El Comandante en Jefe siempre tuvo claro que, si no se unen quienes creen en una idea, la lucha está perdida. Autor: Avilarte Publicado: 25/11/2025 | 01:03 am
Cuando los grandes hombres se van, batidos por el misterio de la muerte, quedan los espacios que habitaron, el uniforme que vistieron, las botas que calzaron, pero como mayor herencia a los descendientes: sus ideas, caminos seguros para entenderlos, aprenderlos y ponerlos a batallar en la actualidad. Así sucede con Fidel casi una década después de su partida, pues ante los enormes peligros que acechan a Cuba, resulta vital volver una y otra vez a su pensamiento, y descifrar ahí los modos en que empuñó la más poderosa de sus armas políticas: la unidad, sobre todo esa dentro de las fuerzas revolucionarias y de la que depende la fortaleza de este pueblo.
Hoy, frente a métodos más sofisticados y la saña con que siempre los enemigos han agredido a esta Isla, lograr y sostener esa unión es uno de sus mayores desafíos, y para conseguirlo no hay mejor manual o guía que el ejemplo del hombre que por más de 60 años fue, como expresara la destacada filósofa Isabel Monal, «un bordador de la unidad y de la formación de conciencia del pueblo cubano».
Su liderazgo indiscutible, inteligencia profunda, empatía con su gente, y esa costumbre de estar siempre en la primera línea de cualquier combate, fueron los cimientos sobre los cuales el Comandante erigió la unidad, el frente que tanto defendió desde el inicio mismo de su lucha. Cuando en 1952 Fulgencio Batista irrumpió en Columbia con un Golpe de Estado, Fidel sabía que, en esa ofensiva, necesitaba de todos los empeños, y trató de articularlos.
Largas fueron sus conversaciones con otros revolucionarios y fuertes los debates con el fin de establecer alianzas entre las fuerzas a pesar de divergencias en cuanto a las formas para alcanzar el objetivo común. Se acercó a organizaciones como el Movimiento Nacional Revolucionario, filas de donde sumó para su Movimiento a Faustino Pérez y Armando Hart; y cuando su determinación apuntaba hacia el cuartel Moncada, logró unir en torno a su idea lo más puro de aquella juventud: miembros de la ortodoxia, obreros, estudiantes… No se trató de una labor sencilla, ardua fue su tarea, pues habló con cada uno de ellos, les explicó sus razones, y los convenció. Esta obra de orfebre, la de aunar esfuerzos, fue siempre uno de sus métodos de lucha, y la continuó en la cárcel, y después durante el exilio en México.
En quien Fidel vislumbraba talento, coraje y transparencia, trataba de incorporarlo a su ejército. De ahí su interés hacia Frank País, el bravo santiaguero que pertenecía al ARO, Acción Revolucionaria Oriental, y que él supo, con hechos más que palabras, atraer para combatir al enemigo común. También por eso, esencialmente, se reunió con José Antonio Echeverría, el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, la noche del 28 de agosto de 1956 en el Distrito Federal, y redactaron una carta que fue como firmar la unidad entre las dos organizaciones.
Después, en la Sierra Maestra, a la par de los fusiles, luchó por la unión entre los frentes revolucionarios. La llegada de tres dirigentes de la Federación Estudiantil Universitaria a la montaña, en octubre de 1958, ratificó, en el escenario de la guerra, lo acordado en la Carta de México, como siempre decía uno de aquellos muchachos, Juan Nuiry, quien llegaría a ser capitán del Ejército Rebelde.
Asimismo, el Comandante intentó la aproximación con el Directorio Revolucionario, los ortodoxos, los comunistas, y a pesar de incomprensiones puso por encima de todo la necesidad de la unidad, imprescindible para el triunfo. Así, llegó incluso a convencer a personas que no compartían su estrategia, como algunos del Partido Socialista Popular.
Fidel supo darse cuenta de que, si no se unen los que creen en una idea, la lucha está perdida, y eso lo tuvo muy presente en los tiempos de la guerra y en los de la Revolución. En los primeros años de la década del 60 enfrentó el sectarismo, la microfracción, y cuando hubo quienes, desde dentro de las propias filas revolucionarias, intentaron dividir, la respuesta de Fidel fue enérgica. Jamás abandonó la trinchera de la explicación oportuna, profunda, y la persuasión a través de argumentos irrebatibles.
