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Antes de la primera bola

Los vínculos entre la pelota cubana y las Grandes Ligas estadounidenses, fracturados tras el triunfo revolucionario de 1959, entre otros motivos, por la agresiva política norteamericana, se remontan a los inicios del pasado siglo. El próximo encuentro con el Tampa Bay Rays es otro paso en el camino hacia una nueva relación

Autor:

Osvaldo Rojas Garay

A propósito del esperado encuentro que sostendrá el próximo martes nuestra selección nacional y los Tampa Bay Rays, de las Grandes Ligas estadounidenses, nos parece oportuno recordar algunos momentos relevantes en la historia de los enfrentamientos entre equipos cubanos y los de la Gran Carpa.

Desde inicios del siglo XX se hizo costumbre que visitaran el país numerosos conjuntos de las Ligas Mayores, unas veces para rivalizar con escuadras criollas y otras para medirse entre sí.

Franquicias como las de los Dodgers de Brooklyn, los Gigantes de New York, los Tigres de Detroit, los Rojos de Cincinnati, los Cardenales de San Luis, los Medias Rojas de Boston y hasta los poderosos Yankees de Nueva York, entre otros, fueron vistas por la fanaticada local.

Muchos de nuestros peloteros brillaron en estos desafíos. El paso del tiempo no ha podido borrar las extraordinarias demostraciones de José de la Caridad Méndez Báez, excepcional lanzador de cuyo nacimiento en la ciudad de Cárdenas —según los datos de su biógrafo Severo Nieto Fernández— se cumplieron este 19 de marzo 129 años, aunque algunas fuentes señalan otras fechas de su natalicio.

El llamado Diamante Negro, vistiendo la franela de Almendares, tejió en 1908 una cadena de 25 ceros consecutivos frente a los Rojos de Cincinnati de la Liga Nacional. Esta comenzó el 15 de noviembre, al dejar en un solitario indiscutible a los visitantes, que en su primera salida, el 12 de noviembre, habían superado por 3-1 a los Rojos del Habana.

Llevaba 25 hombres retirados por su orden cuando Miller Huggins, más tarde célebre mánager de los Yankees, privó al yumurino de apuntarse un juego perfecto con un roletazo a la derecha del camarero Armando Cabañas, quien fildeó incómodo, sin tiempo para poner out al corredor en la inicial.

Al Almendares le bastó la carrera que facturaron en el capítulo de apertura a costa de Jean Dubuc. Tras este descalabro, Huggins exclamó: «Algo maravilloso tiene ese Méndez cuando solo le hemos podido conectar un hit».

La segunda actuación de José de la Caridad Méndez contra el Cincinnati, la realizó después que el equipo foráneo había pisado tres veces la goma en los primeros capítulos, ante el veterano serpentinero abridor Carlos Bebé Royer.

En su labor como relevista el Diamante Negro no toleró más anotaciones y solo le conectaron un par de inatrapables en siete innings, aunque ya el mal estaba hecho y no pudo evitar el revés de su novena con pizarra de 2-3. Días más tarde, el 3 de diciembre, Méndez completó su racha de 25 escones frente al plantel de Grandes Ligas, al blanquearlo 3-0.

El no hit de «Bombín» Pedroso

A pesar de ser considerado entre los mejores serpentineros cubanos de su época —junto al mencionado José de la Caridad Méndez y Adolfo Luque—, la figura de Eustaquio «Bombín» Pedroso no resulta tan conocida como las referidas.

De su estatura sobre la lomita hablan los tres triunfos que se anotó frente a equipos de Grandes Ligas, especialmente el cero hit con carrera (2-1) que en 11 entradas le propinó a los Tigres de Detroit, lanzando por el Almendares, en 1909.

Pedroso únicamente les toleró una carrera sucia en el séptimo inning, debido a una marfilada del camarero Armando Cabañas, que provocó la entrada de Matty McIntyre para borrar la mínima ventaja que consiguieron los locales en el episodio de apertura.

Al año siguiente volvió a dominar al Detroit, coincidentemente con similar pizarra e igual cantidad de innings, aunque toleró cinco imparables.

Previo al campeonato cubano de 1911-1912, aventajó también a los Gigantes de Nueva York, conducidos por John McGraw, para así sellar su trío de éxitos ¡todos con el mismo marcador!

El día en que Babe Ruth se volvió negro

Previo a la correspondiente temporada, la afición beisbolera cubana vivió una tarde muy emotiva aquel 6 de noviembre de 1920. Los Gigantes de Nueva York, dirigidos por John McGraw, habían arribado al país para realizar una serie de nueve juegos de exhibición.

El equipo visitante traía entre sus integrantes un invitado especial: Babe Ruth, quien había impuesto récord de 54 cuadrangulares, con el uniforme de los Yankees de Nueva York, de la Liga Americana.

La presencia de Ruth acaparaba la atención por aquellos días. Los amantes del béisbol no hacían más que hablar de la posible cantidad de jonrones que el Bambino daría en Cuba, pero en el quinto partido frente al club Almendares, los aficionados se llevaron tremenda sorpresa, pues el gran toletero fue anulado en sus tres turnos al bate por Isidro Fabré, mientras el jardinero central y quinto bate de los Almendares, Cristóbal Torriente, dejaba boquiabiertos a los presentes con una tremenda demostración ofensiva, con cuatro imparables en cinco turnos, entre ellos ¡tres batazos de cuatro esquinas! «Babe Ruth ayer se volvió negro», escribió el destacado cronista deportivo Víctor Muñoz.

