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¿Se compran los sueños?

Kárate Do significa la renuncia a las cosas materiales y la búsqueda del conocimiento. Sin embargo, algunos inescrupulosos lo usan en Cuba para enriquecerse

Autor:

Juventud Rebelde

El cobro de las artes marciales no tiene justificación alguna, pues atenta contra la ética. Además, en Cuba praticar deportes es un derecho del pueblo. Fotos: Roberto Suárez«Mamá, a mí lo que me gusta es el kárate», decía el pequeño Juan Manuel camino al tatami. A sus ocho años, no comprendía por qué practicaba judo y no su arte marcial favorita. A su vez, Zoraida Torres Leal sentía un nudo en la garganta cada vez que su hijo le hablaba del kárate.

«Yo hice mis averiguaciones —recuerda Zoraida— y me entero de que estaban dando kárate en un lugar de Alamar. Me dijeron que había que pagar, no recuerdo exactamente cuánto porque fue hace mucho tiempo, pero estaba alrededor de 50 pesos. Yo soy una madre divorciada, con dos hijos, y no podía asumir ese gasto».

Muchos practicantes de las artes marciales en nuestro país, en cualquier estilo, tienen que pagar su membresía. Y algunos lo ven como una situación normal. Sin embargo, comentarios sobre la ilegalidad del asunto remitieron a este reportero a investigar más a fondo.

«El cobro no tiene justificación alguna, pues el deporte es un derecho del pueblo. La Federación Nacional de Kárate Do, por ser una Organización No Gubernamental, tiene el derecho de cobrar una cuota de afiliación, pero hasta el momento no se ha llegado a ningún consenso, y las artes marciales se imparten de manera gratuita», así dijo a JR el presidente de esta entidad, Salvador Pérez Quevedo.

Carmen Aispurua Naranjo, comisionada nacional de kárate do, explica que «el INDER brinda atención a todas las artes asociadas, y a las que se practican y no se han afiliado. Eran 51 disciplinas, pero quedaron en 35 luego de un proceso evaluativo, todas reconocidas por la entidad mundial a la que pertenecen. Esto se hizo para evitar ilegalidades.

«Hay maestros que inventan un “arte” y enseguida se ponen a cobrar las clases, pero en Cuba la enseñanza deportiva es gratuita, así que eso no se puede hacer. Incluso los que están reconocidos no pueden cobrar, porque hasta el momento no se ha determinado ninguna cuota de afiliación. Pero a veces hasta los mismos padres son los que se ponen de acuerdo con el maestro para pagar, e inventan un negocio de la nada».

Esta organización tiene en estos momentos 35 estilos registrados. En la capital del país, el INDER tiene 39 disciplinas deportivas en activo. Como se observa, el número de estilos de artes marciales casi empareja a los otros deportes. Shotokan, Jujitsu, Joshimon y Wado Ryu son algunas de las principales artes.

Según la Comisionada, en estos momentos hay una dura lucha contra las ilegalidades, pero son tantas que se hace difícil controlar a todos, y por eso existen los que cobran, principalmente en Ciudad de La Habana.

María, vecina del municipio capitalino de Playa, asegura que mientras su hijo practicó, ella pagó diez pesos mensuales «por el colchón». Eso es lo que le decía el maestro. Los exámenes se cotizaban: 20 pesos y el niño recibía un diploma que acreditaba su pase. Cuando se hacían competencias, las medallas también se cobraban a 20 pesos.

«De cierta manera no critico que se pida dinero para las medallas y los diplomas, porque es un recuerdo que queda. Pero que el padre costee lo que pueda, no que digan “se están recogiendo 20 pesos por niño”, y sea obligado. Si el niño ganó, bien, y si no, perdiste el dinero», explica la madre.

Esta misma compañera cuenta que «la ropa hay que hacérsela con particulares, que cobran según el tamaño del karategi (traje de combate). El de mi niño, por ejemplo, costó 12 CUC.

Una alternativa

Un día de la década de los años 90, Ernesto Guzmán decidió luchar por crear una escuela que enseñara el kárate do tradicional de Okinawa, sin mercantilización ni competencias violentas. Para eso había que llegar a la fuente original, a la escuela de Shorin Ryu japonesa.

«Esta se mantiene alejada de la comercialización del kárate japonés, impuesta por la cultura occidental, la cual creó, después de la Segunda Guerra Mundial, más de 400 estilos diferentes», afirma el maestro.

El primer dojo que enseñara Matsubayashi Ryu en Cuba la fundó el 4 de mayo de 1999 en Celimar, La Habana del Este. Funcionaba desde 1989, pero se dedicaba a la práctica del estilo Joshinmon ShorinRyu.

«Por motivos de trabajo, llegué a Okinawa en noviembre de 2002, en los momentos en que se celebraba el 5to. aniversario del fallecimiento del creador del Matsubayashi Ryu: Gran Maestro Shoshin Nagamine. Había en ese lugar practicantes del mundo entero, y la ocasión se convirtió en una gran fiesta y un gran intercambio. Este y otros viajes me permitieron adquirir una enorme cantidad de conocimientos. Aprendí directamente del hijo de Nagamine, continuador de su obra, durante varias clases en Okinawa junto al maestro Eustaquio Rojas», confiesa Ernesto.

