Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mensajeros en la zona roja

Universitarios de la Isla de la Juventud apoyan de manera voluntaria en las zonas en cuarentena de este Municipio Especial. Aun exponiéndose al peligro —como muchos cubanos en diferentes tareas— satisfacen las necesidades y demandas de la comunidad en tiempos de la COVID-19

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

El silencio de la comunidad Abel Santamaría Cuadrado –zona declarada en cuarentena por la COVID-19 desde el 13 de abril último— en el municipio especial Isla de la Juventud, sólo se ve truncado por el trasiego y el ir y venir de una brigada de mensajeros compuesta por 15 estudiantes de la Universidad Jesús Montané Oropesa, de este territorio. Ellos visten de verde y casi no se ven sus rostros.

Su labor comprende la entrega de productos de la canasta básica, de víveres e insumos, así como la satisfacción de necesidades personales y el cumplimiento de encargos a las familias que durante 14 días no podrán salir de sus apartamentos. Su accionar se ciñe al primer anillo comprendido desde las calles 55 a 57 y de calle 8 hasta 16 del conglomerado urbano.

Sin perder tiempo comienzan a las ocho de la mañana. Una vez que ingresan a la zona roja ya no es posible salir hasta cerca de las tres de la tarde, hora en que finalizan todas sus tareas del día y almuerzan. El procedimiento al interior no incluye entrar a los apartamentos, a no ser por casos específicos.

Las medidas de protección y prestar atencióna lo que hacen, son sus mayores defensas ante el nuevo coronavirus. Caminan unos siete kilómetros y cada voluntario tiene asignada una escalera cubriendo las necesidades de un promedio de diez apartamentos por estudiante.

«Aunque a veces siento miedo porque estamos en espacios públicos donde fueron confirmados pacientes positivos al SARS-CoV2, me apasiona lo que estoy haciendo porque me hace sentir humana y solidaria con esas personas que no pueden salir de sus casas y reciben todo nuestro apoyo».

Así confiesa Adriana Santisteban Hernández, estudiante de 3er. año de Contabilidad y Finanzas. La joven refiere que en esta actividad voluntaria poseen acompañamiento de los trabajadores sociales, miembros de la zona de defensa y personal sanitario.«Tenemos los medios de protección necesarios como batas, nasobucos y guantes.

«Todos los días antes de entrar a la zona nos explican que no podemos tocarnos los ojos, la nariz ni la boca; nos dicen que no podemos sentarnos en el piso, ni poner nada en el suelo. Antes de salir de la zona nos quitamos el vestuario, lo colocamos en bolsas que son trasladadas para la esterilización en el hospital y nos desinfectamos el cuerpo y el calzado con agua clorada y alcoholizada», comenta Adriana a Juventud Rebelde.

Su colega Frank Maikol Pavón Zayas, alumno de 5to. año de Contabilidad y Finanzas y presidente de la Federación Estudiantil Universitaria en la UIJ, es uno de los mensajeros que traspasa la cinta roja cada jornada para brindar sonrisas, alegría y esperanza a las personas que sufren el aislamiento. Él, predica desde el ejemplo, pues antes de convocar a cualquier estudiante, fue el primero en dar su disposición.

«El llamado nos llegó del Consejo de Defensa Municipal (CDM). Los estudiantes que estamos participando somos de distintas carreras como Agronomía, Informática, Derecho, Contabilidad y Lenguas Extranjeras. Me siento útil porque el aporte que realizamos es muestra de la formación humanista que caracteriza a la juventud cubana», afirma.

El joven pinero considera que lo más importante es lograr que las familias se sientan complacidas con el trabajo. «Nosotros lo mismo le buscamos el pan, que le llevamos el puré de tomate, le cobramos la chequera o le facilitamos implementos de aseo. Las personas nos dan muestras de agradecimiento, algunos nos adelantan que cuando se acabe la pandemia nos invitarán a un almuerzo en sus casas. Pero lo más hermoso es el sentimiento de familiaridad que se va creando, ellos nos sienten parte de su hogar».