El Comandante en Jefe puso la unidad por encima de todo, y con exactitud y paciencia, logró la unión de todas las agrupaciones juveniles en la Asociación de Jóvenes Rebeldes, y la de las organizaciones revolucionarias, incluida el histórico y fuerte Movimiento 26 de Julio, en las Organizaciones Revolucionarias Integradas, que devino en 1962 en el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, y tres años más tarde en el Partido Comunista de Cuba, columna fundamental que se mantiene hasta hoy.
Este proceso de constitución, de construcción de un frente único de lucha, no fue camino fácil, pero sí posible, en gran medida, por la genialidad de Fidel, que lo convirtió en un verdadero ejercicio de diálogo, análisis de puntos de vista, logro de consensos; pues la batalla por la unidad, después de ganada la guerra contra la dictadura, se intensificó para hacer posible el éxito de la Revolución.
El Comandante del Ejército Rebelde José Ramón Machado Ventura, testigo de todas estas etapas, recuerda que Fidel buscaba el consenso, pero no por ley, él lo construía, que es distinto. «La unidad la tenía por delante de todo. En las reuniones le dolía que hubiera diferencias, le dolía que tú no entendieras tal cosa, no era que: “Este no entiende, déjalo que no sabe nada, no vamos a hacerle caso...”. No, a él le molestaba porque siempre buscaba la unidad; y le gustaba que la gente hiciera, pero no por la consigna, no porque lo mandaban, sino porque entendían por qué debía ser así», manifiesta en el libro Fidel Castro, el arte de gobernar.
En ese sentido, el lúcido intelectual Abel Prieto recuerda una enseñanza del Comandante: «Él dijo una vez algo tremendo, creo que fue en los años 90, dijo que los revolucionarios estábamos obligados a tocar todas las puertas, ir de puerta en puerta llevando la verdad de la Revolución, y aclaró: como misioneros. Es decir, que estamos obligados a hacer eso cotidianamente, a ir a cada persona, no considerar a nadie perdido, a no ser que se hubiera vendido al enemigo, se hubiera convertido en un mercenario, en un traidor.
«En Palabras a los intelectuales, en 1961, expresó que había que acudir a los intelectuales, aunque no fueran revolucionarios, si eran honestos, había que acudir a ellos y convocarlos a la gran tarea educacional y cultural que se proponía la Revolución». Abel mira a Fidel como el gran gestor de la unión entre pueblo y Gobierno, entre pueblo y Partido, entre la dirigencia y la población. «Él nos enseñó que por esa unidad había que trabajar con ideas, pero también con el ejemplo moral, “no mentir jamás, ni violar principios éticos”. Si quieres que la gente te siga, —Fidel nos enseñó eso una y mil veces—: tú tienes que ser un ejemplo, tú no puedes ser un capitán Araña, que manda a otros a sacrificarse y quedarte tú en una posición cómoda».
Sin dudas, fue él quien, con su ejemplo en cada batalla, con sus valores, su modestia, su capacidad de escuchar a los otros, su poder de convencerlos, de dar razones y no imposiciones, forjó la base de nuestra unidad, esa que, hasta el día de hoy, sigue salvando a la Revolución.
El 1ro. de enero de 2024, Raúl, su querido hermano, asido a él desde la cuna y las ideas, guardián siempre de Fidel y su pensamiento, aclaró que la unidad revolucionaria está basada en los principios que tan certeramente definió el Comandante en su reflexión del 22 de enero de 2008: «Unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis. Unidad significa la lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario (…) Debemos evitar que, en el enorme mar de criterios tácticos, se diluyan las líneas estratégicas e imaginemos situaciones inexistentes».
Después, habló de esa unidad, la no surgida por arte de magia, sino construida entre todos de forma paciente, ladrillo a ladrillo; de las claves para lograrla: modestia, honestidad, apego a la verdad, lealtad y compromiso; la llamó «nuestra principal arma estratégica», la cual ha permitido a esta pequeña Isla salir airosa en cada desafío; y nos convocó a cuidarla más que a la niña de nuestros ojos, pues es el escudo contra el que se estrellarán, una vez más, todos los planes del enemigo.
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