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Apellido de madera y voluntad de hierro

Murió el cuerpo del destacado actor cubano del cine, la radio, la televisión y el teatro Salvador Wood Fonseca, pero queda su ejemplo humanista

Autor:

Luis Hernández Serrano

Los hombres más nobles y puros —aunque su cuerpo se haya convertido en volátil ceniza— no se desaparecen en la selva de la historia, y mucho menos en el corazón de sus seres más queridos, sus compañeros, sus vecinos y sus amigos, sino que se atreven, buscan lugares inexplorados, descubren verdades desconocidas y abren otros caminos. El actor, poeta, humanista y hombre de bien consagrado a la virtud, Salvador Wood Fonseca, ha hecho lo mismo y su estela de cariño y arte permanecerá para siempre.

Un día dialogamos con Salvador, en unión de su adorada esposa Yolanda Pujols González, hace más de diez años y nos habló de cómo puso a prueba su corazón y se casaron, y tuvieron dos niños: una hembra, Yolanda, y un varón, Patricio (ella socióloga y él también actor), después vinieron los primeros retoños…

De aquel encuentro con este artista famoso por su calidad profesional, era dueño de una de las conversaciones más jocosas que conocemos, aunque en realidad no era el cómico típico. De ahí que al preguntarle si le había dicho alguna «mentira piadosa» a su esposa Yolanda, se rió y respondió: «Bueno, no me atrevo a jurarlo, pero delante de ella estoy obligado a decir que no».

Salvador nació el 24 de noviembre de 1928, en Santiago de Cuba, igual que su compañera de la vida. «Por la estirpe paterna de los “Wood”, el único que tuvo el coraje de ser actor de teatro, de radio, de televisión y de cine, he sido yo», confesó con una sonrisa sincera.

Vino a La Habana en 1946, a sabiendas, como nos dijo, de que «el municipio es el Universo, pero a veces es bueno salir un poquito del municipio», comentó sin perder ni un milímetro de un humorismo suave y respetuoso.

Ya en el instante de aquel traslado en busca de otros aires en el oeste, ya era actor de teatro y de radio en Santiago, como su propia novia Yolanda. «Sí, me costó mucho trabajo enamorarla. Muchas mujeres no son fáciles y ella estaba entre las difíciles. No, los versos vinieron después, la enamoré en prosa, pero limitadamente, porque aunque parezca mentira, he sido y soy muy tímido, aunque de vez en cuando me he defendido, claro, como actor», argumentó.

Nos contó Salvador que se tuvo que enamorar «sin remedio» de Yolanda, porque a su lado sus ojos le alumbraban hasta el alma y a través de su mirada, él veía la suya. Por eso se fugó con un grupo de teatro de Santiago rumbo a Santa Clara a ver si podía olvidarla. «Pero me resultó imposible y al regresar a la tierra natal de los dos, allá me esperaba la leona, de nuevo», que no rugía, pero le imponía respeto.

Olvidó él y lo recordó Yolanda entonces que le había dejado a ella una carta tratando de explicarle que la empezaba a querer un poco, documento que le hizo pensar a ella que él no estaba enamorado de otra actriz.

El cumpleaños de Salvador fue celebrado por sus compañeros de la Cadena Oriental de Radio en su propia casa y él invitó a Yolanda, una especie de «emboscada amorosa». Cumplía 20 años y le pidió a la Virgen de La Caridad de El Cobre que si no llovía ese día, estaría sin bailar hasta las doce de la noche, como compensación por el favor que le pedía.

«Y parece que la Virgen me dijo: “Bueno, Salvador, está bien, podemos entrar en ese arreglo. Y no llovió. Los demás bailaban y yo tranquilo, respetando el acuerdo con la Virgen. Y al llegar la hora convenida, invité a bailar a Yolanda. Era un bolero. Los boleros animan a cualquiera. Y así terminamos de novios, hasta ahora», recordó.

