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«Fidel me puso en el cariño de Cuba»

A 25 años de su regreso a Cuba, Elián González Brotons rememora las preguntas de aquellos días y los encuentros del Comandante en Jefe con su familia

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Después que el avión aterrizó, Elián miró a su padre y pidió: «Papá, yo quiero ir para Cuba». Jun Miguel González sonrió. Enseñó las multitudes que saludaban desde las calles, recorrió con la vista las banderas ondeando en medio de las ovaciones y dijo: «Estás en Cuba».

Era el 25 de junio de 2000 y había pasado casi medio año desde que el 25 de noviembre de 1999 el niño apareciera flotando a la deriva frente a las costas de los Estados Unidos sobre una cámara de neumático, después que se hundiera la embarcación rústica donde viajaba con su madre, fallecida en el naufragio.

Ante la negativa de los familiares en La Florida de atender el pedido de Juan Miguel para que su hijo regresara, el país inició un reclamo internacional que, mediante comparecencias televisivas, marchas y movilizaciones de todo tipo, logró el regresó del pequeño.

Ahora ese niño es un joven de 31 años, esposo y padre de una niña de cabellos rubios, que se le abraza al cuello en el Centro Fidel Castro Ruz. En la sala, comienza a hacer el recuento de esos días y cuando habla de su petición al padre, explica:

«El problema es que, para mí, Cuba no era el país. Cuba era Cárdenas, mi escuela, mi barrio, mis amigos, mis juegos mi familia. Lo otro era muy grande y no lo entendía. Después lo comprendí, poco a poco, con la ayuda de todos y, también, con la ayuda de Fidel».

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El encuentro transcurre en una de las salas del Centro Fidel Castro Ruz. Elián ha asistido al encuentro Con luz propia y que, en esta vez, lo conduce la colega Yunet López Ricardo, investigadora de la institución.

El joven viste un pulóver gris. En un primer momento, se proyectó un material con imágenes de él con Fidel. Ensimismado, Elián lo observó sin pronunciar palabra, con los gestos contenidos. Luego vinieron las respuestas a las preguntas de Yunet y las realizadas por el público. Lo que aquí se recoge, es una síntesis de esa intercambió que duró dos horas.

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«Fidel dio todas las posibilidades a mi papá -cuenta Elián al rememorar los primeros momentos de la lucha por su regreso—. Ofreció, incluso, la oportunidad de salir, encontrarse conmigo y quedarse; pero mi padre dijo que no. Su deseo era que me devolvieran y así lo hizo saber. Entonces el Comandante advirtió que la pelea no sería fácil. En aquel momento, Fidel necesitaba conocerlo, mirarlo a los ojos. Luego fueron muchos encuentros y siempre, cada vez que se iba a tomar una decisión, Fidel llamaba a mi papá y lo consultaba».

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«Hay cosas que uno las comprende después. En los primeros tiempos lo que se hizo fue evitar que mi trauma no se agudizara. Fidel no quiso que me abrumaran, ni que nadie intentara perturbarme. Por eso siempre defendió el espacio de aquel niño. Nosotros no nos fuimos para La Habana. Regresamos al mismo lugar: a la misma escuela, la misma maestra, los mismos amiguitos, los mismos juegos, el mismo barrio. Todo eso para proteger a un niño. Así descubrí a un pueblo, que se puso en función de defender mi inocencia. Y ese descubrimiento me llevó a la otra relidad: yo estaba en el hogar de todos los cubanos; porque Fidel fue quien me puso en el cariño del pueblo de Cuba».

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«Después del regreso, yo tenía que armonizar dos cosas. Sencillamente, ellas no encajaban en mi cabeza. Allá me habían dicho que Fidel era un demonio. Pero cuando llegué, desde la mentalidad de un niño, había algo que me hacía pensar: si ese hombre es tan malo, entonces, ¿por qué mi papá se lleva tan bien con él?

«Otra cuestión era las cosas que mandaba. No era nada material. Eran los muñequitos de Cuba, los animados, lo que todo niño quiere ver; porque yo deseaba volver a mi lugar y no me dejaban. Mi papá decía: “¿Esto te lo manda Fidel”? Y yo pensaba: “¿Por qué este hombre tan malo me manda cosas o hace cosas para que yo vuelva al lugar donde yo quiero estar?”.

