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El alma en el rostro

Bajo la idea curatorial del documentalista Roberto Chile, 26 artistas cubanos decidieron rendirle un merecido homenaje, desde la plástica, al maestro Oswaldo Guayasamín

Autor:

Jaisy Izquierdo

Guayasamín, el hombre que llevaba en su faz y pincel la raza de América, no podía ser visto de otra manera que no fuera mirándole a los ojos, tal vez por aquello de que son el espejo del alma.

Su rostro nos llegó augurado en El regreso (Ernesto García Peña) de aquel que había vaticinado: «Siempre voy a volver. Mantengan encendida una luz». Y retornó multiplicado: el gran retratista, el maestro que en cuatro ocasiones dibujó a Fidel, y también a Raúl, a Núñez Jiménez, a Pablo, Silvio y a Eusebio Leal, esta vez fue retratado, y no una vez, sino muchas.

Así, en su cumpleaños 91, lo reflejaron 26 artistas cubanos unidos bajo la idea curatorial del documentalista Roberto Chile. Y entonces no faltó un Choco, que viera la cara del maestro Entre dos colores, como a través de un filtro donde su fisionomía indígena se trastoca con la africana. ¡Como si no fueran lo mismo! Tampoco Ernesto Rancaño se privó de traerlo al Presente, en el aleteo incesante de un colibrí; mientras Osvaldo García fundía en El abrazo de la esperanza todas las manos, con esos dedos robustos y alargados que hacían estremecer los óleos de Guayasamín.

A otras alas más altas, las del cóndor, lo remontó Fabelo, devolviéndole el título de vencedor de las encarnizadas luchas contra los toros, como en aquellas celebraciones peruanas donde el ave representa al indio, y la bestia al conquistador.

Cuenta Chile que el principio de este homenaje partió de algunas fotografías tomadas al pintor, las cuales repartió entre los artistas del patio para que lo interpretaran a partir de sus fabulaciones pictóricas. No todos se dirigieron por este camino, y decidieron incluir también la vista de la Capilla del Hombre, o recrear el motivo para una silla manteña, como la que hoy se puede apreciar en el centro de uno de los salones de la Capilla.

Nelson Domínguez, premio nacional de Artes Plásticas, también escogió una ruta más alegórica de donde emerge El hombre volcán. Según me confiesa, para él «Guayasamín pudo haber nacido con un rostro diferente, ser más grande o más bajo de estatura, pero su interior y la fuerza de su obra siempre iban a emanar de sus orígenes, al igual que un volcán que no puede contener su fuego».

Otra pieza curiosa que incluye la muestra no dibuja el rostro de Guayasamín, sino el de Fidel. Se trata de una reproducción del primer retrato que el artista le hiciera al Comandante en Jefe de la Revolución Cubana en el temprano año 1961, y que lamentablemente se encuentra desaparecido. Es Agustín Bejarano quien ahora nos lo rescata a través de su pincel, y lo hace acompañar de la paleta de colores con que pintó el cuadro. Su acción no es más que un guiño a Guayasamín, pues él acostumbraba a regalarle a Fidel la paleta dedicada; pero en esta ocasión Bejarano le agradece a su amigo Chile por haberle permitido participar en el proyecto.

Roberto Chile convocó precisamente a este hombre de complexión robusta, y que entonces cumplía 42 años (la misma edad con que Guayasamín pintara el cuadro), para revivir las pinceladas perdidas. Tomaron como referencia obligada el discurso que diera Fidel durante la ceremonia de inauguración de la Capilla del Hombre, donde describía detalladamente sus recuerdos de aquel encuentro.

«Encontramos unas pocas fotos del cuadro en los archivos de la prensa, tomadas cuando el pintor hacía entrega del mismo a Fidel. A partir de esas instantáneas, traté de ser fiel no solo a la obra sino a la manera en que él realizaba sus cuadros. Recuerdo que comencé por la mañana y a primeras horas de la tarde ya estaba casi concluido», rememora Bejarano, al tiempo que me señala otros retos del empeño:

«Como las fotos eran en blanco y negro tuve que interpretar, a partir de los colores que Guayasamín usaba para sus pinturas, que eran terrosos, ocres, verdes óxido, en sepias y amarillos. Me propuse además reproducir el gesto, acercarme a su manera de dirigir el color y los claroscuros.

