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Nuestra televisión debe ser cada vez más culta

El director de televisión Roberto Cornelio Ferguson, acreedor del Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida en su edición de 2022, se ha ganado el respeto y la admiración de quienes reconocen en él la valía de un hombre dedicado a su trabajo y comprometido con los valores de nuestra sociedad

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Cuando cada emisión del programa televisivo ¡Bravo! concluye, su presentador, el Doctor Ismael Albelo, reitera el slogan que lo distingue: Por una televisión más culta. Esa es la máxima que guía a su director, Roberto Cornelio Ferguson, quien desde 1969 trabaja en el Instituto Cubano de Radio y Televisión, donde se ha ganado el afecto de todos.

Tan solo su apariencia física inspira respeto (elevada estatura, rostro afable pero serio, voz de trueno), aunque resulta realmente impresionante que con solo mencionar su ilustre apellido —de origen gaélico antiguo y muy común en Irlanda y Escocia— todos en la institución se refieran a él como el Maestro.

Hijo de obrero y ama de casa, criado en La Habana, y con una modestia tan elevada como su talla, Ferguson ha trabajado sin cesar en aras de lograr lo que Albelo enuncia cada vez. «Nuestra televisión debe ser cada vez más culta, desde los pasillos por donde transitamos hasta el producto televisivo que presentamos. Necesitamos mantener la credibilidad, la calidad, el entendimiento de lo que es valioso para la audiencia, el respeto a nuestra historia, a nuestros artistas, a nosotros mismos».

Así lo ha hecho durante los 54 años de su vida que ha dedicado a trabajar en este medio. Y aunque el Premio Nacional de Televisión, recibido en 2013, y el recién concedido Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida en su edición de 2022 —entre otros reconocimientos— reconocen su empeño, el verdadero agasajo es ese que se palpa a cada paso en la institución.

«¿Qué haces aquí? ¿Te rajaste?, le preguntó su madre al verlo llegar de Santiago de Cuba, pues apenas habían transcurrido diez días desde que Ferguson había partido de la capital a cumplir su servicio social en la provincia oriental.

«Cuando estudiaba en la universidad yo integré el grupo de teatro lírico, canté en la Cecilia Valdés, donde debutó Alina Sánchez, dirigida por el maestro Roig y Miguel De Grandi. Trabajé en grupos de teatro aficionado, e incluso, ya estando en el Icrt, actué en el grupo Rita Montaner. Tal vez eso influyó en que me enviaran a pasar el servicio social en el Conjunto Dramático de Oriente.

«A mi llegada supe que yo iba a ser el quinto asesor, y realmente el grupo se presentaba pocas veces. Por eso me agradó la idea de ir a Tele Rebelde, fundado ese mismo año, y estudiar en el curso Dirección Integral de Televisión, preparado por el entonces presidente del instituto,  Jorge Serguera, con los mejores profesores del momento.

«Al ser licenciado en Historia, me propusieron dirigir el Noticiero, donde se contaba la historia diaria de la Revolución. Realmente el Noticiero no era mi aspiración, no era lo que me interesaba. Me apasionaba el dramático, los musicales…, pero no me arrepiento de haberme iniciado allí. Lo habitual, lo inmediato del noticiero me dio una fuerza técnica imprescindible para mi trayectoria posterior, para el manejo del switcher, por ejemplo, que me ha servido para otros programas.

«Acepté la propuesta, pero no me dediqué solamente al Noticiero, donde estuve 25 años. Trabajé con Ana Lasalle haciendo teatro y comedia, con Cholito haciendo zarzuelas y operetas, con Nelson Dorr también… con Lilian Llerena en Los Relatos sobre Lenin, con el actor Enrique Molina. Yo quería crecer en mi desarrollo y no me limité al género informativo.

—Al cabo del tiempo, ¿se siente feliz de haberle dado ese giro a su vida?

—Sí. Impartir clases o dedicarse a la investigación eran los perfiles habituales de un graduado de Historia en mi tiempo. Deseché la segunda opción desde el mismo instante en que la Doctora Hortensia Pichardo me llevó al Archivo Nacional y mi nariz se rebeló en medio de los papeles guardados, porque soy muy alérgico. Dedicarme a la enseñanza me atraía, pero no como única actividad de mi vida.

