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Un Quijote de ciencia contra molinos de viento

Aún convaleciente de la COVID-19, el inquieto intelectual cubano Luis Álvarez Álvarez aseguró a JR que nada liquida tanto la capacidad creadora como la convicción de ser perfecto

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY. El investigador Luis Álvarez Álvarez (el «Profe» para muchos), premio nacional de Literatura en 2017, a quien se dedicó la 30ma. Feria Internacional del Libro de La Habana 2022, es un Quijote contemporáneo de verbo muy agudo.

A sus 71 años de edad acumula unos 200 textos publicados, entre ensayos y libros, destinados a ayudar a entender el proceso cultural en desarrollo y consolidación de esta nación, «la que nace de una cultura inmensa y genuina», asevera.

Su prosa científica no solo es resultado de una muy rica trayectoria de inagotable lectura e investigación social por más de cuatro décadas ininterrumpidas, sino también de pertenecer a una familia cómplice total de sus proyectos.

Tuve que agenciármelas para no repetir lo que otros colegas de esta ciudad, del país y de varias regiones del mundo le habían hecho confesar en cientos de encuentros con la prensa, y aprovechar bien aquella tarde en la salita-vestíbulo de su entrañable hogar, ubicado en la calle República, que comparte con su compañera en la vida y la profesión, la también notable investigadora Olga García Yero.

Durante el dialogo con JR, sus palabras sinceras lo describieron sin vacilación: «Del corazón sale todo lo que digo y escribo», premisa que mantiene como hilo conductor, ya no de este encuentro, sino de su vida toda.

Álvarez Álvarez no ha dejado de crear ni en los peores momentos de esta pandemia, la cual «tocó» a sus puertas hace solo unos días, pero la venció. Gracias al poder de las novedosas herramientas que ofrecen las tecnologías digitales, le envié luego al Profe estas preguntas, que respondió pausadamente, pero con agudeza, como suele ser; y con apego a una de sus mayores cualidades: «Decir siempre la verdad, aunque incomode».

Sin embargo, sorteó con ética algunas cuestiones personales y otras que «por modestia prefiero no hacer públicas», como afirmó ante la insistencia periodística.      

—Maestro, ¿qué les diría a los jóvenes, y muy especialmente a los jóvenes artistas e intelectuales cubanos?

—Que la primera cuestión imprescindible es trabajar sin descanso. Hay una antigua frase en latín: nulla dies sine linea. No dejes pasar un día sin leer o sin escribir, aunque sea una sola línea.

«La segunda regla esencial es el sentido autocrítico, la modestia. Uno siempre tiene una laguna que llenar, una pregunta que responderse, algo que mejorar… Nada liquida tanto la capacidad creadora como la convicción de que uno es perfecto: ese es el peor virus que puede destruirnos, el virus de la perfección. Hay que vacunarse contra eso, así como contra la enfermedad letal de la infalibilidad. Y tener cuidado siempre con los “intelectuales” infalibles, que nada tienen que mejorar ni autocriticarse».

—¿Cuán importante es la cultura como proceso que consolida la nacionalidad en el país?

—La cultura es, en cualquier país, la argamasa más honda y firme que sostiene el cuerpo de las naciones. Es un macrosistema de comunicación de valores: establece nuestro vínculo esencial con el pasado y con el futuro y es la base del diálogo imprescindible entre las diversas generaciones.

«La cultura nacional ha permitido trasmitir hasta el presente las mejores ideas de los prohombres cubanos, desde José Agustín Caballero y Félix Varela hasta el momento actual. Cuando Martí escribió en el ensayo Nuestra América que trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra, estaba definiendo la cualidad más formidable de la cultura, capaz de hacernos crecer y defendernos incluso hasta de nosotros mismos. De modo que es una herencia que hay que aprender a cultivar y defender a ultranza».

—¿Qué significa ser cubano?

