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Presidenciales (IV y final)

Concluimos hoy el recuento de la vida de los presidentes cubanos de la neocolonia tras su salida del poder. Toca ahora el turno a Federico Laredo Bru, Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarrás y Fulgencio Batista.

El presidente accidental

Laredo Bru fue un presidente accidental. El último de los miembros del Ejército Libertador que se avecindó en Palacio. Ganó la vicepresidencia de la República en 1936 en el tique de la Alianza Tripartita que llevó a Miguel Mariano Gómez a la primera magistratura. Destituido este el 24 de diciembre del mismo año, ocupó Laredo Bru la presidencia hasta el 10 de octubre de 1940, mientras que el poder verdadero seguía radicado en el campamento militar de Columbia. Al cesar en el cargo, se retiró a la vida privada, pero su sucesor, el presidente Batista, lo sacó de ella al designarlo ministro de Justicia, puesto que ocupó hasta el fin del Gobierno batistiano, el 10 de octubre de 1944. Entonces su retiro sí fue definitivo. El 7 de julio de 1946 murió repentinamente en su casa de la calle I esquina a 21, en el Vedado. Con los ahorritos familiares, su viuda, Leonor Montes (Nonona) construyó un edificio en la esquina de 23 y N en la época en que La Rampa empezaba a convertirse en el lugar más céntrico y codiciado de La Habana 

El invierno largo

En las elecciones del 1ro. de junio de 1944 el pueblo cubano no votó solo por Grau San Martín; votó en contra de Batista en la persona de su candidato, Carlos Saladrigas, que de seguro lo habría reinstalado en la jefatura del Ejército. En los comicios generales de 1940 el Coronel pudo darle la mala a su adversario; quiso hacer lo mismo esta vez, pero se aconsejó a tiempo y, llegado el momento, traspasó el poder y salió al exterior. Dijo a sus colaboradores más íntimos: Tenemos que prepararnos para un invierno largo.

Dio el expresidente un vuelco a su vida personal. Se divorció de Elisa Godínez, a la que había conocido en el Wajay, donde ella era lavandera y él custodio de la finca del presidente Zayas, y con la que tenía tres hijos, y contrajo matrimonio con Martha Fernández, con quien mantenía relaciones desde sus tiempos de casado. Cómo llegó Martha, una muchacha pobre de la barriada de Buenavista, en Marianao, a la vida del gobernante, es un tema no aclarado. Se dice que se vieron por primera vez cuando el automóvil presidencial la atropelló mientras ella iba en bicicleta. Batista asumió entonces los gastos de hospitalización de la muchacha, la visitó en la clínica y terminó enamorado. Esa es sin duda una buena historia, pero es falsa. No la recoge, ni nada dice sobre los inicios de esa relación, el hermano de Martha en su libro Mis relaciones con el general Batista. Se asegura asimismo que fue Andrés Domingo y Morales del Castillo, hombre de confianza y testaferro del dictador, quien los presentó. Hay otra versión. Martha formaba parte de un grupo de muchachas que rodeaba a Mary Morandeyra, poetisa y escritora gallega que tendría una larga permanencia en La Habana. La autora de Plenilunios y El hombre visto a través del corazón de una mujer le haría conocer a algunas figuras poderosas, entre ellas a Batista, y, mucho más joven que él y muy bonita, lo engrampó. Con el divorcio Batista, de una fortuna confesada de 22 millones de pesos, debió entregar a Elisa la mitad. Viajó extensamente el expresidente por América Latina y escribió (o le escribieron) el libro que recoge sus impresiones de viaje. Se estableció por breve tiempo en México y en Nueva York. En Miami Beach le hicieron el feo por el color de su piel y siguió entonces, manejando él mismo el automóvil, hasta Daytona Beach, donde se asentó. Lo corroía el ansia de volver al poder y de una manera o de otra estuvo detrás de todas las conspiraciones encaminadas al derrocamiento de Grau. Gracias a una coalición de liberales y demócratas fue electo en ausencia, en 1948, senador por la provincia de Las Villas, y el presidente Prío le ofreció todas las garantías para que regresara al país; le dio incluso la posibilidad de que escogiera a los militares que formarían su escolta. Con ellos comenzó a conspirar. Terminaba el invierno largo y organizó Acción Unitaria, un partido político de bolsillo con el que pensaba concurrir a las elecciones presidenciales de junio de 1952. Esos comicios no se celebraron. Semanas antes Batista se apoderó de la República.