Por su parte, Adriana cuenta que «al llega escuchamos expresiones como: ¡Llegaron nuestros niños! Eso me hace sentirme en confianza y a gusto. Ellos incluso se preocupan por nuestra salud y si llega el almuerzo y aún no lo hemos ingerido nos piden que lo hagamos y que descansemos. Hemos encontrado vecinos que se desesperan pero la situación de “encierro” que viven; pero otros nos defienden. En ese momento digo: vale la pena este sacrificio».

Sentimientos encontrados

«Estar dentro de la zona en cuarentena no es comparable a ninguna experiencia que antes haya vivido. El miedo no se aparta de ti, percibes escepticismo, te invade la incertidumbre, existe un mutismo total», detalla Frank, quien asegura que estando dentro te preguntas: «¿Qué va a ser de la vida de estas personas?, ¿Cuándo se va a acabar el peligro?

«Pero también me siento feliz al ver como los mismos vecinos se ayudan entre sí, se comunican para aliviar los días de reclusión en casa. Y aprecias igualdad, porque a todos se les dan las mismas cosas y el mismo trato tanto por parte de nosotros como del CDM. Nosotros contribuimos con un granito de arena a hacer más fáciles sus vidas», dice el joven.

Al estar en la zona de la cuarentena Adriana piensa mucho en su madre. «Cuando se lo dije me apoyaron, aunque como sabemos todas las mamás se preocupan y la mía, aunque es del sector de la Salud Pública siempre tiene el temor que me pase algo. Pero sabe lo importante que es para el país y para mi Isla este aporte. Antes de salir de casa me dice que me cuide, que no me acerque mucho a las personas, pero en sus ojos no disimula la satisfacción que siente de lo que estoy haciendo».

Amor en rojo

Otras historias de esta proeza nos llegan a través de Dariel Pérez Rodríguez y Thalia Elicelia González González, quienes son novios desde hace tres años. Ambos estudian en la UIJ y cursan el 4to año. Ella en la carrera de Lengua Inglesa y él en Ingeniería Informática. Los dos trabajan también en la comunidad Abel Santamaría como mensajeros.

«Me resultó cómico cuando un hombre me llenó una hoja con las cosas que le hacían falta; eso sí me dijo que todo no era para un día, pero sí lo que necesitaba. El listado tenía escrito: aceite, frazada para limpiar, pollo, salchicha, café, mayonesa, cobrar la chequera, comprar el gas, entre otras. Todavía me acuerdo y me río. Ya lo ayudé con algunas…», cuenta Dariel, quien además revela que se conoce el nombre de todos los integrantes de los núcleos familiares que atiende.

Thalia afirma que una vez se enfrentó a un hecho que la entristeció. «El edificio que está al frente del que me corresponde no está en cuarentena. De allí me grita un día una señora de 70 años que es impedida física y vive sola. Me pide ayuda para que le comprara algunas cosas pues no podía salir. Aquello me rompió el corazón; no pude auxiliar pues ponía en riesgo su vida. Entonces se lo informé al presidente de su consejo popular y luego supe que le asignaron a una trabajadora social. Eso me tranquilizó».

Para Dariel constituye una fortaleza participar de esta labor con su novia, pero no esconde que a veces la sobreprotege, intenta ayudarla y hacerle sus tareas. Thalía asevera que nunca antes en los años de noviazgo ambos habían estado tan preocupados por la salud del otro, pero que gracias a que están juntos se siente más segura.

«Nuestro deseo es que todo pase rápido, pero para eso es preciso que las personas cumplan con las medidas de distanciamiento social y que se queden en su casa, para que no tengan que pasar por lo que ahora mismo viven estas familias que ayudamos. Nosotros seguiremos aquí hasta que nos necesiten porque sólo con amor y altruismo es posible ganar esta batalla», concluye Dariel.

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