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Siembra inmortal de una vida fulgurante

Fidel llegó escoltado a Santa Ifigenia el 4 de diciembre de 2016 por la convicción de un pueblo que lo amó hasta lo más hondo y que, en presente, aún lo aclama y añora

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

 

Todas las banderas permanecían izadas a media asta aquel 4 de diciembre de 2016 cuando, en las primeras horas de la mañana, Santa Ifigenia abría sus portones infinitos de la historia para recibir a un gigante eterno, de esos que paren las épocas una vez en los siglos. 

Allí, en el rebelde suelo oriental, quedó sembrado en la línea de los fundadores de la Patria, junto a Martí, Céspedes y Mariana, el hombre que cristalizó en verde olivo los colores de la esperanza: Fidel Castro Ruz.

No llevaba a su cita con la inmortalidad ningún artificio material más allá de su fidelísimo nombre, porque, cuando una vida se consagra a lo más noble y puro de los sentimientos humanos, «toda la gloria del mundo», martianamente, cabe en un grano de maíz. 

Fidel llegó escoltado a Santa Ifigenia por la convicción de un pueblo que lo amó hasta lo más hondo y que, en presente, aún lo aclama y añora en la plaza. El Comandante en Jefe no es un héroe idealizado ni figura en el acertijo manido del culto a la personalidad, pero es, sencillamente, la razón fecunda de nuestra lucha y el estandarte que nadie podrá arrebatarnos.  

La Revolución lleva su nombre de hijo barbudo, rebelde y audaz, como la Patria asume sus símbolos más leales. Fidel solo reposa fulgurante mientras Cuba batalla con sus ideas al frente, en la primera trinchera. 

De él recordaría su hermano de vida y guerrilla, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, durante la despedida que le tributó el pueblo santiaguero el 3 de diciembre de 2016, horas antes de su siembra infinita: «La permanente enseñanza de Fidel es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer, hace una evaluación correcta de cada situación y no renuncia a sus justos y nobles principios».

El Líder Histórico de la Revolución Cubana nunca abandonó ese compromiso con el tiempo, que es también un compromiso ético con la historia. Por eso sigue vivo latiendo entre millones: porque fue ejemplo, escuela y pueblo. Un hombre así jamás muere, más bien se multiplica hasta la raíz de la Patria mientras los enemigos acérrimos continúan sin encontrar, siquiera, una ilusoria respuesta.

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