Kárate Do, que literalmente quiere decir «el camino de las manos vacías», significa en realidad la renuncia a las cosas materiales, y la búsqueda —a través de un corazón limpio y libre de maldad—, del conocimiento, que siempre está en una constante relación dialéctica de cambio. El término Do se le agrega porque es el que expresa el espíritu inquebrantable del arte que se cultiva dentro de sí. El término kara (vacío), tiene una estrecha relación con el Vacío Basto Zen, una corriente de pensamiento de la filosofía Zen, y se muestra en forma de círculo, figura que representa el ciclo sanguíneo, el ciclo lunar, el ciclo anual de la Tierra alrededor del Sol, el ciclo de la vida en general.

El 12 de noviembre de 2001 es reconocido oficialmente el Matsubayashi Ryu por la Federación Cubana de Kárate Do. Actualmente, este arte marcial cuenta con 47 centros de entrenamiento, con más fuerza en el centro y occidente de Cuba. Según el censo de practicantes realizado en septiembre de 2007, hay 955 discípulos de la disciplina en activo.

Con más de un lustro en la Federación Cubana de Kárate Do, el Matsubayashi Ryu se ha convertido en una alternativa viable para aquellos bolsillos comunes. «Si bien es bonito para los jóvenes y niños contar, al culminar una etapa parcial de prácticas, con sus certificados o diplomas de recuerdo, no se pueden violar las leyes educacionales, deportivas y éticas de la Revolución para poder satisfacer tales demandas o preocupaciones no esenciales en cuanto al aprendizaje de un arte tan sobrio y profundo en conocimientos.

«Nuestros niños y jóvenes deberán saberse parte de una organización de respeto y amor hacia ellos, donde son tratados como alumnos queridos, y no como clientes que compran técnicas, cintas y diplomas», aseveró Ernesto.

Violencia vs. paciencia

Ernesto Guzmán, presidente de la escuela cubana de Matsubayashi Ryu. «Nosotros no queríamos que el niño practicara un arte marcial violento. Queríamos que fuera distinto a lo que muestran las películas. Encontramos que en el Dojo Akichi Arakaki Sensei, de 5ta. Avenida y 88, en Miramar, Playa, Ciudad de La Habana, se enseñaba un estilo que no ponía a los niños a enfrentarse entre sí, y decidimos matricular a nuestro hijo mayor».

Así relató Elizabeth Quintero su primer acercamiento al Matsubayashi Ryu. Hoy, además de Danielito —el hijo mayor—, practican el kárate su otro niño —Guillermo—, su esposo y ella.

«El Matsubayashi Ryu no se practica por categoría de edades, sino que todos dan la clase en conjunto», afirma Zoraida Torres Leal. «Este arte no inculca la agresividad en ningún momento, ni lo competitivo. Es meramente defensivo y no para hacer gala de los conocimientos. Se practica la modestia, la sencillez, la solidaridad, la ética».

Uno de los principios que se le enseña a todo el que se inicia en las artes marciales es que no existe un primer ataque. «El niño practica kárate natural, y si desde el comienzo se le explica que esta es una modalidad puramente defensiva, unido a todo el conocimiento complementario de respeto a sus similares, conocimiento de la historia de Cuba y universal, así como la solidaridad con el prójimo, se adapta a no ser violento», explica Ernesto Guzmán.

Sin embargo, en cuanto a los enfrentamientos, las opiniones son compartidas. Salvador Pérez Quevedo coincide en que las técnicas de las artes marciales son defensivas, pero «las competencias no generan violencia alguna».

«En Cuba, los niños empiezan a combatir después de los diez años. Antes, se hacen torneos de habilidades físicas. Pero la competencia es desde el punto de vista deportivo y con todas las protecciones requeridas. Si es un niño el que pelea, hay que tener especial cuidado, y asegurarse de que tenga todos los protectores».

Para Eustaquio Rojas, instructor de Matsubayashi Ryu con 40 años de experiencia en las artes japonesas, «los niños no conocen el peligro y la manera de evitarlo. En muchas ocasiones no existen los medios de protección adecuados para evitar los daños que se pueden producir ante un golpe. A veces, en el fragor de las competencias, los padres e instructores les gritan a los niños palabras inadecuadas que influyen en su comportamiento ante la sociedad. Les dicen “mátalo” o “pártele la cara”, y si a uno se le produce un hematoma por un enfrentamiento, lo mandan a que se desquite.

«En los jóvenes las peleas son más fuertes y la reacción negativa es peor, en muchas ocasiones estudian juntos y después el “desquite” viene en la calle. Los padres llevan a los niños a estas escuelas porque creen que garantizan una mejor preparación para su defensa futura, pero ignoran las consecuencias psico-fisiológicas que pueden tener los enfrentamientos», explica.

Los preceptos de las artes marciales están bien definidos —asevera Carmen Aispurua—, y la violencia que se genera recae en todo momento en la figura del maestro. Si el maestro le grita al niño en la competencia, le pega por tener miedo de enfrentarse en combate, y los padres lo apoyan, entonces ese niño lo asume como una actitud «correcta», y crea patrones agresivos en su comportamiento.

«El INDER está promoviendo rescatar la ética marcial, basada en los preceptos de no agresión. En esto influyen desde el presidente del arte marcial, que elige a los profesores, hasta el padre, que lleva al niño al dojo y autoriza tales actitudes», agrega.

La práctica tradicional sin enfrentamientos parece demostrar los resultados del método. «Yo he cambiado mucho —dice Michel Ramos—, enfrento los problemas con mayor decisión y análisis. Antes era muy agresivo, por cualquier cosa explotaba y me fajaba. Ahora respeto y ayudo, para que me traten igual».

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