«Mi madre siempre me dijo que ella estaba segura de que yo trabajaría en la televisión. Era un niño, rodeado de familias de clase media cuyos hijos, amigos míos, tenían televisor y yo siempre iba a sus casas a ver los programas, hasta que mis padres pudieron comprar un Hallicrafter de madera con una pantalla de 14 pulgadas. Conocía artistas, horarios de programas, todo, y me imaginaba dirigiendo todo aquello de alguna manera.

«El director es o no es. Se lleva en la sangre el don de mando, de organización, de aunar talentos en función de una obra en común, de saber quién sirve y quién no. Se pueden cursar estudios de todo tipo y no ser un buen director. La dinámica de la vida es la que determina…».

—Pero siempre hay que estudiar, ¿no? Usted también pasó el curso…

—Mi verdadero curso fue el Noticiero. El día a día, los acontecimientos de último minuto, trabajar en vivo. Eso es lo que te hace director o no.

«Fíjate que yo presido la Comisión de Evaluación Artística de Directores de Programas de Televisión, pero estoy consciente de que no se es director porque se monte un ejercicio de evaluación o se defienda un programa un día especial… Me pidió Armando Hart, entonces ministro de Cultura, estar en la comisión y acepté porque me sentía comprometido con mi historia anterior. ¿Sabías que a mí me devaluaron?

—Jamás lo hubiera imaginado…

—Pues sí, porque mis compañeros, lamentablemente, siempre menospreciaron el género informativo. Como mi base era el Noticiero, y aunque yo presenté obras del género dramático, me devaluaron. Después dieron marcha atrás a esa errónea decisión, porque incluso de mis trabajos presentados había prestigio a nivel internacional, como finalista de un concurso. Y en parte, por esa razón, presido la comisión, para que no pasen incidentes de ese tipo.

—¿Cuál es su programa nunca hecho, el proyecto que ha quedado pendiente?

—Me he dedicado a la televisión, aunque para cine, digamos, están mis documentales Giselle eres tú, (1987), Danzar para ti (1989) y El milagro de la danza (1994). Me ha quedado pendiente una telenovela y ya no creo que pueda hacerlo porque a mi edad y con el ritmo que demanda un producto de esas características, no sería del todo posible. Pensé que tendría la oportunidad cuando, estando en el Noticiero, al cabo de más de 20 años, se gestó la idea de una telenovela con coproducción cubano-angolana con el título de El secreto de la muerta.

«Viajé a Angola como parte de un equipo de trabajo que permaneció seis meses, como avanzada, pero en realidad el proyecto no se ejecutó. Todos enfermamos de paludismo, y el productor principal, Gabriel Arenal, realmente mostró un cuadro grave de salud, por lo que venir a La Habana fue la mejor solución.

«A mi regreso de Angola, ya no continué en el Noticiero. Me sumé a la División de Programas Musicales, y los festivales de ballet los hacía siempre yo, junto a Artigas y Juan Antonio Miguel, y en la actualidad los sigo haciendo.

«Cuando surgió la Mesa Redonda, me pidieron dirigirla porque me he ganado la fama de ser seguro ante el switcher, de tener nervios de acero. No es tan así, pero imagínate… Si yo soy el director tengo que mantener la ecuanimidad para que mi equipo de trabajo asuma su tarea con seguridad.

«Estuve una década en ese programa, soy fundador, y al principio, cuando el caso del secuestro del niño Elián González, lo hacía yo todos los días, y recordemos que Fidel estaba siempre en el estudio y duraba el programa mucho más de una hora. Luego fui alternando con los directores Francisco García y Joaquín Betancourt, y al retirarme del proyecto continúe en la Redacción Política Informativa para cubrir momentos especiales, como las tribunas de cada sábado».

—¿Por qué considera que se ha ganado el respeto en la institución?

—Además de mis años de experiencia, creo que ha sido porque respeto a todos. Me llevo bien con todos, y trato de que aprendamos juntos. Me consideran seguro, ecuánime y así me aprecian los que han trabajado conmigo siempre. «Pueden caer rayos y centellas y Ferguson da seguridad», han dicho, y eso puede que resulte significativo.

—¿Cuál mensaje les transmitiría a los directores de televisión?

—A los directores en ejercicio y a los que aspiran a serlo, me gustaría decirles que siempre busquen más, que no se encasillen en un género y que apuesten por programas en vivo. Los programas grabados acomodan y laceran, un tanto, la espontaneidad. Atreverse cada día, ser osados, diversificarse…

 

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