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Xiomara Castro: tantos retos como buenos deseos

Con una cargada agenda de transformaciones llega la primera mujer hondureña a la presidencia

 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Los desafíos que Xiomara Castro enfrenta pueden verse a priori: no solo es la primera mujer que toma las riendas en un país de latifundios donde existe el feminicidio; sino que es la única que lo hace desde un partido nacido en las calles —también el primero— y, además, la primera electa de modo tan contundente; para remate, bajo un programa que se atreve a enunciar el vocablo socialismo.

Precisamente, su plan para «la construcción de un Estado socialista y democrático», como lo anuncia la hoja de ruta de su mandato, debe resultar preocupante para cierta derecha fascistoide emergente en la región que pregona una pretendida desideologización.

En Honduras, esos sectores pudieron tener antecedentes en los grupos oligárquicos que, desde adentro, respaldaron el golpe de Estado de julio de 2009, mediante el cual se sacó de la presidencia a su esposo, Manuel Zelaya. Es difícil pensarlos ahora de brazos cruzados.

Ella, no obstante, ha llegado al poder con pasos más radicales que aquellos en los que desembocó la primera magistratura de su esposo y le costaron el puesto cuando él, que ya «había pecado» al acercarse al ALBA, se disponía a consultar al pueblo sobre la factibilidad de un referendo con vistas a la instalación de una Asamblea Constituyente.

La nueva Constitución es propósito que está en los primeros puntos del programa de Xiomara al considerarla piedra angular para la promulgación de su anunciado Nuevo Pacto Social, y fue ratificada como objetivo en su discurso de toma de posesión el jueves cuando, desde el propio Estado Nacional en que recibió la banda presidencial, pidió al Congreso la aprobación de una ley que posibilite las consultas populares y aseguró, en el punto 18 de sus acciones, que este año «se debe garantizar la realización de la primera histórica y transparente consulta popular sobre reformas constitucionales».

La deserción de 18 de sus legisladores antes de la misma toma de posesión es considerada la inicial y, tal vez, mínima muestra de los obstáculos con que ella ha de enfrentarse.

Del otro lado, la nutridísima y entusiasta muchedumbre que la acompañó en el acto de asunción exhibe el «azabache» más importante que lleva prendido a modo de resguardo: el pueblo deberá sostenerla en su declarado propósito de refundar la nación. 

En fin de cuentas, ella, que como su esposo proviene de una familia con recursos y de un partido ligado a los grupos de poder —el Liberal—, ha escrito su breve pero intenso currículo político no como exprimera dama, sino como una de las líderes de las masas que se opusieron al golpe.

De allí nació el movimiento popular denominado Resistencia Nacional, al que saludó apenas inició su discurso. En 2013, de esas bases emergió el Partido Libertad y Refundación (Libre): el brazo político de los resistentes, al frente del cual Xiomara Castro se postuló ese año. Entonces la agrupación irrumpió en el entramado político anunciando desde su tercer lugar electoral, la ruptura del tradicional bipartidismo hondureño que acaba de cristalizar.

Volvió ella al ruedo electoral en 2018 acompañando al periodista Salvador Nasralla, quien acusó fraude al perder, por menos de un punto porcentual y después de un sospechoso apagón informático que detuvo los conteos por días, frente al Partido Nacional del saliente Juan Orlando Hernández…

Ahora ha sido Nasralla, al frente de su partido Salvador de Honduras, quien mediante un acuerdo preelectoral adosó su candidatura a la de Xiomara, decisión que acabó de redondear el sonado triunfo del progresismo hondureño.

De tal pacto nació el compromiso de Libre para que fuera Nasralla el primer designado presidencial —una categoría política existente en Honduras— y el nombramiento de Luis Redondo, de su propio partido, como titular del Congreso.

Ese ha sido el acuerdo desconocido por los parlamentarios disidentes de Libre quienes, en sesión ilegal paralela a la del Congreso, nombraron hace unos días a Jorge Cálix para el cargo.

El asunto no tendría consecuencias peores que el hecho de privar a Libre, sin mayoría absoluta en el legislativo, de 18 votos, si no fuera porque los desobedientes se han instalado de forma virtual como parlamento espurio y paralelo, con el respaldo de más de 70 diputados de los 128 que tiene el Congreso.

