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Emprendedor con aroma

Romualdo García, más conocido por el Roma, siempre fue un tipo listo para los negocios y para hacer dinero de la nada

Autor:

Jorge Alberto Piñero (JAPE)

 

Romualdo García, más conocido por el Roma, siempre fue un tipo listo para los negocios y para hacer dinero de la nada. Siempre se hartaba de que él vivía del sudor de su trabajo y no estafaba a nadie. Que quien no levantaba cabeza en este país era porque no quería trabajar, y estaba esperando a que le cayera la plata del cielo. Por cierto, y hablando de trabajo, el Roma nunca había laborado en ninguna empresa ni centro estatal reconocido, pero, en cuanto se abrió la variante de cuentapropista, enseguida sacó su permiso para vender
aromatizante. Bueno, eso dice él: «que tiene permiso y paga la ONAT».

Sería injusto si dijera que el aromatizante que vendía Romualdo, en un principio, no era estelar. Y, además, a buen precio. No le faltaban clientes y hasta había creado un slogan que puso en la puerta de su casa: «Aromatizante Roma, siempre deja buen aroma». Con el tiempo ya no era él quien vendía el producto o lo llevaba a la casa de los interesados, porque, además, brindaba servicio a domicilio por un módico «agrego» en el costo.

Ya a Romualdo no se le veía en la bicicleta cargando los pomos de esencia para preparar su codiciado producto. Ahora él era su propio jefe, en emprendedor empoderado, un cuentapropista de considerables ingresos. 

Dejé de verlo hace unos meses porque, además, cambió los lugares donde pernoctaba en el barrio por otros locales de más swing, dignos de su nueva proyección social y alcance económico. 

La pasada semana pregunté por él. Pensé que ya tenía una mipyme, o una red de casas de venta de productos químicos para la higiene del hogar, y me dijeron que no. El tipo se había escachado. Empezó a subir el precio del aromatizante porque según él: «el dólar manda» y uno a uno perdió la gran clientela que, sin pensarlo dos veces, argumentaba que el «aromatizante Roma solo causa dolor: mucho precio, mucha agua y muy poco olor».

Hace unos días me lo encontré en un stand de una feria agropecuaria vendiendo agua. Agua sí, porque nadie me puede convencer de que aquello era refresco. Con su sonrisa de palo me saludó y me dijo: ¿Qué hay, mi hermano? ¡Aquí me ves, en la luchita, tú sabes que yo soy un emprendedor nato! Le extendí mi mano y lo saludé por los viejos tiempos. Luego seguí mi rumbo mientras el Roma discutía con un cliente que le aseguraba que aquel refresco tenía un extraño sabor a aromatizante.

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