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Palestina y las musas militantes (+ Fotos)

Mientras Israel intenta una especie de «limpieza cultural» contra ese pueblo, los creadores palestinos emplean el arte como poderoso recurso de resistencia

Autor:

Enrique Milanés León

Las bajas no fueron solo personas y obras del presente: antiquísimos lugares de culto, cementerios donde los muertos volvieron a morir y las mezquitas, las históricas mezquitas de Gaza, cayeron sin remedio en la más reciente agresión israelí —de 50 días esta vez— contra esa Franja palestina.

Como si no le bastara herir en el momento, Israel aplicó una especie de mortal «máquina del tiempo» para quebrar un patrimonio cultural levantado por otros desde hace más de mil años.

Ese fue el «amparo» del Margen Protector lanzado por Tel Aviv: además de apagar para siempre más de 2 100 vidas, dañó 203 mezquitas, de las cuales 73 fueron a dar al suelo. A las iglesias no pudieron preservarlas ni la demanda de la ONU, ni la súplica de la Unesco, ni la fe de sus fieles; fue tal el odio que, al parecer, ni Dios pudo hacer nada.

Las bombas profanaron sitios e inmuebles datados en los tiempos de los primeros califas islámicos, del Imperio Otomano y del Sultanato de los Mamelucos.

He aquí un balance abreviado: destruida en Yabalia la Mezquita de Omar, de nada menos que 1 365 años; asolada la Mezquita de Al-Sham’ah, que había sido erigida en 1315; arrasada la mezquita Mahkamah, que desde 1455 cobijaba devotos en Shujaiya. La moderna Gran Mezquita de Omar Ibn Abd al-Aziz fue devastada igual.

Las únicas tres iglesias de Gaza —una de las cuales, la Ortodoxa de San Porfirio, del barrio de Saitun, fue fundada en 1150— engrosaron también la larga lista de daños «colaterales» de la escalada militar.

¿Por qué tal ensañamiento con el patrimonio? ¿Para qué tanto odio? ¿Algo explica que Israel empleara 2 000 millones de euros para convertir a Gaza en un emporio de dos millones de toneladas de escombros que hoy, de nuevo, habrá que comenzar a levantar? La respuesta es dura y muy sencilla: además de matar a los patriotas palestinos, Tel Aviv quiere borrar —no una página, no— el libro entero de la Historia de este pueblo y quitarle a sus niños del mañana cualquier evidencia de dónde está la raíz que les abrió el mundo.

La agresión de esta vez fue muy violenta, pero tampoco en el plano del arte quedó sin respuesta palestina.

Denuncia en el humo

Muchos recuerdan todavía que, a mitad de la campaña de muerte israelí, artistas palestinos respondieron a su modo los constantes bombardeos: las imágenes de ciudades humeantes fueron convertidas en obras que llevaron por toda la Red de redes nuevos rostros de resistencia y denuncia. La rebeldía de los creadores insistía en que el amor podrá más que la guerra.

Belal Khaled, un joven fotógrafo que se destacó en la iniciativa, consideró que ella mostraba que los palestinos no pueden ser silenciados en ninguna circunstancia. «Nuestro mensaje en el lenguaje del amor y la paz es un arma antimisiles contra los disparos de Israel», sostuvo convencido el muchacho que con su ingenio echó a «pelear» un ángel protector con el humo asesino de la ciudad gimiente.

Él no fue el único. Mujer, artista, sensible… Bushra Shanan vio en el humo sobre los edificios atacados «las caras del pueblo» muerto en el ataque. Entonces editó aquellas imágenes y las tornó otras que mostraban 12 rostros de bebés por entre la grisura. Fue esa su manera de pelear y hablar al mundo de los dolores palestinos.

Claro que hubo más soldados sensibles sobre el humo. El arquitecto de 27 años Tawfik Abed el Rahman, quien también participó en el proyecto, quiso con ello «descargar el corazón del dolor y ayudar a resistir los crímenes de los invasores a través del arte y la creatividad». Con una lengua universal que no precisa intérpretes, Tawfik Abed tenía un objetivo muy poderoso en cualquier guerra: «mitigar la carga de los ciudadanos e inspirar esperanza». Él sabe que Israel no tiene en Palestina enemigo más fuerte que ese: la esperanza.

Tierra y sangre

En Gaza, que aún no tiene un gran museo, se defiende con denuedo el patrimonio. Como guerrilleros en oculto túnel, hombres sencillos en museos privados, establecidos en naves diversas y hasta en casas particulares, cuidan al menos 8 000 piezas valiosas, pero contra la agresión a cielo abierto y el pillaje israelí —que se da, a cada rato— muy poco puede hacerse.

No obstante, pese a la gravedad de los hechos y hasta la gravedad en la Tierra, el patrimonio palestino, que alienta y denuncia, se sigue levantando.

Hace poco, una semana apenas, en el muy pobre barrio de Shujaiya nacieron varias esculturas. Allí mismo, en uno de los sitios más pobres de Gaza, y uno de los que sufrió los bombardeos más feroces, pudieron verse los cuerpos de barro —de idéntico color a las playas del lugar—, sin rostro definido, amargas las posturas.

Son las recientes víctimas, erigidas con la misma tierra en que cayeron sin culpa a manos del agresor. Concebido por el artista palestino Iyad Sabad, el conjunto, titulado «Desgastados», se concretó con el concurso de otros siete creadores.

La suya es la misma decisión de los artistas que poco antes habían amansado el humo. «Como Ave Fénix, Gaza se irguió de las cenizas de la desesperación, el dolor y la guerra», dijeron los creadores, pero sus obras les superan la elocuencia.

Esas familias tristes que, manchadas de sangre, avanzan en la arena, esos ancianos de pasos perdidos que preguntan el camino a su bastón, esos niños que pueden representar a cualquiera de los más de 500 infantes recientemente masacrados, y esas manos, esas manos que en medio del horror luchan y cargan, y guían y acarician… son la síntesis suprema de un pueblo que se niega a morir.


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