Entre ellos hay legisladores de los partidos derechistas Liberal y Tradicional: he ahí la traición que ha denunciado Xiomara.

Con la manga al codo

Son varias las tareas asumidas con carácter inmediato que matizan la apertura de este mandato y, obviamente, algunas dependerán de lo que legisle ese Congreso, ahora escindido.

En la alocución en que primaron las acciones antes que los meros postulados, anunció medidas osadas de corte social aclamadas por la multitud, como la exención del pago de la electricidad a más de un millón de familias pobres que consumen menos de 150 kW por mes. Lo subsidiará con la elevación de las facturas de los altos consumidores.

Consecuente con una pobreza que se ha incrementado hasta alcanzar al 74 por ciento de la población, el prontuario de 22 acciones dado a conocer por la Presidenta comprende, además, el propósito de subsidiar los combustibles; la disminución de los intereses bancarios para el sector productivo y la asignación de un presupuesto para que las escuelas retomen las clases presenciales.

En el plano legal y judicial Xiomara Castro anunció, entre otros derroteros, amnistía para los presos políticos y los exiliados, y la promulgación de una legislación de condena al golpe «que interrumpió el hilo constitucional», y sugirió la posibilidad de que se juzgue a quienes «sabotearon la Patria», tanto desde prácticas corruptas como mediante la violación de los derechos humanos.

Como el enfrentamiento a la corrupción es, junto al del narcotráfico, uno de los pilares de su mandato, dijo que serán derogadas las leyes que propiciaron el saqueo de las arcas de modo de detener lo que llamó «el aparato político clientelar», y las legislaciones orientadas a la «destrucción de la protección social», así como la criminalización de las protestas.

Pasos más estratégicos que destacan por su nacionalismo serán la reprogramación de la deuda externa, que calificó de bochornosa y ha ascendido en más de un 300 por ciento hasta los 157 000 millones de dólares por lo cual, advirtió, «es evidente que el Estado no tiene capacidad» para sostenerla.

Ello demandará tratativas con los acreedores privados y las instituciones internacionales que, seguro, serán difíciles.

Además, se ha propuesto la renegociación del criticado Cafta (el Tratado de libre comercio entre Centroamérica, República Dominicana y EE. UU.), y ha prometido no permitir más la explotación de los recursos minerales ni ofrecer más concesiones para «la explotación de ríos, cuencas hidrográficas, parques y bosques».

En el plano internacional se pronunció por una política exterior ciudadana, centroamericanista, latinoamericana, soberana y solidaria, y por el multilateralismo y la complementariedad.

¿Qué dice Estados Unidos?

Si la  presencia de la vicepresidenta argentina Cristina Fernández puso de relieve ese carácter latinoamericanista del Gobierno que se inaugura, la de la estadounidense Kamala Harris también podría entenderse como un deseo mutuo de buenas relaciones, al menos de momento, entre la potencia y una nación que aquella ha usado con más desprecio que si fuera su traspatio.

Rampa de lanzamiento para los planes contrainsurgentes de Washington en el istmo durante la década de los 80 y las guerras sucias, en el territorio hondureño sigue asentada la base militar de Soto Cano, en Palmerola, que algunos analistas describen como la mayor de EE. UU. en la región.

Según asegura el experto y activista Dick Emmanuelsson, durante el mandato de Hernández ese enclave recibió a otros 300 efectivos yanquis de las tropas especiales.

Y se sabe el respaldo que Washington, más allá de las críticas iniciales del entonces presidente Barack Obama, dio al golpe de 2009.

Pero muchos estiman que sostener buenos nexos será importante, ahora, para ambas partes.

El secretario de Estado, Antony Blinken, saludó una elección que consideró «histórica», y dijo que su país «seguirá apoyando a Honduras en el fortalecimiento de sus instituciones democráticas, la promoción del crecimiento económico y la lucha contra la corrupción».

Aunque a la Casa Blanca le interesarían resultados de esta gestión que frenen el flujo de migrantes ilegales hondureños hacia su país, la Presidenta debe estar a ojo avizor si sus pasos tocaran intereses de Washington, acostumbrado a lidiar con un «aliado» a su servicio.

El mandato de Xiomara Castro no parece anunciar eso, si bien se presume que aspira a una relación de mutuo respeto. Retos le sobran.

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