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Fueron dos las mujeres que posaron para la Estatua del Capitolio de La Habana

Lily Valty solo brindó su «escultural» cuerpo, pues la verdadera dueña del rostro fue Elena de Cárdenas Echarte

Autor:

Mario Cremata Ferrán

Detalle de un magnífico retrato al óleo de Elena de Cárdenas por un pintor italiano no identificado. (Cortesía de Celia M. Pérez-Stable Morales)

Muy cerca del corazón de la capital se alza el majestuoso Capitolio de La Habana, edificio insignia que marcó un hito en el decursar de la ingeniería civil del siglo XX.

Consagrado por muchos años para sede del Congreso republicano, en la actualidad acoge al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, y una buena parte del edificio funciona como museo.

Si alguna vez visitó este inmenso palacio, no le resultará ajeno el nombre de Lily Valty, a quien por mucho tiempo se ha identificado como la modelo de la colosal Estatua de la República, ubicada en el Salón de los Pasos Perdidos del edificio aludido.

Lo cierto es que todos estos años se ha cometido un lamentable error, pues de Lily Valty —una mestiza criolla de figura agradable—, el escultor italiano Ángelo Zanelli solo utilizó el cuerpo. La verdadera dueña del rostro no fue otra que la bella Elena de Cárdenas y Echarte. 

PROYECTO DE UNA ESTATUA PRIMOROSA

La imponente estatua recibe al visitante a escasos metros de la entrada principal. Obras de Zanelli constituyen, además, los paneles decorativos en mármol boticcino, que conforman el friso al estilo románico sobre las enormes puertas de la entrada. En estos están reflejados, de izquierda a derecha, El espíritu destructor con la guerra, El escudo de la República y El espíritu constructivo con la paz.

En 1927 llegó a La Habana el escultor Ángelo Zanelli, perteneciente a la escuela clásica italiana, a quien el secretario de Obras Públicas del gobierno cubano, doctor Carlos Miguel de Céspedes, encargó modelar en breve plazo tres estatuas de gran formato que decorarían el Capitolio, aún en construcción.

Zanelli (San Felice del Benaco, Brescia, Italia, 17 de marzo de 1879 -Roma, 1942) estudió muy joven en la Academia de Bellas Artes de Florencia, y en 1911 realizó su obra más famosa: el friso del Altar de la Patria, en el monumento a Víctor Manuel II, en Roma.

A los lados de la escalinata de granito de 55 peldaños del Capitolio de La Habana fueron emplazadas dos estatuas de 6,50 metros de altura, realizadas en la Fonderia Laganá de Nápoles, Italia.

Son estas, El progreso de la actividad humana, conocida también como El Trabajo (figura masculina); y La Virtud tutelar del pueblo (figura femenina).

Para la pieza principal que simbolizaría a la República de Cuba, Zanelli debía servirse de mujeres típicas del país y recordar a Palas Atenea, diosa griega de la sabiduría. Fue entonces cuando su amigo y coterráneo Stefano Calcavecchia le presentó a su esposa, Elena de Cárdenas.

El maestro quedó deslumbrado con el rostro de esta mujer, en cuyas facciones bien definidas creyó encontrar su fuente de inspiración. Posteriormente completaría la figura con el cuerpo de Lily Valty, mulata de mediana edad, senos prominentes y abundantes caderas, a quien la historia ha perdido el rastro.

Han pasado casi ocho décadas, pero todavía Celia Rosa y Alicia Morales de Cárdenas, de 94 y 92 años, respectivamente, recuerdan a Zanelli haciéndole la mascarilla a su tía Elena.

LA ESTATUA DE LOS TRES NOMBRES

Conocida indistintamente en sus inicios como Estatua de la República, de La Libertad o de La Patria, la pieza forma parte de la trilogía de las estatuas monumentales del Capitolio.

Fundida en Italia (Fonderia G. Chiurazzi, Roma MCMXXIX), para el traslado hasta Nápoles, dividida en tres partes, se necesitó un vagón especial. En día lluvioso fue embarcada hacia Cuba y las tres grandes cajas se subieron en hombros por la escalinata del Capitolio días antes de su inauguración. En esa época se le consideró la mayor estatua de bronce fundida en Italia para el extranjero.

A pocos metros de la entrada y del brillante que marca el kilómetro cero de la Carretera Central se yergue serena, con lanza, escudo y gorro frigio, como presta a luchar.

Protegida en su nicho, la sostiene una plataforma con tres escalones y una base de 2,50 metros de altura, fabricada con mármol ónix antiguo egipcio, similar al usado en el pedestal del monumento al Papa Eduardo VII, en la Iglesia de San Pedro, Roma.

Delante sobresale un barco trirreme, con los remos recostados a la base. En la quilla se distinguen tres signos zodiacales (Escorpión, Capricornio y Géminis), pero aún se desconoce su significado en el contexto de la estatua.

Asimismo están representadas dos figuras mitad humana y mitad pez: una masculina, que según la leyenda es el mismo escultor —se parece muchísimo—, y otra silueta de mujer sin identificar.

