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Jardín de héroes, una obra teatral para jóvenes

La pieza se apropia de variados aspectos y detalles presentes en las versiones realizadas por prominentes autores en torno a la historia de los personajes clásicos Orestes y su hermana Electra

Autor:

Osvaldo Cano

Luego de alzarse con el premio Calendario que auspicia la AHS, Jardín de héroes subió recientemente a la escena de la sala El Sótano de la capital. Dirigida por Lizette Silverio y asumida por el Estudio Teatral La Chinche, el texto del novel dramaturgo Yerandy Fleites se hizo «carne» gracias a los esfuerzos de tan bisoño colectivo. La mutua colaboración no es obra de la casualidad, sino que se debe a que tanto el autor como el grupo ubican al centro de sus preocupaciones los temas y dilemas que acosan a los más jóvenes.

Con Jardín..., Fleites consigue una obra profunda y desenfadada, donde la ingenuidad, las sentencias y salidas propias del lenguaje popular, o la sistemática reducción de la noción del héroe trágico y su destino manifiesto, devienen constante. La pieza repasa y se apropia tanto de aspectos esenciales como de detalles apreciables en las versiones realizadas por prominentes autores en torno a la historia de Orestes y su hermana Electra. La terrible venganza que deben consumar, es retomada aquí con total desprejuicio y un aire entre cándido y cínico, que resulta uno de sus rasgos distintivos.

La capacidad para abordar de un modo profundo y nítido la realidad, la calidad de los diálogos, la coherente estructura dramática, el modo desprejuiciado y sincero con que se apropia de la tradición precedente, y en especial su temprana madurez, hacen de Jardín de héroes un texto de singulares valores.

El mayor mérito de la puesta de Lizette Silverio estriba en la selección. Digo esto porque el montaje no alcanza a remontar la altura del texto. En honor a la verdad, hay que apuntar que se conforma con ilustrarlo, renunciando a interactuar con él, a asumir el aire desenfadado y franco que lo caracteriza, a dotarlo de una verdadera aura juvenil. Precisamente la ausencia de un juego escénico equivalente al propuesto por Fleites en su obra, las escasas composiciones generadas, las pausas innecesarias y un aire marcadamente escolar que se pone de relieve, por ejemplo, en la reiterada necesidad de hacer desaparecer diferentes elementos de la vista del espectador, conspiran contra el resultado final.

Del elenco, compuesto en su totalidad por jóvenes intérpretes, sobresalen Giselle Sobrino y Dailenis Fuentes. Sobrino asume con soltura y naturalidad el difícil rol de Electra. Temperamento, fuerza dramática y una rara capacidad para transitar por emociones diversas, son sus mejores armas. Encuentro en ella una extraña y escasa capacidad para guiarse por la intuición hacia el punto exacto que reclama la ficción. Fuentes, en cambio, apuesta por una teatralidad más pomposa, recurre a los tonos graves, amortiza la falta de vivencias con un compromiso emocional que se traduce en un desbordamiento bien dosificado.

Otro que convence por su organicidad y simpatía, amén del hecho de apoyarse inteligentemente en la gestualidad y el trabajo corporal, es Marcel Hernández. Buena voz y presencia escénica son los mejores aportes de Raúl Capote, un actor en quien se perciben atisbos de lo que pudiera ser una caracterización interna y compleja. Tanto Capote como George Luis Castro —otro intérprete con potencial— no fueron suficientemente exigidos; justamente esa es la principal razón del escaso desarrollo observado en sus respectivos roles. A Julieta León le falta madurar su propuesta, interiorizar aún más los conflictos de Electra y hallar los medios para hacer efectiva la transmisión de los mismos de modo tal que convenza al auditorio.

La diferencia de lenguajes utilizados por el elenco —algo realmente contradictorio, si tomamos en cuenta que se trata de un colectivo relativamente uniforme en términos de edad y formación—, el escaso vuelo del espectáculo, un diseño sonoro que no fue suficientemente explotado (en particular la posibilidad de que los propios comediantes tuvieran mayor protagonismo a la hora de ejecutar la música), o la parquedad de la propuesta visual, son también aspectos a atender y desarrollar en un montaje que recién comienza su vida productiva. En las manos de los líderes del Estudio Teatral La Chinche está la posibilidad de hacer madurar una puesta que tiene el nada despreciable mérito de abrirle las puertas a Yerandy Fleites, un autor que —estoy seguro—  dará mucho de qué hablar en el futuro.

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