Salió riquísimo de su segundo paso por Palacio. Nunca se ha podido saber con precisión cuánto logró sacar de Cuba.

No es cierto, como suele repetirse, que no se inmiscuyó en la contrarrevolución. Organizó y pagó, en una fecha tan temprana como enero de 1959, un atentado frustrado contra la vida del líder de la Revolución. Vivió en la República Dominicana hasta que Washington presionó a la Cancillería brasileña para que le buscara asilo en Portugal. Nadie lo quería y el Gobierno de Lisboa lo confinó en las islas Madeiras hasta que, con el tiempo, le dio acceso al resto del país.

Ya en España, los integrantes de la escolta que llevó desde Cuba le pidieron aumento de sueldo. Martha se negó a la petición y presionó a Batista para que los despidiera y buscara nuevos guardaespaldas, pese a que algunos de ellos lo acompañaban desde antes del 10 de Marzo y ese día habían entrado con él en Columbia. Solo quedó a su lado el coronel Hernández Volta, su ayudante de toda la vida. A veces mandaba por alguno de sus viejos cúmbilas para recordar la época ida, pero pasado un tiempo prudencial lo retornaba a Miami. Washington no le permitió nunca entrar en territorio norteamericano.

Publicó algunos libros, como Respuesta, especie de memoria de su período presidencial y de la insurrección que lo derrocó, contados desde su punto de vista. Y dejó inéditas su autobiografía y por lo menos dos novelas. Murió en Marbella, España, el 6 de agosto de 1973. Está enterrado en Madrid.

Nuevos rumbos

Damos ahora un salto atrás en el tiempo. El 16 de enero de 1934, después de que Batista lo obligara a renunciar, Grau salió de la Isla con destino a México. Su dimisión ponía fin al llamado Gobierno de los cien días, que en verdad fueron 127. Más de cien mil personas lo despiden en el puerto habanero. Por primera vez en nuestra historia un gobernante había sido capaz de enfrentarse a Washington, que nunca reconoció su mandato, de respetar los dineros del pueblo y de hacer realidad justas demandas populares siempre preteridas. Con esa aureola retornaría a la presidencia.

El 8 de febrero de 1934, en la sede de la revista Alma Máter, sus seguidores, encabezados por Félix Lancís, organizan el Partido Auténtico. Regresa Grau a Cuba, pero no hay garantías para su vida y el partido le ordena que salga de nuevo al exterior. Otra vez en México. En Panamá imparte conferencias sobre el proceso revolucionario del 30. Se establece en Miami hasta que Batista accede a una de las principales demandas de la oposición, la de convocar a una asamblea constituyente. Grau, que gana en cinco de las seis provincias su escaño de delegado, es electo para presidir la convención que elaborará la Constitución de 1940. Renunciará a esa presidencia cuando el pacto Batista-Menocal hace que se disuelva la mayoría oposicionista que lo apoyaba.

Al cesar en la primera magistratura el 10 de octubre de 1948, siguió Grau en la política. No demoró en romper con su sucesor y discípulo, Carlos Prío, empeñado en una política de «nuevos rumbos». Abandonó el Partido Auténtico y organizó el Partido de la Cubanidad. Más tarde disolvió esa organización e inscribió el Partido Auténtico como suyo. Fue la única figura que se prestó a participar, como candidato a la presidencia, en las elecciones de 1954 convocadas por Batista con la intención de legitimar el régimen del 10 de Marzo. La falta de garantías, sin embargo, lo obligó al retraimiento en vísperas de la jornada comicial. Figuró asimismo como candidato a la primera magistratura en la farsa electoral del 3 de noviembre de 1958.