La pieza, de 17,54 metros y 49 toneladas de peso, es hueca. Alguna vez —presumiblemente en los años 80— le inyectaron concreto por una abertura en el centro posterior, pues se decía que se estaba inclinando y caería sin remedio. Al parecer, solo se trató de una falsa alarma, y llegado a un nivel, se decidió interrumpir el vertimiento de materiales y sellar el orificio inicial.

En su interior, la estatua tiene unos poderosos tensores que la sostienen y un túnel subterráneo que comienza en un salón cercano, posibilita el acceso a esta zona.

Hace solo unos meses, gracias al mantenimiento a que fue sometida, la obra recobró su esplendor y brillo característico, si bien con el paso de los años ha perdido casi todo el oro de 22 quilates de las tres láminas que la recubrían.

Valiosa referencia de la llegada del monumento a La Habana, con un «toque» humorístico, la ofreció Alejo Carpentier en su novela El recurso del método, en la que describe cómo van emergiendo las partes de la escultura desde las entrañas del barco.

Después de su emplazamiento se le consideró la segunda estatua más alta del mundo bajo techo, superada por el Buda de Oro de Nava, Japón. Actualmente es la tercera, después de concluido el mausoleo a Abraham Lincoln, en Washington.

HERMOSA HABANERA

Hija del doctor Julio de Cárdenas y la señora Rosa Echarte, Elena vino al mundo en 1895, en la casona familiar de las calles Habana No.57 esquina a San Juan de Dios, en La Habana Vieja. Era la menor de los ocho hijos del matrimonio.

Alta, de pelo castaño y ojos oscuros, bonita y elegante, pronto se convirtió en una de las mejores pretendientes de la sociedad habanera del período menocalista.

Fue precisamente por esos años que Elena conoció al ingeniero Stefano Calcavecchia y Rabonni, un italiano que trabajaba en ingenios azucareros cubanos y cuya familia tenía un negocio de exportación de mármoles.

La mutua atracción fue instantánea. A pesar de que el padre de ella se opuso al compromiso argumentando que él se llevaría a su hija a Italia y no tendría más noticias, unido a la evidente diferencia de edad entre ambos (más de 10 años), el 31 de enero de 1917 se casaron en la Iglesia de La Merced.

La «suntuosa» boda —como la calificara el cronista social Enrique Fontanills en una de sus Habaneras—, reunió a lo más encumbrado de la sociedad de la época. Testigos de la ceremonia fueron Orestes Ferrara, a la sazón presidente de la Cámara de Representantes, y el presidente del Habana Yacht Club, Víctor G. Mendoza.

Para limar cualquier aspereza en las relaciones con su suegro, Calcavecchia no solo fijó residencia permanente en Cuba, sino que además hizo venir para siempre a toda su familia, incluida su anciana madre. La pareja ocupó la mansión de la calle F No.306, entre 13 y 15, en el Vedado, decorada con materiales expresamente traídos desde Nueva York.

PREMATURO FINAL

La felicidad del matrimonio muy pronto se apagaría. Quiso el destino privar a Elena de Cárdenas de ver concluida la obra magnífica. El 9 de septiembre de 1928 fallecía a causa de una influenza derivada en bronconeumonía, según el dictamen de su cuñado, el eminente doctor Raimundo de Castro Bachiller.

El segundo brote de influenza que abatía a La Habana cobraba la segunda víctima a los De Cárdenas. Diez años antes, su hermana Elodia había muerto también, dejando seis pequeños.

Después de la pérdida irreparable, Calcavecchia nunca más volvió a casarse. Tapizó todas las paredes de la residencia con inmensos retratos al óleo de ella, encargados a sus amigos pintores italianos, a quienes envió fotos de su difunta esposa.

El 12 de septiembre de 1941 murió como consecuencia de una trombosis cerebral. Al año siguiente los restos de ambos fueron exhumados y trasladados a una bóveda en el Cementerio de Colón propiedad del hermano de Stefano, José Calcavecchia, donde aun reposan.

Una familia en los predios de la política

El doctor Julio de Cárdenas (1849-1922), abogado de profesión, fue Fiscal del Tribunal Supremo de la República y Alcalde Municipal de la capital en dos períodos. Fungió, además, como secretario de Justicia y de Gobernación. Instituyó los carnavales en Cuba.

Su hijo, el también abogado doctor Raúl de Cárdenas Echarte (hermano de Elena), fue ministro de Justicia, Gobernación, y vicepresidente de la nación bajo el mandato de Ramón Grau San Martín (1944-48). Al triunfo de la Revolución, permaneció en su casa del Vedado —G No.160 esquina a 13—, hasta su deceso en agosto de 1979, a los 95 años de edad.

CASUALIDAD HISTÓRICA

Celia de Cárdenas Echarte, hermana de Elena, contrajo matrimonio con el prestigioso ingeniero Luis Morales Pedroso, condueño de la firma Morales y Cía. Un hijo de ambos, Luis Morales de Cárdenas, se casó con Feliciana Menocal Villalón (Fichú), hija de Feliciana Villalón Wilson, cuyo rostro sirvió de inspiración al artista checo Mario Korbel para modelar el Alma Mater de la Universidad de La Habana.

(El autor agradece la cooperación de la licenciada Mirian Fernández, jefa del Departamento de Recorrido Turístico, y de los guías especializados Iraelio Valero y Marlén Durán, del Capitolio de La Habana).

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