—Es una cuestión que no se responde nunca de manera categórica. Ser cubano se vincula ante todo con un sentido de lo insular, esa noción intangible de un cierto aislamiento, una determinada independencia, una manera especial de vincularse con lo subterráneo… eso que la generación de Orígenes, tan perceptiva y aguda, asumía como «lo telúrico».

«Esa esencia está asimismo ligada con lo que Cintio Vitier pensaba como tendencia “querenciosa”, afectiva en el tono de lo cariñoso familiar, que es muy frecuente no solo en la literatura cubana, sino también, y sobre todo, en el habla coloquial. Hay muchos equívocos y errores en la imagen más generalizada y muy a menudo extranjera de nuestra idiosincrasia nacional: no a todos los cubanos se les da bien bailar, no todos son fanáticos de la pelota; ni el congrí o el puerco asado son los únicos platos que preparan excelentemente y comen a gusto.

Luis Álvarez Álvarez asegura que del corazón sale todo lo que dice y escribe. Ese concepto lo ha mantenido durante toda su vida.Foto: Yahily Hernández Porto.

«Cuba es más variada y múltiple de lo que mucha gente piensa: nuestra cultura culinaria tiene una tradición variadísima; nuestra creatividad musical es, la historia lo demuestra, muy amplia. Pero nuestro sentido de la afectividad desde el plano de la familia hasta otros muchos más amplios, incluso extrainsular, es invencible.

«No todo en nuestra cultura es fiesta y pachanga: la gran poesía cubana, desde José María Heredia hasta Ángel Escobar, desde José Martí hasta Raúl Hernández Novás, desde Dulce María Loynaz a Reina María Rodríguez, desde Rolando Escardó a Sigfredo Ariel, para hablar solo de literatura, está entreverada de un sustrato de estremecimiento y dramatismo».

—Como miembro de honor de la Academia de Ciencias de Cuba, ¿qué significa la actividad científica para usted?

—La ciencia es una de las fuerzas productivas más importantes. Incluso está sometida a cambios dialécticos trascendentales. Estamos en un momento histórico en que el concepto de actividad científica está cada vez más ligado al de multidisciplinariedad, es decir, a la colaboración entre métodos, lenguajes especializados y epistemologías provenientes de distintos terrenos científicos.

«La ciencia va siendo poco a poco transformada por las necesidades sociales en dominios científicos, integración solidaria de varias ciencias. Ninguna investigación del área o especificidad del saber que sea debe alejarse de esa premisa solidaria».

—¿Qué determina el cambio o revolución científica?

—Ante todo la necesidad social, pero también los cambios de paradigma. Es decir, la necesidad de transformar los modos y la lógica del quehacer científico. Los paradigmas se apoyan sobre todo en la lógica de la ciencia, que es la investigación. Por eso en las universidades las asignaturas relacionadas con la metodología de la investigación deben ser impartidas por profesionales de larga trayectoria y con resultados. Solo un investigador puede formar a investigadores.

«Al mismo tiempo, la investigación no es una actividad aséptica: implica una subjetividad (personalidad) científica, una vocación, una ética, una responsabilidad y postura político-social, un compromiso con la verdad…

«La seudociencia o presentación de procedimientos y resultados falsos, deformes, es la negación de la cientificidad. Tres factores definen la toma de posición en la verdadera ciencia: analizar los hechos en su estructura cabal, examinarlos en sus vínculos con entidades similares de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, y considerarlos en su evolución y dinámica propias, su devenir».

—¿Cuáles son los enemigos de la actividad científica?

—Ante todo la negativa al cambio. Luego el esquematismo y el verbalismo en la labor investigativa. También el dogmatismo seudocientífico y la repetición vacía de esquemas y procedimientos. La ciencia, como el arte, es polo de creación individual y social, y demanda coraje y valentía. Por eso hay que priorizar la formación de investigadores comprometidos con la verdad, el progreso y el desarrollo cabal de la humanidad y las naciones. No hay ciencia sin objetividad, pero tampoco la hay sin pasión.

