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Jefes de Policía (II y final)

Fue meteórico el tránsito de José Eleuterio Pedraza por las Fuerzas Armadas. Nacido en La Esperanza, provincia de Las Villas, en 1903, no había cumplido aún los 17 años de edad cuando se alistó como soldado. En 1927 llegó a sargento. Como tal participó en el golpe de Estado del 4 de septiembre de 1933 protagonizado por Fulgencio Batista, lo que le valió el ascenso a capitán y el nombramiento de ayudante del jefe del Ejército. Ostentaba ya el grado transitorio de teniente coronel cuando el 27 de abril de 1934 se le confió la jefatura de la Policía Nacional. Desde ese cargo impulsó la construcción del edificio de la jefatura del cuerpo, en Cuba y Chacón, así como de las nuevas estaciones de policía, los célebres castillitos, que llegan hasta hoy, y dotó a los hombres bajo su mando de un nuevo uniforme que no renunciaba, sin embargo, al toque rural de las polainas. Participó en el seminario que el Gobierno norteamericano organizó en Washington para los jefes de Policía de América Latina, y en esa ocasión fue recibido, junto con sus compañeros de curso, por el presidente Roosevelt.

Pedraza con tres estrellas

Después de quitar y poner presidentes a su antojo y regir los destinos de la nación desde la Ciudad Militar de Columbia, quiso Batista aspirar a la primera magistratura y hacerlo con apego a los formalismos del caso. Requería para eso pasar a la vida civil. Nombró entonces jefe del Estado Mayor General por sustitución a su compinche y compadre que asumiría el cargo en propiedad a partir del 4 de diciembre de 1939. En la despedida del coronel Batista se dijo a los comensales que el coronel Pedraza, nuevo jefe del Ejército, no leería el discurso que llevaba preparado por la emoción que lo embargaba. Sus palabras las leería al cabo el doctor Domingo Ramos, ministro de Defensa.

Batista no sospechó que Pedraza terminaría en su contra. El 1ro. de febrero de 1942, una jornada fría y gris, se hacía pública la conspiración encaminada a derrocar al jefe del Estado y en la que participaban, junto a Pedraza, los coroneles Ángel Aurelio González, de la Marina de Guerra, y Bernardo García, de la Policía. Fue entonces que Batista se puso un jaquet y con una pistola con la bala en el directo, como pregonaría después, se personó en Columbia y conjuró el golpe de Estado. Luego habló a la tropa formada en el polígono. Un discurso de resonancias bonapartistas que sus apapipios conceptúan como el mejor que pronunciara en su vida y que para el escribidor es colmo y pasmo de la cursilería. Dijo: «En esta mañana en que el sol se oculta como abochornado...».

Pedraza no fue condenado. Ni siquiera se le juzgó. Batista lo obligó a salir del país. Una foto lo capta en el momento de partir hacia Miami. Lo acompaña el nuevo jefe del Ejército, coronel Manuel López Migoya, otro de los sargentos del 4 de septiembre, que no se sabe si acudió a despedirlo por cortesía o para tener la certeza de que en verdad se iba del país.

Poco después la Ley-Decreto número 7 —Ley Orgánica de las FF AA— restablecía en Cuba el grado de General. La gente se burló entonces del otrora implacable y feroz represor de la huelga de marzo de 1935 y de cualquier despunte oposicionista, y una guaracha decía en su letra: «Pedraza con tres estrellas no pudo ser general…». Lo fue sin embargo cuando a fines de la década de 1950 el Congreso de la República reconoció por ley el grado de Mayor General para todos los oficiales que hubieran desempeñado la jefatura del Ejército. Batista lo llamó a filas, por el Servicio Militar de Reserva, y el 28 de diciembre de 1958 le confió la jefatura militar de la provincia de Las Villas. «Me llamaron muy tarde», repetía tras la caída del batistato, como si él hubiera podido apuntalarlo.

