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Vida y muerte del joven italiano Fabio Di Celmo

Un odio enemigo estalló en la vida de este gran amigo joven, aunque también lo inmortalizó y lo convirtió en un símbolo. Fabio Di Celmo cumpliría 45 años este martes

Autor:

Luis Hernández Serrano

«Pero están los que avanzan, los que llevan el sol entre las manos, los que tienen el tiempo por delante, las ganas y el pecho».

John Lennon

La muerte de Fabio Di Celmo —quien cumpliría 45 años un día como hoy— quizá se conozca mucho más que su propia vida. El hijo menor de Giustino Di Celmo y Ora Bassi nació a orillas del Mar Mediterráneo el primero de junio de 1965, en Génova, Italia. Sus dos hermanos mayores vinieron al mundo en Burzaco, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1956 y 1958, respectivamente.

El padre, apasionado por el arte y la historia de su patria, había nombrado a su primera hija Tiziana, en homenaje al eminente pintor italiano Tiziano Vecellio, representante máximo del Renacimiento veneciano. Al segundo lo llamó Livio, como el héroe de la antigua Roma.

Siguiendo la tradición que ya había iniciado, puso a su tercer hijo el nombre de Fabio, como el célebre comandante romano, inteligente, corajudo y humano, para perpetuarlo en el niño que recién nacía.

Fabio creció en la misma casa donde había nacido. Los vecinos de Génova Pegli, municipio enclavado en la famosa Ribera de las Flores, en la Costa Azul, vieron correr por sus parques y calles a este muchacho juguetón y generoso, del que muchos guardan gratos recuerdos.

En Villa Rossa —escuela primaria radicada en su municipio de residencia— cursó Fabio sus primeros estudios y realizó los secundarios en el centro docente Villa Daría.

A los 18 años se hizo bachiller en el Liceo Gimnasio Giusseppe Massini —también de Génova Pegli— y poco después concluyó sus estudios superiores en francés e inglés.

Cumplido el Servicio Militar, con 22 años, visitó diferentes países europeos y americanos, y llegó a establecer su residencia temporal en Canadá, donde vive su hermano mayor.

La profesión de empresario escogida por el joven Di Celmo favoreció el conocimiento de la geografía, la historia, la economía y la cultura de muchos pueblos del planeta y consolidó su fina sensibilidad ante los problemas de los países pobres.

Fabio sostuvo una relación muy estrecha y cordial con sus hermanos. Como era el más pequeño, Tiziana y Livio se sintieron con la responsabilidad de protegerlo y mimarlo durante su infancia.

A los siete años comenzó la práctica del fútbol y jugó por primera vez en el equipo Asociación Calcio, de la ciudad de Génova, de la Liga Nacional, al que perteneció desde los siete hasta los 11 años.

Integró el Libertas y otros equipos de Génova, hasta que pasó a formar parte del Sciarborasca, de la genovesa municipalidad de Cogoleto, con el número 10 en su camiseta.

En 1992, junto a su padre, llegó a Cuba. Los Di Celmo se sumaron así a la larga lista de empresarios honestos procedentes de diferentes países que cometieron el grave «delito» de romper el bloqueo de Estados Unidos. Él y su padre vinieron a La Habana porque conocían las dificultades materiales y los sufrimientos impuestos a este pueblo por el ilegal bloqueo yanqui.

El único partido que jugó aquí fue en el Cotorro, el 17 de diciembre de 1996 y su mayor sueño fue traer a los integrantes del Sciarborasca a nuestra patria.

SU MUERTE

La campaña de terror organizada y financiada por la CIA de Estados Unidos contra los hoteles de La Habana en 1997, tronchó los 32 años ilusionados del joven Fabio y le arrancó de cuajo el hijo menor a Giustino, quien por eso decidió no irse nunca de Cuba y morir aquí.

El 12 de abril de aquel año estalló una bomba de 600 gramos de explosivo C-4 en los baños de la discoteca Aché, del Hotel Cohíba. Y el 30 de ese mes fue desactivada otra de 401 gramos colocada por el mismo mercenario del artefacto anterior, Francisco Chávez Abarca, «el Panzón», en una maceta ornamental del piso 15 del mismo hotel.

El 12 de julio explotaron bombas en los hoteles Capri y Nacional. Y el 4 de agosto el mercenario Otto René Rodríguez Llerena puso otra bomba que explotó también en el Cohíba.

Y el jueves 4 de septiembre estalló la que mató a Fabio en el vestíbulo-bar del hotel Copacabana, colocada por el también mercenario salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León, quien en el juicio de marzo de 1999 confesó que «el Panzón» lo contrató cuando trabajaba en una agencia de alquiler de autos en San Salvador.

«El Panzón» fue la mano derecha en aquella campaña tenebrosa de Luis Posada Carriles, el terrorista más conocido del continente, convertido en héroe de la Miami mafiosa. Se vinculó a él cuando se dedicaba al narcotráfico, a la venta de armas y dinero falsificado y a otros negocios sucios en Guatemala.

Ante las explosiones en los hoteles de la capital cubana, el periódico El Nuevo Herald publicó titulares como estos: FBI descarta implicación de exiliados cubanos en atentados de La Habana… Piden pruebas a Cuba en denuncia contra la Fundación Cubano Americana, y Violencia justificada.

Pero la verdad se abrió paso y Fabio es hoy venerado en Cuba y otras latitudes como un héroe. En la Isla se le ha dedicado una escultura de cera, la sala de un museo con objetos personales suyos, el salón de conferencia de la Casa de África, concursos, un ballet, una obra de teatro, una película, un documental, poemas, reportajes, crónicas, entrevistas, canciones y un restorán-pizzería que lleva su nombre.

Lo último que Fabio anotó en su agenda, el 3 de septiembre de 1997, fueron estas palabras: «Plato grande de 25 centímetros. Vaso de café thérmico». Una esquirla de metal del cenicero donde se puso la bomba en el Copacabana, se le incrustó en la parte izquierda del cuello y le cercenó una vértebra cervical y la arteria carótida.

Un odio enemigo antiguo acabó con la vida de este gran amigo joven, aunque también lo inmortalizó y lo convirtió en un símbolo.

Fuente: El muchacho del Copacabana, Acela A. Caner Román, Editorial José Martí, 1999; y archivo de Juventud Rebelde y del autor.

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