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Siembran la muerte en el Líbano minas israelíes

Con solo caminar, jugar o arar la tierra más de 130 civiles libaneses fueron víctimas de las minas. Veintiséis sufrieron sus efectos en 2003, y 14 en 2004

Autor:

Luis Luque Álvarez

Abbas Abbas, herido por una bomba cluster israelí en Bilda. Foto: AFP Respecto al grupo chiita Hizbolá hay casi una seguidilla en los medios de comunicación occidentales: ¿Las fuerzas internacionales de la ONU recibirán el mandato de desarmar a los milicianos libaneses? ¿Accederán estos a liberar a los dos soldados israelíes capturados el 12 de julio? ¿Se abstendrán de incursionar en territorio israelí? ¿Por cuánto tiempo acatarán el cese el fuego establecido por la resolución 1701 del Consejo de Seguridad?

Según parece, la supervivencia de la 1701 depende únicamente de la parte libanesa. Quien ha soportado los martillazos de la maquinaria militar sionista, debe poner la mayor parte.

Sin embargo, vayamos al documento. En el octavo apartado, la resolución insta a Israel a «entregar a las Naciones Unidas todos los mapas de minas terrestres en el Líbano que aún retiene».

¿Alguien ha escuchado que eso se haya producido ya? ¿Ha entregado algo Tel Aviv? ¿Dónde están las preocupaciones de la prensa por la fragilidad de la 1701?

El asunto de las minas terrestres es una asignatura gravemente pendiente para Israel, que se retiró del sur libanés en el año 2000, y dejó atrás algo parecido a la túnica de Neso. Según el relato mitológico, el centauro, abatido por las flechas de Hércules, dio a Dayanira —la esposa del héroe— una túnica empapada en su sangre. Tiempo después, cuando el fortachón la vistió, sintió los quemantes efectos de un veneno, que precipitó su fin.

Neso había muerto, sí. Pero en su derrota, se había asegurado de que el vencedor también llevara su cuota de sufrimiento. Así son las minas que Tel Aviv dejó sembradas antes de salir en estampida.

Según el Centro de Monitoreo de Minas Terrestres, de un estimado de 400 000 minas ocultas en suelo libanés, el 75 por ciento están en el sur del país árabe, muy cerca de la Línea Azul —la frontera con Israel—, un área en la que viven 900 000 personas. De hecho, se han identificado 28 comunidades con altísimo impacto de este tipo de armas, y más de 250 con impacto medio o bajo.

Como consecuencia de esta «siembra de muerte», durante todos estos años muchos refugiados lo han pensado varias veces antes de reasentarse en la zona meridional, donde es imposible extender las tareas agrícolas, la irrigación, la construcción de acueductos, mientras los suelos escondan tan tenebrosas cargas.

Y hay razones para temer. Solo hasta 2001, tras el repliegue sionista, más de 130 civiles libaneses fueron víctimas de las minas. Veintiséis sufrieron sus efectos en 2003, y 14 en 2004. Es una macabra ruleta rusa, en la que para participar solo basta caminar, arar la tierra, cavar un pozo, jugar en las cercanías de una escuela…

Si se le suman ahora las bombas de fragmentación o clúster, parecidas a inofensivas pelotas que tanto atraen a los niños, Israel tendría bastantes papeles que entregar. Y ya la ONU le está solicitando información sobre dónde sus aviones arrojaron este nuevo «juguetito» que mata y destroza.

También ahora Neso pierde. Pero su túnica queda atrás…

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