y trataban de allanar el camino. Muchos de los civiles y militares que se vieron involucrados en esos complots (Tabernilla, Pilar García, Ernesto de la Fe, Ramón Vasconcelos, Carrera Jústiz...) ocuparían cargos prominentes con el retorno de Batista al poder, en 1952. Para el mismo Batista, entonces en el exilio, esas conspiraciones eran «la demostración de la descomposición, la ausencia de orden y la falta de autoridad responsable prevalecientes en Cuba». Esto es, los mismos argumentos con los que pretendió justificar el golpe de Estado del 10 de marzo.

En una de esas conjuras llegó a planearse el asesinato de una figura prominente de la oposición a fin de propiciar un clima de conmoción nacional. Así lo hicieron en 1952 cuando Ernesto de la Fe consiguió convencer a elementos de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR) de que atentaran contra la vida de Alejo Cossío del Pino, ex ministro de Gobernación y propietario entonces de Radio Cadena Habana, muerto a balazos en el café Strand de la calzada de Belascoaín. De la Fe, ya ministro de Información del gobierno batistiano, llegó a visitar a los asesinos de Cossío en el Castillo del Príncipe y Batista no tardó en indultarlos.

Pedraza con tres estrellas

En la mañana del 16 de marzo de 1945 ingresaban en La Cabaña, en calidad de detenidos, el ex coronel José Eleuterio Pedraza, varios ex oficiales del Ejército y de la Policía Nacional y algunos civiles acusados de conspirar para el derrocamiento del gobierno.

Pedraza había sido uno de los sargentos del golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933 y se convirtió en el hombre más odiado de la capital cuando asumió la jefatura de la Policía y, en virtud de la ley marcial vigente, mandó a dormir a los habaneros a las nueve de la noche, mientras instauraba la práctica de conducir a los detenidos a parajes oscuros y solitarios y hacerles ingerir, a punta de pistola, un litro del purgante conocido como palmacristi o, en su defecto, un litro de aceite de aeroplano. Luego sustituyó a Batista en la jefatura del Ejército, pero fue destituido en 1941, cuando intentó darle un golpe de Estado. Entonces le dedicaron una guaracha que decía en una de sus partes: Pedraza, con tres estrellas / no pudo ser general...

Con el propósito de llevar adelante su asonada golpista contra Grau, Pedraza había llegado de México por el cabo de San Antonio, dos semanas antes, y envió emisarios a La Habana a fin de que contactaran con altos oficiales de las Fuerzas Armadas.

La noticia de su presencia en Cuba se supo a través del general Abelardo Gómez Gómez a quien el ex comandante José Manuel Fajardo comunicó que Fredesvindo Bosque, negociante de máquinas traganíqueles buscado en EE.UU., quería verlo porque tenía para él un recado del ex coronel. Gómez expresó extrañeza por el interés de Pedraza en su persona, pero dijo que si Bosque quería verlo, estaba dispuesto a recibirlo. Fajardo dijo que no, que fuera a visitarlo porque tenía escondido al conspirador. Entonces Gómez llevó al ex comandante a presencia del mayor general Genovevo Pérez, jefe del Estado Mayor, y el sujeto, angustiado por su situación, terminó reconociendo que él no era más que un mensajero.

Inmediatamente, Genovevo se puso en contacto con el subsecretario de Defensa, Luis A. Collado, y acompañado por este, Gómez Gómez, Fajardo y 30 números, se dirigió a la casa de Bosque. La residencia fue rodeada aparatosamente y registrada. Genovevo llevó a Bosque a terrenos colindantes y, pistola en mano, amenazó con matarlo si no confesaba el escondite del jefe conspirador. Bosque no habló.

Eso ocurrió el día 12 de marzo. Grau, enterado ya de la situación, salió a un viaje previsto a Isla de Pinos, pero aseguró que adelantaría su regreso. Pedraza contactó con el coronel Ruperto Cabrera y lo invitó a sumarse al complot. Cabrera se lo comunicó al jefe del Estado Mayor y este a Grau. El Presidente tomó juramento de lealtad a Cabrera y lo autorizó a entrevistarse con Pedraza.

Lo hicieron y Pedraza, luego de explicarle en detalles sus propósitos, le dijo, en presencia del teniente Epifanio Hernández Gil, que acompañaba a Cabrera, que Genovevo sería asesinado y los complotados se apoderarían de los mandos en la Ciudad Militar de Columbia. Añadió que de allí saldría un emisario que, con el pretexto de informar a Grau acerca de la situación, asesinaría al mandatario. Le notificó que Belisario Hernández, otro de los artífices de la práctica del palmacristi y ex ayudante de Batista, ocuparía la jefatura de la Aviación, y Pilar García la de la Policía Nacional. El mismo Cabrera, aseveró, sería tal vez el elegido para dar muerte al Presidente de la República.

¡Caballeros aquí está el guapo!

Las autoridades ignoraban la fecha exacta del golpe y temían ser sorprendidas. Por eso decidieron adelantarse y arrestar al principal protagonista y a sus más cercanos colaboradores. Esa actuación anticipada impidió conocer el plan en su verdadera magnitud y la identidad de todos los militares y civiles involucrados. Un aparatoso dispositivo se orquestó para la captura de Pedraza en la finca Santa Rosalía, en San Antonio de las Vegas, mientras que en La Habana se detenía a otros presuntos implicados.

