Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

14 Historias románticas a la cubana

¿Quién no suspiró alguna vez con los encendidos poemas de Villena? ¿Qué joven no aspiró a ocupar el papel de Tina frente a los ojos de Mella? ¿Qué revolucionaria no se imaginó como una Vilma intrépida junto a Raúl por la Sierra Maestra? Conozca aquí 14 historias de amor de algunos de nuestros cubanos y cubanas más ilustres

Autor:

Dailene Dovale de la Cruz

Manos enlazadas, un beso tímido y la primera confesión de amor marcan la vida de los seres humanos. Incluso los protagonistas de heroicas hazañas, alguna vez sintieron estallar el corazón ante la presencia del ser amado.

¿Dónde se conocieron? ¿Qué les unió? ¿Cuánto sacrificaron en pos de un deber mayor? Historias con distintos finales. Algunos felices, otros marcados por la tragedia. Eso es lo que JR propone hoy, 14 de febrero: un viaje por algunas de las historias de amor más apasionantes de la Historia de Cuba.

1. Vilma y Raúl

Su romance no surgió de un flechazo momentáneo o un capricho adolescente. Al contrario. Vilma llegaba a los 28 años y él a 27 cuando se conocieron.

No fue en Santiago (aun cuando él estudió en aquella ciudad durante la infancia). No los unió la universidad o un lugar de moda. México atestiguó su primer encuentro.

Aunque compartieron ideales similares y hasta cierta complicidad en medio de la Sierra, según confesó la propia Vilma a La Jiribilla, ella no interiorizó hasta muy tarde la llamita que surgía entre ambos.

«Raúl dice que lo embrujé cantando. Yo interpretaba viejas canciones cubanas que a él le gustaban mucho. Recuerdo que prefería aquella que dice: ‘dame un beso y olvida que me has besado; yo te ofrezco la vida si me la pides; que si llego a besarte como he soñado ha de ser imposible que tú me olvides…’ A él le encantaba esa canción.

«Como yo nunca me había enamorado, no sabía qué era estar enamorada. Además me preocupaba que podía hacerle daño a Raúl, pues todos se daban cuenta de lo que él sentía, pero yo no estaba segura. Aunque era jaranero, conmigo siempre fue muy correcto, y serio. Mi mamá estuvo una vez con nosotros en el campamento y me preguntaba si no había alguien… Ella estaba loca porque yo me casara, para tener nietos pronto, pero no me decidía. Además, pensé: ¿bebés en medio de la lucha? ¡Qué va!», dijo Vilma Espín a la periodista Nirma Acosta.

[Recomendamos la lectura de la entrevista Boda rebelde: Vilma y Raúl]


Raúl y Vilma contraen matrimonio en Santiago de Cuba, el 26 de enero de 1959. Foto: Cubadebate

2. Gerardo y Adriana

El 20 de octubre de 1986 aquella parada de la 32 en la Rampa habanera atestiguó un flechazo de película. Allí se conocieron Gerado Hernández Nordelo y Adriana Pérez O Connor.

Si la timidez hubiese hecho de las suyas quizás nunca hubiesen iniciado una de las relaciones contemporáneas más conmovedoras de nuestra historia reciente. Por suerte para ambos y para quienes admiramos su amor, Gerardo decidió no dejarla escapar e ir a la misma parada con la esperanza de conquistarla.

Al inicio hablaron de los estudios, la música… cualquier tema para romper el hielo, hasta que ella también se enamoró de aquel estudiante del Instituto Superior de Relaciones Internacionales. Contrajeron matrimonio el 15 de julio de 1988.

Después del casamiento, sobrevino la misión de Gerardo en Estados Unidos y el encarcelamiento. Desde 1998 hasta el 2014 expresaron su amor mediante cartas y llamadas telefónicas, sustitutos deficientes de un una caricia, un beso o una simple conversación cara a cara.