Y llegó a la radio

Salvador empezó en la radio en 1943, en un programa especial sobre el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina de 1871. Hizo el papel de uno de los estudiantes fusilados. «Después vino el teatro. Mi primer reto en él fue con 17 años, en 1945, organizado por el Cuadro de Comedia y Arte Dramático creado en Santiago por el actor matancero José María Béjar. Fue en la obra Don Juan Tenorio, de Zorrilla. Béjar hacía el tenorio y yo su contrafigura, Don Luis Mejías, obra en verso, un clásico del teatro romántico español», evoca.

«Le siguió en 1952 mi primer susto de la Televisión, en un programa de Paco Alfonso, en el Canal 2, dirigido por Jesús Cabrera, donde hice por primera vez un personaje campesino. Después de eso he hecho 18 campesinos distintos. Más tarde, en 1960, debuté en el cine en un documental bajo el título de Chinchín, donde hice el papel de otro campesino. El director fue Humberto Arenal y el fotógrafo el canadiense Harry Tanner. Se filmó en Jovellanos, Matanzas».

Se emocionó mucho al encarnar a Carlos J. Finlay en la televisión, pero donde nuestro ilustre entrevistado fue más feliz como actor y sintió un mayor impacto emocional, fue en la película El Brigadista, en 1976, porque allí debutó su querido hijo Patricio Wood.

«También me marcó muchísimo como actor (continúa Salvador) el papel de José Martí en un programa que conducía Pedro Álvarez, en el que Yolanda encarnó la figura de mi esposa-novia Carmen Zayas Bazán. ¿Te imaginas eso?».

Como entrevistador, aquel memorable día me impactó saber por él mismo que era un profesional empírico, sin escuela y que aprendió primero observando y preguntando a los actores académicos.

«Aprendí mucho de Juan Carlos Romero, gran director; de Alejandro Lugo y de otros que harían penosa la lista por un olvido involuntario. Y como no tenía academia, me veía en una enorme desventaja. Por eso tuve que estudiar yo solo, leer mucho y vine a beber en las técnicas del célebre Stanislavski después de 1959. Pero me he mantenido actuando sin parar, y en 2006 participé en la película Listos para la Isla. Ah, y olvidaba decir que yo también encarné en la televisión a Carlos J. Finlay, otro papel que me conmovió.

«¿De Yolanda? —Aprendí lo que mis amigos y admiradores dicen que soy como actor y como ser humano, lo que el público de teatro, televidente y radioyente, dice que sé hacer. Pero no olviden nunca lo que nos recordó Yusimí González, jefa de programación de la radio, que “¡detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer!”.

«Y digo más: a los 80 años me declaro esperanzado en seguir actuando, enamorado de una actriz que tuvo el valor de casarse conmigo un día 24 de noviembre de 1949. Y cuando un actor tan entrado en años quiere seguir trabajando con el apellido de “Wood”, que quiere decir en inglés “madera”, es porque tiene voluntad de hierro».

El poeta Salvador

Cuando Salvador y Yolanda cumplieron nueve años de casados, el actor —desconocido como poeta— le escribió esta décima: «Nueve brillantes luceros/ te están besando la frente,/ y en tus labios un ardiente/ llamear de besos primeros./ En tus ojos carceleros/ he visto un sueño de armiño/ arrugándote el corpiño/ para contigo jugar./ Mejor será confesar:/ ¡Estoy soñándote un niño!».

Y antes de 1959, desde su exilio revolucionario en Venezuela, a Cojímar, donde residió tantos años, le redactó un grupo de otras espinelas, como estas: «Algún día he de volver/ a mirarme en el cristal/ de tu azul rada de sal/ con mi niña y mi mujer./ Será volver a nacer/ el alba de mi regreso/ y en el castillo do preso/ tu pueblo estuvo humillado,/ sobre sus piedras, callado / a la Patria daré un beso».

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