Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

El Congreso de la Uneac y la música cubana

No cabe la menor duda: el VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba ha tenido un seguimiento informativo que ha hecho mucho más visible este evento, en comparación con la edición anterior. La Asociación de Músicos de la Uneac estará representada en el encuentro de parte de nuestra intelectualidad, por 37 delegados. Ellos tendrán que debatir no solo desde la perspectiva de lo relacionado con la esfera musical sino con miras a profundizar en las formas de promoción y desarrollo de la cultura cubana, a tono con los tiempos que corren.

Pensaba en lo anterior cuando en la edición de la Mesa Redonda correspondiente al martes 8 y dedicada al Congreso de la Uneac, escuché al tunero Carlos Tamayo Rodríguez, quien expuso un conjunto de temas vinculados a la música y que por ellos mismos podrían ser el temario exclusivo de un evento, en el que de seguro habría muy diversas opiniones.

Casualmente, por estos días me estuve leyendo un discurso de Fernando Ortiz, titulado La solidaridad patriótica, pronunciado en 1911 en la distribución de premios a los estudiantes de las escuelas públicas de La Habana y en el cual el eminente pensador afirmaba que la práctica de la música popular proveía un espacio sociocultural que, al ser compartido por todo el pueblo, a su vez ofrecía un camino para alcanzar un nivel más alto de consolidación nacional. Ortiz concluía su intervención con palabras proféticas, escritas como para el presente: «Porque ella [la música popular] es algo más que la voz del arte, es la voz de todo un pueblo, el alma común de las generaciones».

Es curioso, y yo diría que sintomático, el hecho de que al margen de criterios como el anterior, en el pensamiento intelectual y académico cubanos existe una propensión en los últimos años a la subvaloración de la música y a considerarla como un arte menor, destinada para la «gozadera», visión reduccionista que no se percata de que dicha manifestación artística tiene un rol central en nuestra cultura, lo cual implica que ni los discursos cotidianos ni los de los medios de comunicación entre nosotros pueden escapar a su influencia.

En la asamblea de la sección de Musicología, como parte de las reuniones previas al VIII Congreso de la Uneac, hubo consenso en que a los músicos y a los que se dedican a la investigación de la manifestación, por lo general no se les considera intelectuales. Así, por ejemplo, se argumentaba que los musicólogos suelen quedar ubicados en terreno de nadie, pues entre los científicos no se les ve como tales, y entre los artistas, sucede otro tanto.

Todo esto me viene a la cabeza al pensar en lo que se discutirá durante los dos días del Congreso, en el que, entre otros asuntos, debería dialogarse en torno a lo conseguido y lo no logrado en el tiempo transcurrido desde la anterior magna reunión de los escritores y artistas cubanos. Así, uno podría preguntarse: ¿Cuál es la verdadera capacidad de acción de la Uneac para incidir en los muchos asuntos problemáticos de la esfera musical?

Además de la anterior, otras interrogantes me asaltan, como por ejemplo: ¿Cómo relacionar en Cuba, de una manera equilibrada y sin detrimento de las partes, la música y el mercado? ¿Por fin, en el panorama cubano, el disco es un producto cultural o una mercancía más? ¿Cómo proteger al músico y al género o estilo cuyas propuestas, por sus características específicas, no encajan en la ley de relación entre oferta y demanda? ¿Cómo solucionar el tema de la promoción, en un contexto donde lo más favorecido no coincide siempre con lo más artístico?

La complejidad de estos cuestionamientos y de otros muchos que pudieran añadirse, me lleva a concluir que la discusión sobre la actual problemática de nuestro universo musical rebasa con creces los límites de un congreso como el venidero de la Uneac, aunque confío en que, por más complicado que resulte el asunto, el evento aporte su granito de arena a fin de que un día no muy lejano la música y sus cultores sean valorados acorde con su real significación en nuestra cultura, y a sabiendas de que, si se solucionaran las deficiencias objetivas y subjetivas que aún imperan, la manifestación también podría ser una industria con fuerte aportación a la economía nacional.

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