Sin embargo, el final es feliz. El héroe llegó a la Patria y ya le esperaba su bebé Gema en el vientre de Adriana. Luego completarían la familia con Ámbar y Gerardito.

[Escuche aquí todo el audio de nuestra conversación con Gerardo y le recomendamos la entrevista a Adriana Pérez, titulada  Gera, el héroe de mi vida, publicado en JR en 2012]

Foto: Calixto N. Llanes

3. El Che y Aleida

Cuentan que el primer encuentro entre el Ernesto Guevara y Aleida March ocurrió en el Escambray, cuando ella le llevaba un rollo de billetes pegados a su cuerpo.

La convivencia, la vida guerrillera con sus situaciones de eminente peligro y la dignidad humana de ambos, les unió poco a poco.

La poesía encauzó los sentimientos de Ernesto. De esta manera, captó la atención de la muchacha quien le admiraba tanto que no le veía como un posible amor.

«Un día de enero, en un viaje que hicimos a San Antonio de los Baños, íbamos en el asiento de atrás y el Che me tomo la mano por primera vez. (…) no sabía qué hacer ni que decir, pero me di cuenta de que estaba enamorada, sin dudas de ninguna índole.

«Por eso, en ese enero inolvidable, cuando entró a mi habitación de La Cabaña, descalzo y silencioso, se consumaba un hecho más que real y que en tono de broma el Che califico como el día de “la fortaleza tomada”», diría después Aleida.

Esta pareja formalizó su unión el 2 de junio de 1959. Cuatro niños Aliucha, Camilo, Celia y Ernesto coronaron su relación. Aunque Ernesto viajaba mucho, mantuvieron una correspondencia frecuente donde mostraban el lazo tan fuerte que les unía.

De él, junto a cientos de recuerdos, a Aleida le quedó  un sentido poema escrito de sus manos.

«Adiós, mi única, no tiembles ante el hambre de los lobos/ ni en el frío estepario de la ausencia/ del lado del corazón te llevo/ y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume».

[Le sugerimos la reseña El che que nos faltaba, publicado en JR en 2008]

Foto: Archivo JR

4. Almeida y la Lupe

Un revolucionario con alma de poeta nos legó una canción llena de romance y sobre todo misterio. ¿A quién Juan Almeida Bosque dedicó las letras de La Lupe?

Como ocurre con las buenas obras, cada quien le da su interpretación. Las dos más comunes versan sobre la gratitud a la virgen guadalupana y sobre una joven mexicana a quién le dijo adiós lleno de tristeza.

El propio Almeida esclareció la confusión en una entrevista en el año 1976. Dedicó aquellas letras a una Guadalupe, más conocida como la Lupe.

A la Lupe, la conoce en el Bosque de Chapultepec. Y tras su partida sintió «ese deseo sublime que quise que fuere indeleble, agarrarlo, grabarlo, escribirlo que no se me vaya como el viento o el agua (…) y decir todo lo que siento por México, pero hay algo más fuerte que me llama a gritos: el deber para con mi patria».

Así lo describe Almeida en uno de sus libros, donde rememora cómo surge el homenaje a la mujer mexicana y al país donde por primera vez se sintió como un verdadero ser humano.

La letra acompaña a los expedicionarios durante la travesía a bordo del yate Granma. Ya en la Sierra la cantaron los guerrilleros.

Después del triunfo revolucionario nace la grabación de La Lupe en un campamento de Managua. En aquel lugar Almeida reconoce a Amelita Frade, quien era cantante de jingles comerciales antes de 1959.

De sus conversaciones surgió la idea de un orquestador y de grabar la canción en una emisora como Radio Progreso. Fue tal su éxito que compitió con la canción El pájaro Choguí, interpretado por Héctor Cabrera en la pizarra verde de Radio Progreso.

Ahora, tras varios años del fallecimiento del héroe, la canción mantiene su halo de misterio y conmueve a quienes la escuchan.