Grau permaneció en Cuba tras el triunfo de la Revolución. Si bien no se involucró en actividades contra el nuevo proceso social cubano, en su casa de Quinta Avenida esquina a 14, en Miramar, se gestaron, con la participación de sus sobrinos Ramón y Leopoldina, planes contrarrevolucionarios y en particular contra la vida del Comandante en Jefe. Su residencia fue escenario de una parte significativa de la macabra Operación Peter Pan.

En marzo del 64 murió Paulina Alsina, su cuñada, y al año siguiente son detenidos y condenados sus sobrinos. No tiene otros familiares cercanos el exmandatario. Tampoco tiene ingresos económicos. Los presidentes cubanos no tenían pensión y él, que fue un gran casateniente, no quiso presentar demanda alguna para que lo compensaran por sus propiedades tras la entrada en vigor de la Ley de la Reforma Urbana. Le diagnostican un cáncer en la boca. Sus comidas se reducen a tres vasos de leche al día y algún que otro huevo hervido. Se depaupera. Apenas sale. Solo a la tumba de Paulina y a la cárcel de mujeres de Guanabacoa, donde está recluida su sobrina. Se queja continuamente de la falta de dinero. Insiste en irse a pedir limosnas a Galiano y San Rafael con un sombrero en la mano. Los amigos no lo abandonan y el Gobierno Revolucionario le concede una ayuda de 500 pesos mensuales. Sin embargo cuando, tras su muerte, su casa pasó al Ministerio de Educación se encontraron 50 000 dólares ocultos en la contratapa de la caja fuerte. Pierde el control de sus esfínteres. Llora. No sale ya de su cuarto. El final se acerca. El doctor Zoilo Marinello, en el Hospital Oncológico, lo atiende con esmero, consciente de que asiste a un hombre que en dos ocasiones fue presidente de la nación y un médico y profesor de Medicina eminente. Murió en dicho hospital, a las 10:23 de la noche del 28 de julio de 1969.

El suicida

Tras su derrocamiento, Carlos Prío se fue a México. Pasó luego a EE. UU. Regresó a Cuba en 1956. Lo acosa la policía de Batista y el Servicio de Inteligencia Militar lo detiene tras los sucesos del cuartel Goicuría, en Matanzas. Lo dejan en libertad, pero queda retenido en La Chata, su finca de recreo en Arroyo Naranjo, donde elementos de la 14ta. Estación le impiden salir y recibir visitas. Esa situación se mantiene hasta que Batista decide sacarlo del país. En Miami, autoridades de Inmigración lo pasean esposado por la calle.

Entre otros empeños antibatistianos, Prío colaboró con una cantidad de dinero para la compra del yate Granma. En enero del 59 esperó, confundido en la multitud, el paso de la Caravana de la Libertad que traía a Fidel desde Oriente. No tengo aspiraciones personales, declaró entonces el exmandatario. Apartado de todo se refugió en su finca hasta que decidió salir del país. La divisa estaba ya fuertemente controlada y se necesitaba de permisos especiales para llevar dólares al exterior. En el Palacio Presidencial entregaron a Prío el dinero necesario para el viaje.

Fuera de Cuba, se inmiscuyó hasta el tuétano en la contrarrevolución. Se suicidó en Miami, el 5 de abril de 1977. Se dice que en una carta que dirigió a su esposa e hijas pidió que sus restos se mantuvieran en EE. UU. durante cinco años, pero que transcurrido ese tiempo se trajeran a Cuba a fin de que descansaran al lado de los de su madre, doña Regla Socarrás, capitana del Ejército Libertador, en la necrópolis de Colón. Si es así, sus familiares no han querido cumplir su voluntad.

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