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Sobresaturados de comparsas y drones

Este año el jurado buscó la diversidad que aportara e iluminara, volvió a correr el riesgo de distanciarse de los gustos más generalizados, y colocó el mayor número de nominaciones en las obras que tienen como intérpretes a Pancho Céspedes, Alain Pérez, Ibeyi y D’Corazón

 

Autor:

Joel del Río

Si alguno de mis lectores, o yo mismo, tuviéramos paciencia para contar la cantidad de clips que en la Isla hacen un uso abusivo e injustificado del dron (pequeña aeronave que permite espectaculares tomas aéreas controladas en remoto), o que utilizan como «gancho» comparsas de bailadores sin ningún sentido dramatúrgico ni artístico, sino como figuración ornamental y prescindible, nos daríamos cuenta de que la mayoría absoluta de la producción anual está gobernada por estos y otros lugares comunes, empleados muchas veces con superficiales criterios de estar a la moda, y cumplir con los códigos que, supuestamente, deben regir el video musical cubano. Este año el jurado buscó la diversidad que aportara e iluminara, volvió a correr el riesgo de distanciarse de los gustos más generalizados, y colocó el mayor número de nominaciones en las obras que tienen como intérpretes a Pancho Céspedes, Alain Pérez, Ibeyi y D’Corazón.

El grupo de los más nominados está liderado por Pancho Céspedes, preferido indiscutible del jurado a juzgar por las ocho categorías en que concursa Todavía, producido en 2015 y hasta ahora no exhibido en la Televisión Cubana, pero que finalmente compite en las lides de mejor video del año, dirección, producción, fotografía, edición, vestuario, dirección de arte y canción. El tema le dio nombre al respectivo disco de Pancho Céspedes, y por ello recurre a un estilo retro muy de acuerdo con el tono filinero y bolerístico del fonograma. En esa línea estilística, el realizador Joseph Ross le rinde homenaje al séptimo arte en general (vemos al cantautor entrando en una sala oscura y viendo una película), y en particular al clásico Sin aliento, cuyo director Jean-LucGodard renovó el lenguaje del cine a finales de los años 50. El director de fotografía, Alexander González, conquistó un récord de cuatro nominaciones por su labor, no solo gracias a Todavía, sino también por Amanece (Yomil y El Danny), Vuelos (De Cuba) y Ángel (Waldo Mendoza).

Una cuerda más luminosa, carnavalesca y polícroma, pulsa Ross en ADN, que también le da nombre al más reciente fonograma del siempre inquietante Alain Pérez. Lo curioso es que, a pesar de la diversidad de estilos, este realizador domina los códigos del video coreográfico, e integra a los virtuosos bailadores a una historia de ajuste de cuentas al interior del trío que conforman los personajes presentados en el texto de la canción, al tiempo que se recrea con belleza el paisaje trinitario (venido a cuento no solo por su atractivo plástico y turístico, sino porque en esta localidad nació el músico, quien está hablando, además, de información genética o sentido de pertenencia) y se empleó un vestuario que recuerda el folclor cubano o el teatro vernáculo. Por estas, y otras virtudes, resultó nominado como mejor video del año, producción, edición (Daniel Diez Jr, quien también se encargó de Todavía), vestuario, coreografía y música popular bailable.

Empatados con Alain Pérez, por el número de nominaciones, alcanzaron seis las hermanas Ibeyi y el grupo D’Corazón, por Deathless y Pata de conejo, respectivamente. Ellas proponen el video más conceptual y sugerente entre los elegidos para mejor del año; lo dirige Ed Morris, el mismo que las condujo en el excelente Come to the River. Las Ibeyi le cantan esta vez al sempiterno poder de autogeneración inherente a los seres humanos, en particular las mujeres, mientras una de las hermanas nace constantemente de la otra, en eterno proceso de germinación y recomienzo. Con toda justicia, Deathless está nominado como mejor del año, fotografía, edición, vestuario, efectos visuales y música fusión.

Si no vuelves, entre los más nominados, buscará el premio del público.