[Puede ver aquí un video de La Lupe o escúchela cantada por Silvio Rodríguez]

5. Haydée y Boris

La casa no.164, ubicada en la calle 25 entre P y O, acogía las actividades revolucionarias de un grupo de jóvenes. Allí vivían desde 1950, Haydée Santamaría y su hermano Abel.

A aquella casita llegó Boris Luis Santa Coloma el 27 de noviembre de 1952, a quien ella ya conocía de ese día, cuando Jesús Montané al percibir su interés por él, los había presentado.

En aquel momento había pensado «Ahora qué lío, y cuando me pregunte dónde vivo y esas cosas, qué digo? Así fue. ¿Dónde tú vives? ¿Quién tú eres? La hija de nadie, la hermana de nadie, no podía decirlo», contó luego.

Pero él también era revolucionario  y, tras aclarar las confusiones, iniciarían su noviazgo. Aunque no duraría para siempre porque «Yo tenía la seguridad de que Boris moriría», dijo alguna vez Haydée.

La noche del asalto al Cuartel Moncada, ella se dirigió al hospital de la ciudad, en el camino vio a Boris Luis, quien entre tiros, extendió su mano para saludarla.

Ya apresada, «Un guardia preguntó cuál de  nosotras era Haydée, le respondí  que Haydée era yo, entonces  me pidió que dijera quién era  Boris y le dije que Boris era  mi novio. (…)Uno de ellos me dijo: “No lo  hemos matado todavía, puedes  salvarle la vida, di quiénes son  los que están metidos en esto…”  Yo le contesté: ¡Si él supo guardar  silencio, no voy a traicionarlo  ahora, criminales!…», así lo denunció en el juicio del Moncada.

[Para más información puede consultar el libro La Generación  del Centenario en el juicio  del Moncada, de Marta Rojas]


Fidel Con Melba y Haydeé a la salida del Reclusorio de Isla de Pinos 15 de mayo de 1955. Foto: Cubadebate

6. Fina y Cintio

Fina García Marruz nació un 28 de abril de 1923. Dos años antes pero el 25 de septiembre y en Florida, había nacido Cintio Vitier. En 1947 contrajeron matrimonio.

Ambos formaron parte de la Revista Orígenes y compartieron un profundo amor por la literatura y la historia. Además, profesaron desde temprana edad  admiración y respeto  por nuestro apóstol José Martí.

Por ello no sorprende que escribieran juntos Estudios críticos, en 1969; Temas martianos, en 1969; Poesías y cartas, en 1977; Flor oculta de poesía cubana, en 1978; Viaje a Nicaragua, en 1987; Hojas perdedizas, México, 1988; Poesía escogida, en 1999, y La literatura en el Papel Periódico de La Habana, según relata Elena Poniatowska.

Sin dudas uno de los aspectos más llamativos de su obra consiste las palabras de amor y aliento que se dijeron mutuamente.

«Ahora que empieza a caer, del cielo/ de nuestra vida, que sólo nosotros podemos ver,/ profundo, estrellado, carne y alma nuestra,/ ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,/ (…) ahora, mujer, ahora, destinada mía,/ es cuando quiero hacerte un canto de amor, un homenaje,/ que dice únicamente así:/ te amo, lo mismo/ en el día de hoy que en la eternidad,/ en el cuerpo que en el alma,/ y en el alma del cuerpo/ y en el cuerpo del alma,/ lo mismo en el dolor/ que en la bienaventuranza,/ para siempre».

La muerte de Cintio Vitier el 1 de octubre de 2009 prueba que la eternidad física no es para mortales; pero los poemas y hasta las investigaciones que realizaron juntos demuestran que algunos amores vivirán por siempre.

Fina García junto al compañero de su vida, el prominente intelectual revolucionario, ya desaparecido, Cintio Vitier. Foto: Archivo JR

7. Mella, Olivia y Tina

Entorno a la vida romántica de Julio Antonio Mella, persisten enigmas. En las crónicas sobre su figura, casi todos mencionan su labor política y el muy apasionado romance con Tina Modotti. Pero, como dato, curioso, les regalamos la información de que el joven héroe estuvo casado con Olivia Zaldívar.