«Este cuadro se aproxima a las dimensiones del original, y trata de ser fiel a las proporciones y a la técnica del espatulazo enérgico que lo caracterizaba; aunque este tiene muchas menos pinceladas que las que daba Guayasamín, digamos que hice una síntesis».

Bejarano se confiesa como un alumno frente a un gran maestro, y no puede olvidar, de sus días de estudiante de la Escuela de Arte, dos exposiciones del pintor ecuatoriano en Casa de las Américas.

Chile tampoco puede olvidar la obra «estremecedora» de Guayasamín como tampoco al hombre que fue, y a quien tuvo la oportunidad de conocer.

«Me viene a la memoria cuando Fidel fue a hacer una visita a Ecuador, en la que yo lo acompañé. Escuchaba por la radio que su anfitrión iba a ser Oswaldo Guayasamín, el pintor, y yo me preguntaba quién sería este hombre. Tuve la suerte de conocerlo cuando invitó a Fidel a recorrer su casa museo. De ese día guardo un sinnúmero de recuerdos: en sus palabras me parecía estar reviviendo la Conquista. Sus cuentos eran increíbles, como también lo era la fogosidad con que hablaba.

«Después de aquella ocasión lo vi varias veces. Recuerdo especialmente cuando pintó el último retrato de Fidel. Pero lo que más me marcó de él fue su obsesión con la Capilla del Hombre; el proyecto se convirtió en un tema recurrente que salía en todas sus conversaciones: creo que hablaba hasta solo de ello, era su gran sueño.

«Lamentablemente no la pudo ver, pero sus últimos años los dedicó por completo a esa obra. Le corría por la sangre ese ardor del hombre que sufre por su raza, que defiende en todo momento al negro, al mestizo, y a todos aquellos que sufrieran las penas de la colonización; dejándonos toda esa carga en sus obras».

Quienes por estos días visiten la Casa Museo Oswaldo Guayasamín, podrán encontrar las luces del pintor entre estos cuadros, que antes de ser colgados en estas paredes habaneras estuvieron presentes en la Capilla del Hombre, en Ecuador. Pero si el caminante decide recorrer la planta alta de la casona, la cual sirviera de taller al autor de La niña azul, hallará que un nuevo diseño museográfico se une al homenaje.

«Si antes la obra del artista aparecía solamente en los dormitorios, ahora proponemos exponer en este gran salón todas las piezas que tenemos en la colección, que es considerable, e incluye pinturas, grabados, esculturas y hasta ilustraciones. Esta faceta suya nunca antes se había exhibido en la casa museo, y ahora lo hacemos con un libro de grandes dimensiones que le fuera dedicado a Fidel. En él se cuenta la historia de la conquista de América, y Guayasamín lo acompaña con grandes aguafuertes y litografías que son como hojas sueltas», precisa a nuestro diario Aliana Martínez, directora de la institución, quien agradeció el apoyo prestado por Pablo Guayasamín, el hijo del artista y presidente de la fundación que lleva su nombre.

«La Fundación Guyasamín nos donó toda la obra documentalística que existe acerca del autor, y gracias a Pablo pudimos conocer muchos detalles que nos ayudaron a completar felizmente este nuevo montaje. Él nos dijo que a su padre le gustaba tener desnudos sobre la cabecera de la cama; y como en la colección teníamos varios, pues complacimos el gusto de Guayasamín.

«Ahora también será posible apreciar naturalezas muertas alegrando su comedor, y al subir las escaleras se podrá apreciar su visión de sus subidas a Quito, en dos grades paisajes de la ciudad».

Así, el autor y sus cuadros de ojos desmesurados, regresan a La Habana, en la mirada de nuestros pintores y en el regazo de las paredes coloniales de la Casa Museo, con toda la fuerza de quien, al cabo de casi un siglo, vuelve a nacer «joven, eternamente joven, renovador y creativo».

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