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El tocayo cubano de John Lennon

La historia de Juan Lennon es un homenaje a The Beatles —esos revolucionarios de la música— en su cincuentenario y constituye una obra que hay que agradecer y aplaudir

Autor:

Frank Padrón

Si hubiera que elegir la puesta en escena más popular de la temporada, nadie le quitaría el primer puesto a La historia de Juan Lennon, que desde inicios de junio se presenta, con desbordante público, en el Café-Teatro del Centro Cultural Bertolt Brecht.

Escrita por el cubano-estadounidense Pepe Piñeyro, narra las vicisitudes del cubano Juan Pérez, roquero frustrado y fan de Lennon, quien al llegar como «marielito» a Miami es bautizado por error, desde el aeropuerto, con el apellido del mítico ex Beatle, cuando aquel lo invoca a manera de chiste.

Al morir allá con apenas 50 años, Carmelina, la viuda, regresa a Cuba para cumplir su última voluntad: esparcir las cenizas en el parque del Vedado que lleva el nombre del legendario autor de Imagine.

En su puesta de un texto que, con ribetes casi todo el tiempo humorísticos, aborda asuntos muy serios, el trovador Enriquito Núñez, dirigiendo al grupo Teatro de las dos orillas, consigue un equilibrio escénico encomiable, al explotar un espacio mínimo compartido por dos actores y, al fondo, la banda de rock Miel con limón.

Valga resaltar el balance entre música (tanto la incidental, admirablemente diseñada por el director general de tan decisivo rubro, Juan Carlos Rivero, y la ejecutada en vivo por el ensemble) y textos, de modo que lo mismo intra que extradiegéticamente, aquella desempeña un esencial rol dramático apoyando lo que se dice.

A propósito de ello, aun cuando casi todo a nivel de diálogos es agudo y sugerente dentro de los códigos de la comedia, y por tanto eficaz, por momentos, sobre todo a mitad de puesta, se aprecia como cierta tendencia a la banalización, a la procura de una risa fácil, lo cual es entendible teniendo en cuenta que el autor, ingeniero de profesión, aunque persona, como se aprecia, de indudable sensibilidad artística —y melómano, por más señas— no es dramaturgo de formación.

Afortunadamente, el texto retoma alas en el desenlace, reforzado por un video que muestra el primer homenaje realizado por músicos cubanos a Lennon en 1990, lo cual aporta un verdadero clímax.

Respecto a las interpretaciones, doblemente importantes en una puesta que como se puede inferir se apoya esencialmente en ellas, Mariela Bejerano logra animar con energía y vitalidad esa «cubana rellolla» que es la viuda Carmelina; mejor en «la estatua» de Lennon, en tanto más sutil y contenido, Michel Labarta no logra un desempeño orgánico al asumir a Juan, a veces tendiente a la caricatura y a una proyección demasiado externa, incluso con problemas de dicción, esforzado todo el tiempo en hacer simpático al personaje, cuando logra precisamente y con frecuencia, lo contrario.

La banda Miel con limón, con una sobresaliente voz femenina, varias cuerdas masculinas muy expresivas y una plataforma tímbrica e instrumental bien proyectada, se ajusta a la música emblemática (Lennon & McCartney, el primero en solitario o hasta algún villancico tradicional) con una perspectiva sui géneris, que sin traicionar la almendra de esos, verdaderos clásicos, aporta lo suyo, a veces generando inevitables reservas (ciertas disonancias en los contracantos de Woman) pero casi siempre convenciendo (al captar, digamos, la grandeza sinfónica de Lucy in the sky with diamonds y Hey, Jude, o la gracia irrepetible de All you need is love).

Homenaje a The Beatles —esos revolucionarios de la música— en su cincuentenario,  La historia de Juan Lennon constituye una obra que, por tanto, hay que agradecer y aplaudir.

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