Durante la etapa universitaria, Olivia le acompañó en todas su empresas libertarias. Juntos disfrutaron su luna de miel en el verano de 1924, en Camagüey, de donde ella era oriunda.

Su trayectoria como líder contra la dictadura de Machado, provocó su encarcelación y aunque la presión internacional permitió su liberación, peligraba su vida. México le acogería. Olivia, embarazada, partió a su lado un año después.

Triste época le sigue. Su primera hija nació sin vida. Tuvieron una segunda hija, Natasha, pero debido a las dificultades económicas la niña regresó con su madre a Cuba en 1927.

En 1928, Mella conoce en redacción del periódico El Machete a la fotógrafa y revolucionaria Tina Modotti. Su amor quedó para la historia en las misivas escritas por él y las fotografías capturadas por ella.

Debió amarla intensamente cuando escribió «Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas… Creo que voy a perder la razón».

Caminaba junto a ella el 1ro de enero de 1929 cuando las balas le alcanzaron. En sus brazos moriría el 10 de enero, asesinado por matones pagados por el dictador Gerardo Machado.

[Para profundizar en esta historia, les recomendamos el texto Buscándote, Julio publicado en 2008]

Foto: Archivo JR

8. Villena y Asela

Quizás cuando el revolucionario y poeta Rubén Martínez Villena y Asela Jiménez, su esposa, se comprometieron el 4 de febrero de 1924, no imaginaron las tristezas que vivirían.

Para él, ella sería «su compañera y amada», pero ello no le apartó del compromiso revolucionario ni impidió su enfermedad.

Villena organizó y dirigió la primera huelga política de la historia de Cuba, paralizando el país por más de 24 horas el 20 de marzo de 1930. Posteriormente Viaja a la URSS como forma de escapar del terror que sobre él se desata y con el objetivo de tratar de curarse de la tuberculosis.

Desde allí le escribe cartas apasionadas a Asela, le visita en 1931. De aquel viaje «germina» Rusela, su única hija.

«Acaso nunca llegue a conocer a esa pequeñina ruso – cubana, a pesar de todo lo que representa un hijo en dificultades y preocupaciones... ¡me alegro tanto que tengas un bebé! », le escribe a su esposa.

Murió entre las 2 y las 4 de la madrugada del 16 de enero de 1934.

[Recomendamos la lectura del artículo Querido Rubén, de la intelectual cubana Graziella Pogolotti]

Foto: Archivo JR

9. Pablo y Teté

Una niña curiosa conocería a su futuro compañero de vida en Sabanazo, un rinconcito de la antigua provincia de Oriente. Y no serían cualquier pareja.

Lorenza Teresa Inocencia Casuso y Morín, verdadero nombre de Teté describe al Pablo de la Torriente Brau de 1920 como un «muchacho extraordinario, alto, fino, fuerte y saludable, de diecisiete años, que nos reunía a los chicos y nos contaba las historias más interesantes…».

Por otra parte para Pablo era «…una chiquita fea, malcriada y antipática que se llamaba Teté y que ahora es una linda y graciosa muchacha a quien yo llamo cariñosamente Nené».

El re-encuentro ocurrió en 1929 cuando la joven oriunda de Madruga regresa a la Habana e ingresa la Escuela de Pedagogía de la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad de La Habana.

Teté descolló como líder estudiantil y participó en el Ala Izquierda Estudiantil. Producto a esa comunión de ideales y de pasión, contrajeron matrimonio el 19 de julio de 1930 en la parroquia de Punta Brava con un padrino de lujo, el doctor José María Chacón y Calvo, intelectual de prestigio.

La pareja continuó unida a pesar de la distancia y los momentos de incertidumbre como la prisión la cárcel de Nueva Gerona, en Isla de Pino, su exilio en Norteamérica y la lucha en España.

