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La Casa Blanca y el Kremlin barajando octubres

A raíz de la reciente reunión entre Estados Unidos y Rusia sobre la seguridad en Europa se ha comentado el peligro de que se produzca otra crisis como la de octubre de 1962. Revivirla en el viejo continente podría condenarnos a no ver el próximo mes 

Autor:

Enrique Milanés León

Aunque el lunes pasado Rusia llegó al diálogo con su rival de siempre con la exigencia de que este «escribiera en piedra» la garantía de que Ucrania y Georgia nunca serán admitidas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lo cierto es que Estados Unidos no rubrica esa demanda ni siquiera en la muy volátil nube del universo virtual.  

Con un aplomo personal no tan visible antes, dada la lógica preponderancia diplomática del sólido canciller Serguéi Lavrov, su tocayo y viceministro Riabkov exigió a la Casa Blanca, a nombre del Kremlin, no solo compromisos pétreos, sino que lo dijo claramente: para Rusia, «es totalmente obligatorio asegurarnos de que Ucrania nunca será miembro de la OTAN» porque ese ingreso significaría una amenaza a la seguridad nacional.

Wendy Sherman, la subsecretaria de Estado norteamericana, tenía otro «bocadillo» en su guion de réplica: «Un país no puede cambiar la frontera de otro por la fuerza, dictar los términos de terceros países ni prohibirles tener alianzas».

Aun siendo el arquitecto jefe del claro cerco a Moscú, el Gobierno estadounidense tiene face… (y no …book precisamente) para ripostar en el diálogo: «Rusia —dijo la dama con apellido de tanque de guerra— invadió Ucrania en 2014, alimenta una guerra civil en la parte oriental de ese país y, con sus acciones actuales, ha creado una nueva crisis para toda Europa». De modo que, como se esperaba, la charla se trabó pronto.

El borrador borrado

Tan intensa fue la conversación sobre seguridad que los reportes de prensa no mostraron ninguna (seguridad) sobre su duración: lo mismo la ubicaban en siete y media, en ocho, que en nueve horas. Pareciera que los interlocutores vieran pasar el mundo ante sus ojos… o ante la mira de sus misiles. Al cabo, Riabkov —que insistió en que Moscú no tiene planes bélicos contra Kiev— afirmó que «la OTAN y Estados Unidos podrían cometer errores que perjudicaran su propia seguridad y la del resto de Europa».

Aunque en diplomacia casi todos los titulares pueden arreglarse, el Vicecanciller ruso admitió que no hubo avances en el sentido de descartar el reclutamiento de Ucrania.

Además de vetar la entrada de Ucrania a la Alianza Atlántica —tan lejana ella de esas aguas— el borrador propuesto por Rusia contemplaba no desplegar más tropas ni armas fuera de los países que ya estaban en la OTAN en mayo de 1997 (antes de que ninguna nación de Europa del Este se le uniera); que el bloque renunciara a cualquier actividad militar en Ucrania, Europa del Este, el Cáucaso y Asia Central; no desplegar misiles de alcance intermedio y corto donde puedan llegar al territorio de la otra parte; no realizar ejercicios con más de una brigada militar en una zona fronteriza acordada e intercambiar regularmente información sobre tales maniobras; confirmar que las partes no se consideran adversarias, resolver las disputas sin el uso de la fuerza; no crear condiciones que puedan ser percibidas por la otra parte como amenaza; y crear líneas telefónicas para contactos de emergencia.

Washington tiene otros planes. Jonathan Finer, el asesor adjunto de Seguridad Nacional, insistió en que Rusia no puede determinar las relaciones entre Ucrania y la OTAN.

Es evidente que nadie ha aconsejado al adormilado Joe Biden: no juegues con Masha… ¡mucho menos con el oso! Cuando en su frontera occidental casi puede ver los hocicos de los cañones de sus rivales, Rusia es un oso firme en la marca de su territorio. Serguéi Riabkov aclaró que la respuesta al fracaso en las conversaciones con Estados Unidos tendría una naturaleza técnico-militar. Quién sabe qué signifique eso exactamente, pero el diplomático agregó sin rodeos que su país no está dispuesto a esperar semanas o meses. En su opinión —que es más que suya— Washington no debe subestimar los riesgos de confrontación.

Chantaje, rehenes, intrigas de serie real

Por el contrario, la Casa Blanca, que no es la que sufre «merodeadores armados» en su jardín, no tiene la mayor prisa al respecto. Algunos análisis sugieren que Estados Unidos exploraría puntos de convergencia, pero sin dar la imagen de que cede al «chantaje» de negociar con el adversario porque este ha incrementado sus tropas en la frontera con Ucrania.

Los estrategas imperiales tienen maneras peculiares de leer los hechos. Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Rusia en tiempos de Obama, afirma: «Putin amenazó con la guerra para obtener concesiones. Esta es una crisis de rehenes, no una negociación normal entre iguales».

Obviamente, Riabkov negó que Rusia presione a Ucrania y que lo haga como carta para que las demandas de su propia seguridad sean atendidas por Estados Unidos y la OTAN. A su juicio, quien coacciona es el rival: a Washington, con respecto a Moscú, no le queda otro instrumento que no sea «el chantaje, las amenazas y las sanciones». El diplomático acota que Moscú no está dispuesto a aceptar ese lenguaje. Rusia, sostiene Riabkov, «no está amenazando a nadie, sino advirtiendo».

Pese al evidente empantanamiento, las superpotencias militares son conscientes de que un fracaso rotundo en una negociación que discute la vida de naciones enteras no conviene —como no conviene una guerra nuclear— a ninguna de las dos, así que se abren hendijas para rescatar pactos empolvados y fijar ciertos límites en tropas, armas y ejercicios en zonas sensibles en aras de calmar los siempre calientes puestos de mando militar.   

El mes que ¿Viene?

Hace apenas un mes, el propio Riabkov reconoció que las tensiones con Estados Unidos pueden provocar en la zona una situación similar a la de la Crisis de Octubre de 1962, en Cuba, con el peligro civilizatorio que implicaría. «No se puede descartar. Si los compañeros del lado de allá siguen sin entender, y todo continúa de la manera actual, nosotros tenemos la posibilidad, según la lógica en que se desarrollan los acontecimientos, de despertarnos y descubrir que estamos en algo semejante», dijo el diplomático.

Del lado de allá y del lado de acá, el recalentamiento es cierto. Desde hace mucho, Washington violó el compromiso que en 1990 hiciera con Moscú de que la OTAN no se ampliaría hacia el este. Hizo lo contrario: cual el águila de rapiña que es, aprovechó la estrepitosa caída de la URSS, en 1991, para trocar el extinto campo socialista en terreno de púas de la Alianza Atlántica. 

Desde 1999 a la fecha, Polonia, Hungría, República Checa, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Albania, Croacia, Macedonia del Norte y Montenegro se convirtieron en postes del cercado antirruso tendido por Occidente. En la lógica de la OTAN faltan Ucrania y Georgia; en la del Kremlin, ¡basta ya de emboscadas!

No tiene que ser en Ginebra. Aunque sea apostados en cada borde del lejano estrecho de Bering, de ventana a ventana, como hacen los vecinos, Don Washington y Doña Moscú tendrán que conversar y entenderse sobre los asuntos de seguridad de este barrio planetario. A ambos les sobra inteligencia —y arsenal— para comprender que si, en efecto, se repitiera por allá otra Crisis de Octubre, lo más probable es que todos los terrícolas renunciemos a noviembre.

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