 El realizador Omar Leyva tuvo un año excelente, en tanto presentó, que yo recuerde, tres obras de vigorosa edición, provocador trabajo cromático, y con muy diversos propósitos: Rumba, con Yoyo Ibarra y Mayito Rivera; Gallo de pelea, con Casabe, Moncada y Buena Fe, y Pata de conejo, que fue dirigido, fotografiado y editado por él con muy escasos recursos y amplio derroche de imaginación a la hora de presentar una iconografía surrealista, humorística por lo discordante y ecléctica, que utiliza a fondo tanto al cantante como la figuración, todo dentro de una suerte de retorno a la inocencia que destaca por la singularidad y la frescura.  El video fue reconocido como uno de los mejores del año, dirección, producción, edición, efectos visuales y música fusión.

La escala de los más nominados por el jurado se adorna también con las cuatro o cinco menciones que ganaron Amanece (Yomil y El Danny), Afromambo (Roberto Fonseca) y Si no vuelves (Gente de Zona), este último puntero dentro de la selección de los más populares junto con, por supuesto, Súbeme la radio (Enrique Iglesias, Descemer Bueno, Zion y Lenox), Toda una vida (Leoni Torres, quien clasifica en esta selección todos los años desde 2007), Háblale claro y Príncipe azul (ambas de Diván, la segunda junto con Chacal), la agradable sorpresa de Turn Up the Radio (Sweet Lissy Project), Qué sorpresa (Alexander Abreu), Lo prometido es deuda (Yoyo Ibarra), La Sirenita (Charanga Latina) y el ya mencionado Gallo de pelea.

Entre los diez temas elegidos por el público, más de la mitad recibieron alguna nominación del jurado, aunque solo tres de ellos parecen situarse en la preferencia de los especialistas, y estoy pensando en Gente de Zona (mejor producción, dirección, video del año y música urbana), Enrique Iglesias (producción, música urbana) y Sweet Lissy Project (mejor dirección y música rock).

No obstante, tampoco hemos cubierto todas las bases una vez que se mencionen los videos más populares y los elegidos por el jurado en varias categorías. Solo tres nominaciones (mejor animación, mejor dirección y trova) alcanzó esa joya de la animación y el video musical en Cuba que se titula Pequeña historia de amor, cantada por Kelvis Ochoa y realizada por Ermitis Blanco. La ternura y la delicadeza del relato idílico, sin cursilerías, se combinan con una suerte de antología de estilos de animación, muy coherente con las diversas etapas que una relación atraviesa cuando tiene la fortuna de mantenerse viva durante mucho tiempo.

Deathless, de Ibeyi y realizado por Ed Morris, clasifica tal vez como el video más conceptual y sugerente entre los elegidos para el mejor del año. 

Un fabuloso juego con las texturas y el rayado propone también el muy hermoso Pa’ que vuelvas (Tony Ávila, dirigido por Lester Hamlet), aunque algunos juzgaron fatigoso el recurso visual que precisamente lo distingue; y al amor pero no tanto a la pareja como el que inspira todo lo bueno y trascendental que uno ha vivido, el amor por las raíces y el legado, se respira también en el lírico y emotivo La tempestad (Silvio Rodríguez y Buena Fe, con dirección de Marcel Beltrán), cuyos valores fueron desconocidos por completo a pesar del poderoso entramado de sugerencias simbólicas entretejidas por los correlatos de la letra de la canción y su conjugación con las imágenes de filiación documental.

A pesar de que existieron algunas obras muy notables, puede decirse que 2017 fue un año de escasos asombros en términos de video musical, embarcado, según se aprecia, en un itinerario cuyas principales estaciones parecen inundadas por la estandarización, el comercialismo más cómodo, y la clonación de una cierta funcionalidad mil veces probada. Muy pocos de nuestros realizadores se atreven a recrear estéticas que se aparten de la trilla común, y un conjunto muy exiguo intenta hablar los idiomas de la experimentación o la intertextualidad intencional y significativa, dos lenguajes que, en otras épocas, se vincularon con frecuencia al video musical cubano dotándolo de una impronta artística y autoral, capaz de trascender, o sublimar, el sello de obra concebida para promocionar un cantante y su nuevo disco.

Lucas ha cumplido 20 años, y es tiempo de soplar igual número de velitas, no sin antes pedir en silencio, para que se nos cumpla, el deseo de que se mantenga la impronta de diversidad artística y elevación cultural que marque la diferencia. Y la diversidad no se logra solamente vistiendo de distintos y chillones colores a un ejército de bailarines en comparsa, ni la elevación se alcanza con un lente instalado en un dron que lo sobrevuela todo con alejada indiferencia.

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