La dicha culminó el 19 de diciembre de 1936 cuando la muerte del joven marcó el fin de la relación. Teté, aunque volvió a casarse, a estudiar e incluso trabajó como actriz, siempre recordaría a Pablo como su gran amor.


Pablo de la Torriente Brau. Líder revolucionario e intelectual, conocido como el mayor cronista de su época. Foto: Archivo JR

10. Martí y Carmen

En la Ciudad México, José Martí y Carmen Zayas se conocieron. La joven quedó prendada con los modales finos del joven y él encontró en ella la calma que necesitaba.

En la residencia de Manuel Mercado contraerían matrimonio e iniciarían desde entonces un albúm de bodas, costumbre de la época similar a los carnés de baile o abanicos firmados, donde los amigos dedicaban algunas palabras a favor de los novios.

De su relación no exentan de contradicciones, nace el 22 de noviembre en la parroquia de Monserrate, el único hijo de la pareja.

Cuando Carmen conoció la noticia de su muerte reclamó sus restos mortales. Ella murió en 1928 en El Vedado y hasta sus últimos días conservó con sumo cuidado el álbum de bodas de su juventud.

[Ciro Bianchi, uno de nuestros cronistas más curisos, publicó en JR este 2017 el texto Cuanto hice hasta hoy y haré. ¡No te lo pierdas!]

José Martí y Carmen Zayas Bazán con su hijo José Francisco Martí y Zayas Bazán. Foto: Tomada de Wikipedia

11. Céspedes y Ana

Carlos Manuel de Céspedes era un hombre culto, educado y con talento para la música. En cuestiones amorosas cosechó corazones y hasta ayudó a otros en sus conquistas.

La Bayamesa interpretada el 27 de marzo de 1848, contó con música compuesta por Carlos Manuel de Céspedes y Francisco Castillo Moreno.

Carlos conocería a Ana de Quesada y Loynaz durante un almuerzo en festejo de la Asamblea de Guáimaro invitado por el General Manuel de Quesada. El ya Presidente de la República en Armas se enamoró al instante.

Ella también cayó rendida ante sus encantos. El 4 de noviembre se casaron en San Diego del Chorrillo, en los campos de Cuba Libre.

Sufren privaciones, ella es tomada de rehén junto su hijo. Para evitar mayores riesgos se separan y Ana parte hacia Nueva York. Cuando Céspedes fue depuesto de la presidencia, pidió permiso para viajar junto a su esposa e hijos. Pero no se lo permitieron.

Rumores sobre otros amores del héroe en Cuba provocaron la ruptura de la relación, aunque ella sufriría su muerte con especial dureza y educó a los hijos con los valores del padre.

[Recomendamos la serie de crónicas de Ciro Bianchi sobre Cómo murió Carlos Manuel de Céspedes (partes I y II) donde se detallan aspectos casi desconocidos de su vida)

Ilustración: LAZ

12. Agramonte y Amalia

El romance de Ignacio Agramonte y Amalia Simoni, inició bajo la oposición férrea del padre de la joven, quien dudaba de si el muchacho sería un «buen partido».

El joven mostró su voluntad inamovible y ella categórica expresó que si no era con Ignacio «no me casaré con nadie». De no ser así, quizás no hubiesen contraído matrimonio.

Un detalle particular marcó la pareja: la distancia. Durante el noviazgo los separó la carrera de abogado en La Habana; y a los tres meses de matrimonio la lucha por la independencia.

En medio de la distancia las contantes cartas les mantienen unidos. Su epistolario describe casi todos los instantes de la relación: la pasión, la tristeza, los planes mutuos y el futuro a veces incierto.

En medio de las intermitencias de la guerra nace su primer hijo, Ernesto, el 26 de mayo de 1869.

Cuando su niño cumplía un año de vida, una columna española captura a la familia Agramonte Simoni. «[…] busqué en el monte y sólo encontré la seguridad de que el enemigo me había llevado mis tesoros únicos, mis tesoros adorados […]. Qué desolación, amor mío, [...]», relata Ignacio en una misiva en el 6 de junio de 1870.