No conforme, al parecer, Torriente le pegó doblete al mismísimo Babe Ruth, quien fuera en algún momento un excelente lanzador zurdo en las Ligas Mayores. Concluido el encuentro que terminó 11-1 a favor del Almendares, aficionados y periodistas se acercaron al cienfueguero, pero a la lluvia de interrogantes Torriente respondió: «No me entrevisten a mí, señores, pregúntenle a Ruth, que los da todos los días, los míos fueron de casualidad».

Tanta fue la calidad de Cristóbal Torriente, que a pesar de no haber transitado por las Grandes Ligas, en 2006 lo incluyeron en el Salón de la Fama de Béisbol, en Cooperstown, Estados Unidos, donde hay otros tres cubanos: Martín Dihigo, Tany Pérez y José de la Caridad Méndez.

La proeza de Juanito Decall

El 27 de marzo de 1941 se produjo la primera victoria de un equipo cubano de béisbol amateur frente a un conjunto de las Grandes Ligas.

Los Medias Rojas de Boston habían venido a Cuba para desarrollar una serie preparatoria de tres juegos con los Rojos del Cincinnati. Pero como arribaron un día antes, aprovecharon para enfrentar a un combinado amateur de casa, que los derrotó por 2-1, con Juanito Decall en la lomita.

Con mucha maldad en su pitcheo y una excelente curva, Decall limitó a cinco hits a la artillería de los huéspedes que, según informaciones de la época, trajeron a su escuadra regular, con excepción del extraclase Ted Williams.

El Boston arrancó delante en el mismo capítulo de apertura, pero los anfitriones lograron la igualada en el cierre del quinto, con un cañonazo impulsor del propio lanzador cubano.

La decisiva llegó en el octavo episodio en las piernas de José R. Hernández, remolcado por el «Guajiro» Rodríguez con inatrapable al centro del terreno, mientras Juanito Decall propinó escón en el noveno, consumándose así la histórica victoria.

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Después del triunfo de 1959, los gobiernos de Estados Unidos se empecinaron en derrocar a la Revolución, por todas las vías, incluyendo el cerco económico y la manipulación del tema migratorio con motivos políticos. En ese contexto, las habituales relaciones entre el béisbol cubano y su versión profesional en Estados Unidos se desvanecieron.

En el momento de la ruptura, algunos peloteros cubanos continuaron sus carreras en la liga norteña y, durante las últimas cinco décadas, otros jugadores decidieron probar suerte en ella, rompiendo todo vínculo con el sistema social y deportivo de la Isla, requisito que se mantiene vigente hasta hoy para que un jugador nacido en esta tierra pueda jugar en la Gran Carpa.

A pesar del «congelamiento» algunos acercamientos fructificaron y el domingo 28 de marzo de 1999, un equipo cubano de béisbol aficionado enfrentó por vez primera en el período revolucionario un conjunto de las Grandes Ligas, en este caso los Orioles de Baltimore.

En el capitalino estadio Latinoamericano los visitantes se llevaron el triunfo con cerrada pizarra de 3-2 en 11 entradas, pero en modo alguno el éxito alcanzado por los Orioles opacó el prestigio de nuestros peloteros que, dirigidos por Alfonso Urquiola, conformaron un elenco en el que no se incluyeron jugadores de Santiago de Cuba e Industriales, protagonistas del play off final por el título de la temporada de 1998-1999.

Como se acordó en aquel momento, el 3 de mayo de ese mismo año los criollos devolvieron la visita. Esta vez la historia fue diferente, pues Cuba lució inmensa y en el Camden Yards se impuso por 12-6, con éxito a la cuenta del santiaguero Norge Luis Vera.

Los nuestros hicieron gala de una contundente ofensiva de 18 imparables, encabezada por el extraordinario Omar Linares, quien tuvo una jornada perfecta: ¡de 4-4!

La saga de encuentros y desencuentros en este tipo de deporte entre ambas naciones, junto a los acercamientos que terminaron con la apertura de embajadas y la visita que inicia el Presidente norteamericano este domingo, es lo que ofrece mayor particularidad y simbolismo al juego pactado para el próximo martes entre un equipo cubano y el Tampa Bay Rays en el Latinoamericano.

Pero el entusiasmo por este tope, que puede ser otro paso hacia una nueva relación, no puede hacer olvidar que, como denunció esta semana ante la prensa nacional e internacional el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, ni siquiera las últimas regulaciones de la administración norteamericana se distancian demasiado de las manipulaciones esbozadas en este texto.

«A mí me parece que al reconocer que un renombrado artista cubano o un deportista cubano conocido mundialmente pueda actuar o competir en Estados Unidos y recibir pagos, es una medida de la más elemental justicia. Se ha eliminado una medida totalmente selectiva, discriminatoria, políticamente motivada, que llevaba un aspecto de la aplicación del bloqueo, aunque quedan muchísimos otros, a la vida individual, a los derechos de las personas. Sin embargo, el hecho de que se continuará discriminando al artista cubano, al deportista cubano, al trabajador cubano en Estados Unidos por el hecho de prohibirle cumplir las leyes de su país en materia impositiva o establecer restricciones que no se establecen para ningún trabajador, ni ninguna persona de ninguna otra parte del planeta que trabaje en Estados Unidos, continúa siendo un obstáculo y demuestra que las políticas siguen siendo discriminatorias, selectivas y políticamente motivadas», sentenció.

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