—¿Sugeriría alguna transformación en este, el evento más importante de la literatura en Cuba?

—La cultura nacional no es un proceso en que se consoliden solo valores artísticos y patrimoniales, sino también científicos y tecnológicos. La Feria Internacional del Libro de La Habana, y de Cuba, se concibió como el evento principal de la cultura del país y por ello está obligada a dar cada vez más espacio a la ciencia y la cultura en la nación. Pero eso significa trabajar duro para consolidar nuestra plataforma científica.

—Y que esta Feria se le dedique a usted, a su quehacer intelectual, ¿qué le deja como profesional?

—Hacer.

—¿Qué es lo que más le preocupa como maestro? ¿Algún consejo a sus lectores, discípulos, colegas, amigos?

—Veo con preocupación un incremento inquietante de doctorados en Ciencias Pedagógicas, que son importantes, pero exigen el desarrollo de las demás ciencias. Necesitamos científicos actualizados, empeñados en un desarrollo orgánico del país.

«También necesitamos leyes de Derecho de Autor que protejan con más fuerza y autoridad las investigaciones nacionales y sancionen toda infracción. La ciencia nunca es neutral: siempre se basa en la ética y el interés social. Los jóvenes deben aprender todo ello como verdad esencial. Y las universidades y otros centros tienen que propiciar una verdadera vocación de investigar».

—¿Qué piensa de haber nacido en la cuna de la literatura cubana?

—Se dice con razón que Camagüey es cuna de la literatura cubana, madre de escritores e intelectuales de relevancia nacional e internacional. Pero se olvida mucho que Camagüey durante años atesoró grandes figuras también de las ciencias. De aquí son los dos primeros médicos cubanos valorados como posibles propuestas para el Premio Nobel de Medicina. El primero, el doctor Arístides Agramonte; el segundo, el doctor Carlos J. Finlay. También es camagüeyana la primera mujer en ocuparse de la alimentación básica del campesino en Cuba, la doctora Gertrudis Aguilera, solo por mencionar algunos baluartes y pioneros de la ciencia en esta ciudad legendaria.

«La idea que subrayo es que hay una muy rica trayectoria de investigadores e investigaciones en esta tierra, de los cuales hay que beber, aprender y aprehender. Hay que preparar a las nuevas generaciones para acercarnos a ese legado.

«Se impone cambiar mentalidades: la cultura exige integración de las artes, literatura, historia, ciencias y tecnología. La juventud cubana actual, como en su día la de Varela, está obligada a dar un gran salto cualitativo hacia un futuro próximo desde esos saberes».

—¿Martí en Luis Álvarez…?

—En Martí he encontrado, más que motivos para crear, razones para vivir. En las enseñanzas de ese pensar profundo martiano se encuentra la esencia de mi obra.

—Usted ha dicho: «Ante los poderosos vientos economicistas que tratan de enfocar el bienestar desde lo material; desde un enfoque puramente económico, y en los cuales se ocultan o disfrazan los verdaderos y urgentes problemas humanos para los que no existen soluciones posibles sin amor a la vida, sin humanismo y solidaridad». ¿Cómo debe asumir la intelectualidad cubana esta trilogía de valores?

—Todo lo que se haga, incluso más allá del quehacer intelectual (y me refiero a todos los entes y actores sociales), debe tener como centro y atributo al ser humano, su entorno, sus problemáticas y aspiraciones. Incluso sus desafíos, retos, propósitos y barreras forman parte, son centro para influir y hasta trasgredir desde la creación; para proponer caminos, y la reflexión es uno de ellos. El arte, la cultura, la creación, tienen que estar en diálogo permanente con el sujeto: su pensamiento, su naturaleza y contexto. Si no, es una propuesta artística vacía, hueca.