Muerte en la palma

Sobre Manuel Benítez, sustituto de Bernardo García, ha hablado el escribidor no pocas veces. Era entonces uno de los recién estrenados generales del Ejército. Un hombre nefasto en toda la línea, presunto autor de algunos asesinatos y comprometido en no pocos negocios ilícitos. Al perder Carlos Saladrigas, el candidato batistiano, las elecciones del 1ro. de junio de 1944, trató de que este se sumara a un plan para frustrar el ascenso de Grau, el presidente electo. Saladrigas, que era un político astuto, se negó, y Benítez pensó entonces en sacar a Batista del juego, esto es, de la presidencia. Hasta ahí le duraron el generalato y la jefatura de la Policía. Se le formularon acusaciones por varios delitos, entre estos uno tan ramplón como el de sustraer del cuartel maestre general de la Policía 50 camas que vendió después a 20 pesos cada una. No se le juzgó. Abandonó tranquilamente La Habana para establecerse en Miami y no demoró en volver.

El coronel Antonio Brito, sustituto de Benítez, se mantuvo en el cargo hasta el fin del mandato de Batista, el 10 de octubre de 1944, y durante el primer mes de la gestión de Grau. Un año después, el 28 de noviembre, a las 11 de la mañana, en el ya inexistente servicentro de La Palma, mientras esperaba que un empleado lo atendiera, recibió cinco balazos por la espalda. El hijo de la víctima se precipitó hacia la guantera del vehículo y tomó una pistola con la que disparó sin éxito contra uno de los tres atacantes. De inmediato condujo a su padre a la casa de socorros de Mantilla, donde llegó cadáver. Los autores del atentado, estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, huyeron hacia Arroyo Naranjo en un auto azul que a la postre fue localizado.

Siete jefes en cuatro años

Grau fue el mandatario con más jefes de Policía durante sus cuatro años de Presidencia. A Brito siguió el coronel José Pino Donoso, que se mantuvo en el cargo solo unos días. Siguió el coronel Carreño Fiallo, a quien acusaron de negligente y encubridor en la muerte del abogado Eugenio Llanillo. El letrado, detenido por agentes policiales en su bufete del edificio del Royal Bank de Canadá, apareció con tres balazos en la cabeza en la carretera que va de Santa Fe a Punta Brava, el 14 de marzo de 1945. Entre otros elementos de la Policía fueron detenidos y acusados del crimen el capitán Benigno Castelar y el comandante Juancho de Cárdenas, sobrino del vicepresidente de la República y ahijado de la Primera Dama, segundo jefe y jefe respectivamente del Buró de Investigaciones. Bajo el mando de Carreño ocurrió asimismo la fuga de la sala de penados del Hospital Calixto García de José Noguerol Conde, condenado a 30 años de prisión por el asesinato, en 1940, del profesor universitario Ramiro Valdés Daussá. La FEU dijo que el jefe policiaco fue advertido del plan de fuga y no hizo nada por evitarla. También huiría, pero del Hospital de la Policía, Juancho de Cárdenas para refugiarse en México. Amargado, sin dinero y abandonado a su suerte, dijo que el Presidente de la República sabía que el asesino de Llanillo fue un sargento de la escolta de Fabio Ruiz, pero se incriminó a sí mismo al revelar los pormenores del crimen. Pensando que no sería reconocido, regresó a Cuba en 1949, y lo atraparon en el mismo aeropuerto. Sometido, junto con Castelar, a un consejo de guerra, ambos resultaron absueltos.

Tras Carreño Fiallo, que sale como agregado militar en la embajada de Cuba en México, ocupan sucesivamente la jefatura de Cuba y Chacón Álvaro Moreno, el general Alejandro Gómez Gómez, el teniente coronel Fabio Ruiz y el general Enrique Nardo Hernández, uno de los dos generales negros en las FF AA cubanas antes del 59.

