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Cuenta regresiva hacia el triunfo

El 28 de mayo de 1957 comenzó en Cienfuegos el acuartelamiento de los combatientes que participarían en la revuelta. Las sospechas de la tiranía no tardaron y otra vez quedaba trunco el alzamiento, pero no las ganas ni el espíritu de los revolucionarios

Autores:

Melissa Cordero Novo
Josefa Bracero Torres

La ciudad era un manojo de entresijos agravados con el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, una voz en silencio, distendida entre los espacios de nadie; un grito sin señal. La ciudad era de caminar despacio y escuchar lamentos, de mirar de noche con ojos gastados por la pólvora, de fachadas con dolores y calles inservibles, sin paz ni luz.

La década de los 50 grabó una imagen de espanto, y el ultimátum se contorneó en todas las mentes: el tiempo de ser libres empezaba su cuenta regresiva.

Comenzaron a despuntar las señales. Despertaron primero algunos marinos del Distrito Naval del Sur; luego, poco a poco, todo el pueblo, y en 1955 la ciudad se convirtió en un hervidero de protestas. Las masas populares se afianzaron y también los estudiantes; las huelgas se recargaron, y sectores como el azucarero, el bancario y el tabacalero se transformaron en punta de lanzas.

Luego vino aquel movimiento de padres pintados de rojo y negro nacidos un 26 de julio, que germinó también en Cienfuegos, en sus principales poblados. Ese fue un gran paso. Los grupos encubiertos formados por obreros y estudiantes que frecuentaban el Paseo del Prado crecieron sobremanera. Las ideas de un alzamiento no tardaron en aparecer.

El primer intento se planeó en conjunto con los marinos del Distrito Naval del Sur, quienes tomarían Cayo Loco. Su objetivo era provocar disturbios en la ciudad en apoyo a la expedición armada que llegaría a Cuba desde México a finales de noviembre de 1956. El día 29 llegó el aviso desde la jefatura del Movimiento 26 de Julio de movilizar a los hombres (como también sucedería en Santiago de Cuba).

Entonces amaneció la ciudad bajo una extrema compulsión revolucionaria: quemaron las gasolineras de la Calzada de Dolores y Manacas, y a pesar de que los marinos no lograron cumplir su parte, las acciones le marcaron las horas a la tiranía.

Desde entonces la ciudad no se detuvo, ni se le vio dormir un día más. Los sabotajes, los petardos y las bombas se hicieron parte permanente del paisaje en las narices de los esbirros, y estalló la campaña Cero fiestas de Navidad. La insubordinación era absoluta; el descontento, imperioso, mientras muros y paredes aparecían pintados de letreros rebeldes, y la bandera del 26 desafiaba, ondeando desde las principales edificaciones de la Perla del Sur.

Para inicios de 1957 la represión batistiana se hizo extrema y algunos líderes fueron apresados, pero no se detuvo ni una gestión, ni mermaron los planes contra el Gobierno. Los contactos con los marinos se restablecieron, la resistencia cívica y un fuerte núcleo compuesto por mujeres se consolidó. Era tiempo de un segundo intento de alzamiento, que se planeó para la Semana Santa, pero a última hora vuelven a fallar los hombres de Cayo Loco.

A finales de mayo del mismo año se retomaron las vías para el levantamiento popular con un nuevo objetivo: abrir un frente guerrillero en las montañas de Guamuhaya. Para estas alturas la acción había madurado, y contaría con el apoyo de otros luchadores clandestinos de la provincia de Las Villas, siendo supervisada de cerca por Frank País y Faustino Pérez.

El 28 de mayo de 1957 comenzó en Cienfuegos el acuartelamiento de los revolucionarios que participarían en la revuelta. Pero una vez más los marinos no pudieron colocar sus hombres en las postas principales, provocando un aplazamiento inicial de 12 horas. Las sospechas de la tiranía no tardaron, y los buitres cayeron con brutalidad sobre la casa en el reparto Buena Vista donde se encontraban los 35 combatientes del M-26-7. Todos fueron capturados.

Otra vez quedaba trunca la revuelta en el centro sur de la Isla, pero una vez más resurgieron los pechos bravíos y se elevó el grito de los cautivos, de los apresados. La marea no se calmó; algunos intentos fallaron, pero no las ganas ni el espíritu de los revolucionarios.

Bibliografía consultada: El alzamiento popular del 5 de septiembre de 1957 en Cienfuegos, de Andrés García Suárez.

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