—Cuba es el centro de la diana de una guerra de símbolos socioculturales. ¿Cuánto más hay que hacer desde la cultura, la intelectualidad y la investigación social y científica para sobrevivir en un mundo hegemónico, en el que desaparecen identidades de pueblos?

—Lo he dicho, incluso, en escenarios en que prevalecen los periodistas, intelectuales y creadores: las nuevas plataformas del amplio ecosistema digital constituyen, más que novedosos canales para la comunicación, herramientas en las que se definen los destinos de Cuba como nación.

«Hay que aportar a todo ello desde la creación artístico-cultural y desde nuestras verdades, hazañas y atrevimientos para reflejar un país en transformación, que se supera cada vez que supera obstáculos.

«Desde nuestras raíces, orígenes y ética, hay que adentrarse en ese escenario de multitudes con argumentos, también creativos, para convencer. Somos diana, pero somos también un país que repela todo intento colonizador. Somos una nación que tiene la osadía de construirse y perfeccionarse desde sus contradicciones y hasta sus derroteros. Este nuevo escenario demanda, como los anteriores, de inteligencia, compromiso y capacidad para adaptarnos a esos escenarios, sin perder esencias ni el camino».

—¿Su mayor premio?

—Mi mayor premio es mi familia, sin importar el rumbo, y mis amigos más cercanos. En segundo lugar, la posibilidad, que hasta ahora siempre he tenido, de conversar con alumnos capaces de mostrarme algo, de enseñarme lo que no sé, de recordarme que en cada momento de la vida hay algo más a que acceder y comprender.

—¿Sus mayores secretos?

—Sería muy indiscreto revelarlos todos, así que solo te incluyo algunos, si prometes no revelarlos (sonríe): Soy lector ferviente de la narrativa policial… me gusta el fútbol y he asistido a grandes partidos… vi morir a un torero en una corrida y me arrepiento enormemente de haber asistido…

«También he estado en un descarrilamiento de tren, en tres accidentes de avión y en cuatro de carretera. Los pocos que lo saben juran que jamás viajarán conmigo; pero te digo a ti que sí puedes hacerlo: cómo ves, he sobrevivido. ¡Pero no pienso subir jamás a un barco!

«Como el personaje de Shakespeare en Ricardo III, daría «mi reino por un caballo»: para mí no hay nada como montar a caballo. Cuando, siendo un muy joven estudiante me mandaron a trabajar al Escambray, hubo quien pensó que yo iba a detestar   estar allí. Sin embargo, fue una experiencia maravillosa, entre otras cosas porque pude montar a caballo casi a diario… Pero te insisto, por favor: no se lo digas a nadie. Si eres discreta, quizá más adelante te cuente otros secretos».

Senda de lauros

 

Entre sus múltiples méritos, Luis Álvarez Álvarez atesora los nombramientos de Miembro de Honor de la Fundación Nicolás Guillén; Premio a la Crítica Literaria, en 1991; Maestro de Juventudes; Miembro de Honor de la AHS y Profesor Emérito de la Universidad de las Artes.

Se destacan en su pródiga obra Circunvalar el arte: la investigación cualitativa sobre la cultura y el arte; Nicolás Guillén: identidad, diálogo, verso; El rojo y el oro sobre el pecho; y Martí, biógrafo. Facetas del discurso histórico martiano, por mencionar algunos de sus estudios.

Sus más recientes entregas literarias lo realzan como coordinador o compilador de proyectos socio-histórico-literarios que redescubren el pasado y sus acontecimientos desde enfoques y miradas novedosas, y desde una historiografía que revela profundas e interdisciplinarias visiones de los sucesos, como en La luz perenne: La cultura en Puerto Príncipe (1514-1598), o las propuestas Lecciones de vuelo: la lectura en nuestro presente y Cuando la luz del mundo crece. Sesquicentenario de la Asamblea de Guáimaro (1869—2019), que fecundan esas visiones polémicas, auténticas y actualizadas.

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