«La primera vez que lo vi, me impresionó. Es que él impresionaba cuando aparecía y uno veía su estatura, el uniforme y aquella barba blanca. Después lo veía saludar a la familia, notaba el afecto; pero lo que más llamaba la atención era verlo sentado en una conversación con los adultos, y de pronto aparecía mi hermanito y ordenaba: “¡Firmes!». Y Fidel se paraba en firmes. “A marchar”, decía mi hermano. Y Fidel se ponía a marchar. ¿Ustedes se imaginan eso? ¿Un niño poniendo a marchar a Fidel? Y luego empezaba a jugar con mi hermanito. Hasta que un día no aguanté más y yo también me puse también a jugar con Fidel».

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«Una vez, después de un acto, Fidel se acercó a mi papá. “Juan Miguel -pidió-, préstame a Elián, que quiero llevarlo a la casa a almorzar”. Me montó en el auto y durante el almuerzo explicó las propiedades y ventajas de los alimentos. Después nos sentamos a conversar. Yo estaba en el 12 grado y andaba con todas las preocupaciones de la formación vocacional. Tenía mis ideas, pero no me decidía por una especialidad. Entonces empecé a hablar del tema, de lo que yo pensaba. En el encuentro había otros compañeros, que aportaron sus criterios; pero, en ese punto, Fidel no habló. Lo único que hizo fue escuchar, y aquello me sorprendió porque yo quería oír su criterio.

Yo me preguntaba una y otra vez, incluso después de la conversación: “¿Por qué Fidel no dijo nada?” Pasó el tiempo, yo decidí mi carrera y un día mi papá me cuenta que él y Fidel se sentaron una vez a conversar. Ahí el Comandante dijo: “Juan Miguel, Elián ya creció y es una persona de bien; pero hay que dejarlo que sea él quien elija su vida”. Entonces comprendí la razón de su silencio: él quería que fuera yo quien tomara la decisión, por mi propio deseo, por mi propia cabeza, y él quería respetar ese criterio».

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«Yo no sé sí soy la persona a la que el pueblo de Cuba ha aspirado —expresa Elián ante una pregunta del público—. Yo creo que no. Yo creo que todavía estoy lejos de ese ideal. Tampoco creo que sea yo quien deba decirlo, ni que este sea el momento de hacerlo. Algún día, cuando me haya ido, cundo ya no esté, alguien podrá decir: “Sí, él fue la persona que ese pueblo aspiró”. Lo que sí puedo asegurar es que ese individuo, por el que tanta gente luchó, trata de concretarse cada día. Ese ideal de persona está por hacerse y lo que sí puedo decir es que, todos los días, Elián González trata de alcanzarlo».

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«¿Cuántas veces hablé con Fidel? Muchas, aunque fueron más las quise hacerlo y no pude. Yo sabía que, por sus responsabilidades, yo no podía estar todo el tiempo con él. Sin embargo, Fidel siempre iba conmigo. Si él estaría en mi graduación, mi meta era esforzarme al máximo. No es que yo tuviera que ser el mejor, ni pasar por encima de nadie; pero sí tenía que esforzarme con honestidad para lograr lo más que yo pudiera con mis capacidades. Y así lo hice, aun cuando él no pudiera estar.

«En mis cumpleaños, empezaban a llegar los regalos, pero yo preguntaba: “Papá, ¿cuándo viene Fidel?”. Porque yo lo que quería era eso: estar con él y con los míos. Más nada. Pero, ¿saben? A pesar de que no podíamos estar todo el tiempo juntos, él y yo teníamos nuestra manera de comunicarnos. Bastaba un gesto o un toque en el hombro o el brazo. Sin embargo, la principal ocurría en alguna actividad, cuando él pasaba rápido y me abrazaba. Yo sentía que me apretaba fuerte y con ese abrazo aparecía un calor, un cariño muy grande. Entonces yo hacía lo mismo. Lo apretaba con fuerza. Y ese era nuestro momento. Ahí, en esos segundos, que eran de nosotros nada más, ahí era cuando más conversábamos Fidel y yo».

Propuestas de foto: Imagen de Fidel con Elián González abrazados o cercanos en una actividad

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