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Miles de minas ha sembrado Israel en el sur libanés

Los más de 410 000 de estos artefactos de la muerte siguen ocasionando víctimas, pues Israel se niega a entregar los mapas que señalan su ubicación exacta

Autor:

Luis Luque Álvarez

Ali Marzouk Mohanah es agricultor y vive en el sur del Líbano. Para poder sostener a su familia, él se dedica principalmente a la producción de aceite, y de hecho ha sembrado buena cantidad de olivos en su tierra. O mejor dicho, en una parte de su tierra. En la otra, abundan las hierbas y los espinos, pues el campesino no puede acercarse. Igual les sucede a otros labriegos de la zona.

No todo el campo de Marzouk es aprovechable. El tractor no puede llegar más allá de los surcos, pues entraría en un área de minas. Foto: MACC

Minas. Hablamos de minas. Como en todo el sur libanés, donde a finales de 2003 se estimaba en 410 000 el número de estos artefactos de la muerte. Israel, que ocupó la zona entre 1982 y 2000, se tomó toda su calma para colocarlos, y para mayor perfidia, se ha negado a entregar —desoyendo incluso reclamos de la ONU— los mapas que señalan la ubicación exacta de estas «sorpresas».

Las minas volvieron el viernes a los titulares de prensa, cuando el Centro de Acción y Coordinación sobre Minas (MACC) de la ONU, denunció que Israel sembró nuevas minas en el Líbano meridional durante la guerra del verano pasado. No bastándole la cosecha de 30 muertos y 173 heridos entre 2000 y 2005, Tel Aviv entendió, con un humor criminal, que había que reponer las que habían estallado y cercenado piernas y vidas, lo mismo de niños que de adultos.

Tres extranjeros, expertos en desminado, fueron las víctimas esta semana en un área de pastoreo. Pero Israel ya dio una respuesta, por boca de un oficial «anónimo»: «Pudo tratarse de minas terrestres colocadas por Siria o por (el grupo chiita libanés) Hizbolá».

Y bien —dirá alguien no entendido—, era una zona de guerra, y cualquiera pudo haber sembrado estos dispositivos para detener el avance de los contrarios. Es lógico, ¿no? Pues no; es ingenuo. Las razones las dio una portavoz del MACC: las minas eran israelíes «por su tipo, forma y condición», y además, el área de los estallidos de esta semana «había sido limpiada por los expertos entre 2002 y 2004, así que claramente se trató de minas nuevas».

¿Posee Israel algún argumento serio contra esas evidencias?

No, no los tiene. Y las investigaciones del MACC prueban muy bien a quién pertenecen los juguetitos diabólicos dispersos por los campos libaneses. En la página web de esa institución se muestra una lamentable diversidad de minas antipersonales, de varios diseños, colores y efectos. Es llamativo que, de los veinte tipos de estas armas encontradas en los suelos del sur del Líbano, seis sean de origen israelí y cuatro norteamericanas.

Desde luego, no es necesario freírse el cerebro en manteca de coco para averiguar quién plantó las minas estadounidenses. El resto son francesas, portuguesas, belgas, italianas, chinas, húngaras y de la ex URSS. Ah, también se han hallado seis tipos de bombas de racimo, de esas que atraen a los niños por confundirse con pelotas. Ahí sí que se acaba la pluralidad: ¡todas son made in USA!, y ya se han echado a la espalda 24 vidas, desde el 14 de agosto.

¿Entregará alguna vez Israel sus mapas de minas a la ONU? ¿Le cederá también, como ya se le exigió, los mapas de los sitios donde arrojó las bombas de racimo?

Quizá ello demore un poco, pues Tel Aviv ha sentado cátedra en lo de castigar a civiles inocentes e ignorar reclamos de la comunidad internacional. Por lo visto, los campos de Marzouk y de otros campesinos libaneses verán malezas por algún tiempo.

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