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Camilo, de Lawton a la eternidad

El Héroe de Yaguajay cumpliría este seis de febrero 90 años de edad. A propósito de su natalicio, Juventud Rebelde publica un suplemento especial

Autor:

Monica Lezcano Lavandera

¿Qué cubano no conoce a Camilo Cienfuegos, el Señor de la Vanguardia? Ese que vino en el Granma, se batió en la Sierra y bajó al llano para hacer a Cuba libre. De ese hombre que tanto se ganó el cariño y la admiración de la nación se pueden escribir muchas historias, y su impronta resalta en todas las generaciones, en los centros educativos que llevan su nombre, en las tantas muestras de homenaje que a diario protagoniza el pueblo.

Pero del Camilo niño, el adolescente, el joven habanero nacido en Lawton, ¿cuántas personas saben su historia? Suele suceder que a los héroes se les conoce solo por sus grandes hazañas, y se habla menos de la vida sencilla y común que tuvieron antes de convertirse en leyendas. En ese empeño de rescatar su figura más allá de los libros de texto, la Casa-museo que lleva su nombre —pequeña y humilde vivienda donde nació el 6 de febrero de 1932— deviene lugar mágico, diferente, en el cual aún vive el espíritu de ese muchacho que bien pudiera ser un amigo de estos tiempos.

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Infancia sin lujos

A la sombra de un roble en la calle Pocito no. 228 —otrora no. 71—, entre San Anastasio y Lawton, en el capitalino Diez de Octubre, un colectivo de trabajadores comprometidos se encarga de que Camilo se siga pareciendo a su pueblo. Eugenio Rosales Soler, museólogo y licenciado en Historia, describe la vida de la familia Cienfuegos Gorriarán con una pasión tremenda, que hace al visitante no perder ni un segundo de explicación.

«Nace en un cuartico apretado aquí en el apartamento, pero debido a que su padre se queda sin trabajo deben mudarse varias veces dentro de La Habana, pues apenas podían pagar los alquileres. En el mismo Diez de Octubre realiza sus estudios de primaria y secundaria, y luego ingresa a la escuela anexa de San Alejandro, pero solo pudo estudiar Arquitectura durante tres meses, ya que el dinero que entraba a la casa era muy poco. Comenzó a trabajar en la sastrería El Arte, donde fue mozo de limpieza, mensajero, mojador de tela… hasta que pasa a ser dependiente», explica Rosales Soler.

Al visitar el museo descubrimos que el joven Camilo —debido a la crisis económica por la que atravesaba su familia— viajó a Estados Unidos en 1956 con la esperanza de encontrar un trabajo con mejores ingresos. «Fue con un visado de 29 días y estuvo dos años huyendo de las autoridades migratorias, pues podían deportarlo», indica.

Mientras Camilo probaba suerte en el país del norte, Fidel asalta el Moncada y elabora su programa de La historia me absolverá. Al llegar Camilo a Cuba conoce sobre todo lo que sucedía en su tierra, y se llena de esa pasión revolucionaria que lo convenció de buscar al hombre que proponía una Cuba libre, donde todas las personas tuvieran derechos. «Por eso vuelve a Estados Unidos, para hacer dinero y bajar a México a buscar a Fidel», relata el profesor de Historia.

En las paredes de lo que fuera el comedor de la familia, resaltan un artículo suyo en el periódico La Voz de Cuba que condena la dictadura batistiana y una carta enviada a su amigo José Antonio Pérez, quien era administrador del rotativo: «Mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en las primeras líneas cuando se combata por el rescate de la libertad y la hombría. Es imposible para mí permanecer alejado de los problemas. Cuba, en estas horas negras, necesita de cada ciudadano, de cada hombre, su mayor esfuerzo; el mío fue, es y será pequeño, pero será íntegro para ella».

En otra misiva de 1956 le escribía: «A mi modo de ver las cosas, hay un solo camino digno de terminar la situación actual y con sus responsables: seguir la causa de Fidel. Llevar las cosas hasta un punto en que el Gobierno se vea obligado a las elecciones generales con verdadera pulcritud. De lo contrario que corra la sangre. Fidel afirmó que este año seremos libres o él morirá. Yo desde hace mucho estoy con él, me lo había jurado y lo cumpliré».

Los muchos Camilo del pueblo

Apenas era un jovencito de 24 años cuando —tras convencer a Fidel— se enroló como último expedicionario del Granma. «El desembarco fue muy duro, igual que la lucha en la sierra. Fue el primero en bajar al llano del Cauto, donde se luce como estratega, se gana los grados de Comandante y usa por primera vez el sombrero alón que le regaló un guajiro de la zona. Fue mucha su hazaña, y decisiva, como la de Yaguajay», precisa Eugenio.

«A Camilo todos lo respetaban, lo querían; era un hombre de pueblo. Después del triunfo de enero de 1959 siempre andaba con los bolsillos llenos de papeles con inquietudes de la población», argumenta para dejar claro que el hombre de las mil anécdotas fue para Cuba un hijo inigualable.

Mantener a flor de piel esas emociones es la principal meta de la Casa-museo (Monumento Nacional); por eso organizan encuentros con las escuelas primarias, secundarias y preuniversitarios del municipio de Diez de Octubre. «Realizamos conversatorios —a modo de museo móvil— en los que llevamos la historia a las nuevas generaciones», afirma Eugenio, sin dejar de referirse a las visitas diarias que realizan las instituciones a este centro de importancia local y nacional.

Ese lugar también le da vida a la comunidad, no solo por rescatar la imagen de Camilo, sino también porque desarrolla un amplio programa sociocultural. Cada tercer jueves del mes, la peña Por el camino verde reúne a vecinos, artistas y a quienes deseen sumarse para intercambiar ideas, divertirse y estar cerca de la historia. También los espacios del patio acogen diariamente a los abuelos.

En la búsqueda de información, Dayana Álvarez Arteaga, estudiante de licenciatura en Contabilidad, acude a esta Casa, ubicada en su mismo barrio. Fotos: Abel Rojas Barallobre

Noventa años han pasado desde que Emilia y Ramón trajeran al mundo a Camilo, y hoy en la casa se respira el orgullo, tanto en el televisor que le regaló a su madre con el primer sueldo, en las fotos, el bate, la pelota, en su sombrero alón, como en el pueblo que se reúne para rendirle homenaje. Camilo sigue siendo Camilo, y eso Cuba no lo olvida.

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