Al ocurrir, el 6 de septiembre de 1946, el asesinato del hijo de Joaquín Martínez Sáenz, senador y ministro sin cartera —crimen que conmovió a la opinión pública cubana— el presidente Grau, estremecido de indignación, nervioso y preocupado, llamó a Palacio a Gómez Gómez y luego de reconocer la ineficacia del cuerpo policial para frenar la ola de atentados que estremecía a la nación, le confió, con plenos poderes, la jefatura de la Policía Nacional, designación que causó malestar en los círculos «revolucionarios», toda vez que se trataba del único de los generales de Batista que permanecía en activo, y había tenido una actuación nefasta como jefe de la plaza militar de Las Villas.

Orfila

Eso ocurrió en septiembre del 46. En marzo del año siguiente, el comandante auditor Fabio Ruiz, que había pasado ya, no sin relativo éxito, por la rectoría del Buró de Investigaciones, asumía la jefatura con grados de teniente coronel. Era el jefe número seis. Citado por el Presidente, acudió a Palacio sin saber que era ya el nuevo jefe de la Policía.

Gómez Gómez no pudo parar la ola de atentados ni reorganizar el cuerpo policial. Su sustitución sin embargo no se debió a eso, sino a que el último general de Batista, dijeron fuentes allegadas a la mansión palatina, entró en contradicciones insalvables con el presidente Grau. La designación de Ruiz causó júbilo en sectores llamados «revolucionarios»: estuvo junto a Guiteras en la organización de Joven Cuba y como miembro de esta, primero, y del Partido Auténtico después, se destacó en las luchas estudiantiles.

Sin experiencia como oficial de línea, el nuevo jerarca de Cuba y Chacón no pudo poner coto a los excesos de los grupos de acción, y haría crisis con los sucesos de Orfila —15 de septiembre de 1947— cuando quedó retenido y aislado en Palacio. Beneficiado con una licencia, salió del país. Regresó, se le sometió a interrogatorio y fue internado en las prisiones de la Ciudad Militar.

Caramés con su pelotón

Nardo Hernández como jefe de la Policía pasó de Grau a Prío. Era el rector del cuerpo al ocurrir el robo del Royal Bank de Canadá, el 11 de agosto del 48.

No tengo a la mano —escribo prácticamente de memoria, con muy pocas referencias escritas— la relación de oficiales que ocuparon la jefatura de Policía en tiempos del presidente Prío, ni el orden en que lo hicieron. Lo fue, proveniente del Ejército, el coronel Quirino Uría, después general. Y también el teniente coronel José Manuel Caramés, a quien el cantante boricua Daniel Santos hizo célebre en una guaracha que decía: «Yo la mato, la mato, la mato, aunque venga Caramés con su pelotón». Cuando un grupo de estudiantes, entre los que sobresalía Fidel Castro, protestaba frente a la embajada de EE. UU. por el ultraje que marines yanquis hicieron del monumento a Martí en el Parque Central, Caramés con su pelotón, los reprimió con saña. No pudo contener la ola terrorista y cesó en la jefatura, pero mantuvo su grado militar. Volvió a ser noticia el 17 de julio de 1950 cuando en una discusión mató a un hombre e hirió grave a otro.

Se presentó ante el coronel Rego Rubido, jefe interino del cuerpo. De inmediato, Antonio Prío, hermano del Presidente, acudió a la jefatura y dijo que era «amigo nuestro», mientras que el comandante Luis Varona, jefe del Buró y hermano del Primer Ministro, llamaba a Prío para decirle que había actuado en defensa propia. Se le habilitó un apartamento, con cortinas y cama matrimonial en la prisión del Príncipe. Dispuesta su libertad bajo fianza, marchó al extranjero.

Los nombres y la actuación de los jefes de Policía durante la dictadura batistiana, están más frescos en el recuerdo de los lectores. Aun así, de ellos nos ocuparemos oportunamente. (Respuesta a la solicitud del lector Guillermo Maza)

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