A este hecho sigue una etapa de separación prolongada durante la cual nacerá su hija Herminia, a quien conocerá solo por referencias de Amalia.

A pesar de todos los infortunios Ignacio Agramonte mantiene confianza en el triunfo. «[…]Ni un momento he dudado jamás que nuestra separación terminará, y volverá nuestra suprema felicidad con la completa libertad de Cuba», escribe el 19 de noviembre de 1872 en su última carta conocida.

Ante tanta temeridad, su esposa le suplica tener cuidado con su propia vida, por sus hijos, por ella y hasta por la Cuba, su patria. Incluso llegó a preguntarle «¿no me amas? ». Esta carta jamás llegó a manos del Mayor, quien murió 11 días después en Jimaguayú.

[Para profundizar en esta historia, usted puede consultar el trabajo Cuando el amor se convierte en leyenda]

Ignacio Agramonte le profesó eterno amor a su esposa Amalia Simoni a través de cartas: «Te aseguro que vacilaría si alguna vez encontrara tu felicidad y mi deber frente a frente; creo que ya te lo dije en otra ocasión. Ojalá nunca se encuentren». Foto: Archivo JR

13. Maceo y María

María Cabrales y Antonio Maceo contrajeron matrimonio   el 16 de febrero de 1866. La joven pareja convertiría en su nidito de amor a la Finca La Esperanza, donde la calma apacible no duró mucho pues ambos estaban comprometidos con la independencia de Cuba y debieron marchar a la manigua.

María de la Caridad, Maceo Cabrales y José Antonio, sus pequeños hijos, fallecieron en la manigua. Junto a Mariana Grajales seguía a su esposo para, tras cada batalla, curar a los heridos.

Cuando finalizó la guerra del 68, viajaron por Jamaica, Honduras, Panamá… y se establecen en Costa Rica. Cuando Maceo volvió a la lucha, María le siguió durante la invasión de Oriente a Occidente.

Tras la muerte de Antonio y el fin de la guerra del 95, dirigió el Asilo de Huérfanos de la Patria que auspiciaron los veteranos de la región, tal vez para paliar los recuerdos del amado y la necesidad de sus pequeños.

De esta forma lo relata en una carta a Alejandro González el siete de marzo de 1897 publicada en la Revista de Historia Cubana y Americana.

Foto: Archivo JR

14. Bernarda del Toro y Máximo Gómez

Muy joven empezó Bernarda Toro, Manana, su vida al lado de Máximo Gómez. Lo acompañó en la manigua en la Guerra de los Diez Años, y en ella perdieron a los dos primeros hijos que procrearon y vivieron los siguientes vástagos sus años iniciales. Lo sigue Manana en su peregrinar, luego de finalizada la contienda, hasta que se establecen en Montecristi, en la tierra dominicana del General.

Así comienza Ciro Bianchi un recorrido sintético por la vida de Bernarda, mujer que se transformó en símbolo de la fortaleza de las cubanas independentistas.

Máximo Gómez era un hombre que ya sobrepasaba los treinta años cuando en Jiguaní, Granma, la conoció. Ella se había incorporado a la guerra junto a sus madres y hermanos, y llevaba informaciones de los españoles a la Sierra Maestra, donde radicaba su cuartel según se describe en el libro Máximo Gómez… Revolución, Cuba y hogar.

Se casarían en una prefectura mambisa con Fernando Figueredo, el marqués de Santa Lucía y Salvador Cisneros Betancourt, como testigos de la unión.

«Tu madre nunca quiso abandonarme y me seguía a todas partes. ¡Cuánto no pasaría!», le escribió Máximo Gómez en una ocasión a su hija Clemencia, cuando ya llevaba 36 años de relaciones con Manana.

Bernarda del Toro Pelegrín (Manana), esposa de Máximo Gómez. Foto: Archivo JR

 

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