Fueron detenidos junto al ex coronel, su ayudante, el soldado Julio Rodríguez (alias El Mulato), el colono de la finca, Hilario Pedregal, y sus dos hijos y un motorista de apellido Rodríguez. Mientras tanto, en La Habana, el coronel Carreño Fiallo, jefe de la Policía Nacional, en compañía de los comandantes Meoqui Lezama y Mario Salabarría, con 30 perseguidoras, efectuaba la detención de numerosos ex oficiales del Ejército, y un servicio semejante realizaba el cuerpo de la Policía Secreta.

Tropas al mando del general Abelardo Gómez rodearon la finca Santa Rosalía el jueves 15 de marzo, a las 11:30 de la noche. Pedraza y El Mulato se ocultaron bajo un montón de pencas secas. El sargento Mena, de la escolta del coronel Carreño Fiallo, notó que las hojas secas se movían y apuntó hacia ellas con una ametralladora. Con asombro vio levantarse al ex coronel con una pistola en la mano, que dejó caer al suelo. Un soldado que presenció la escena y la docilidad de Pedraza, advirtió a sus compañeros. Dijo: «¡Caballeros, aquí está el guapo!».

El día 16, tras la detención de Pedraza, se llevó a cabo en la Plaza del Pueblo, frente al Palacio Presidencial, una gigantesca manifestación de apoyo al Gobierno. Grau apareció en la terraza norte rodeado de sus principales colaboradores civiles y el alto mando militar. Dijo: «Aquí están los jefes de un Ejército plenamente identificado con el Gobierno. Los otros están en La Cabaña».

Ese mismo día el Presidente declaró a la prensa que no se trataba de un complot de fecha reciente, sino de un movimiento organizado desde antes de su toma de posesión. Añadió que el Gobierno había actuado con serenidad y no suspendió las garantías ni declaró el estado de guerra. Anunció que el detonante de la conspiración había sido la campaña de prensa desatada por varios periodistas para incitar a la revuelta y violentar las instituciones. Así, aludía en primer término al periodista y senador liberal Ramón Vasconcelos, que se había destacado por sus ataques mordaces al Gobierno. Preguntado sobre la posible participación de Batista en los hechos, Grau respondió que no tenía noticia alguna de ello, pero que tampoco la tenía en contrario. Batista, desde San Francisco, California, desmintió cualquier implicación.

Habla Chibás

Eduardo Chibás, en charla radial el 1ro. de abril, dejó entrever que los tres puntales de la conspiración eran Batista, Vasconcelos y Pedraza, quienes urdieron el cuartelazo durante un encuentro que tuvieron en México. En esa ocasión Batista fue partidario de esperar a que se creara la atmósfera propicia para el golpe, pero Pedraza, considerando que el momento había llegado, partió para Cuba en una goleta. A Vasconcelos, dijo Chibás, lo comprometen dos notas encontradas en la cartera del ex coronel.

El juicio de Pedraza y sus cómplices concluyó el 13 de abril de 1945. Se les condenó a un año de prisión. ¿Se había cerrado el capítulo?

El 25 de noviembre de 1945, Bohemia dio a conocer que el día 18 de ese mes había sido la fecha prevista para acometer un golpe de Estado. La acción principal consistía en eliminar a Grau cuando acudiera a presenciar el desfile militar por el aniversario del natalicio de Máximo Gómez que tendría lugar en la Cabaña, donde el mandatario inauguraría un parque y una glorieta. Se abriría fuego contra el Presidente desde uno o dos tanques y al mismo tiempo se atacarían los cuarteles del Regimiento 7, donde oficiales comprometidos asumirían el mando. Se ocuparían el Palacio Presidencial y otros edificios públicos, y el poder quedaría en manos de Pedraza, quien desde la prisión, según Bohemia, habría ultimado todos los detalles e incluso había mandado a confeccionar el uniforme, con grados de General, que vestiría en la ocasión.

Bohemia añadía que no todos los oficiales comprometidos con Pedraza fueron arrestados en marzo, y que las ventajosas consideraciones que el ex coronel disfrutaba en la prisión —celda espaciosa, refrigerador, radio, muebles cómodos, dieta variada, salidas a la calle— habían permitido que se restablecieran los contactos y prosiguiera la conspiración. Decía Bohemia que el Gobierno tuvo conocimiento del plan y suspendió el desfile con el pretexto de la visita a Cuba del Presidente de Chile. El desfile se trasladó para el 25 y Grau estuvo en La Cabaña. Visitó a los presos y conversó con Pedraza. El día 27 el general Genovevo Pérez desmintió ese supuesto golpe. Pero Bohemia insistió en su veracidad. Nada ha podido comprobarse en un sentido ni en otro.

El de Pedraza fue el primer intento de derrocamiento que reconoció el Gobierno de Grau. Las contradicciones, la escasez de pruebas por parte del Gobierno y los puntos que quedaron sin esclarecer en las investigaciones provocaron desconfianza y recelo en la opinión pública e hicieron que algunas publicaciones lo tiraran a broma, a lo que contribuyeron los sarcasmos de Vasconcelos, la llamada Pluma de Oro del periodismo cubano, que fue quien le dio nombre a la conspiración porque un inocuo cepillo de dientes fue de las pocas cosas que se incautaron al ex coronel José Eleuterio Pedraza.

Faltaban aún la batalla de El mulo muerto y la conspiración de La capa negra y también un intento de bombardear el Palacio Presidencial y asesinar al Presidente. Así lo veremos el próximo domingo.

(Con documentación de Enrique de la Osa y Humberto Vázquez García)

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