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Fin de semana entre tiroteos y alzas de precios

Las cosas no andan del todo bien en EE. UU. para la ciudadanía que votara en noviembre. Se desgatan los monederos, mientras escuelas, hospitales, instituciones religiosas y hasta funerales están en la mira de los tiradores

Autor:

Juana Carrasco Martín

En Los Ángeles, la ciudad anfitriona dentro de unos pocos días de la Cumbre sin las Américas, como muchos la han calificado por la selectiva exclusión decretada por el presidente Joseph Biden a tres naciones soberanas de la región, el precio del combustible en una estación de gasolina del Downtown llegaba a más de ocho dólares el galón y continuaban en aumento los precios en todo Estados Unidos.

Mientras, el precio del barril de crudo en el mercado europeo cerraba a 117,60 dólares, su importe más alta desde el 23 de marzo, y mucho tenía que ver con las sanciones impuestas a las exportaciones rusas por el enfrentamiento de Washington y la OTAN con el Kremlin y la situación bélica en Ucrania.

Los costos del petróleo crudo representan un poco más de la mitad del precio de la bomba, según la Administración de Información de Energía de los Estados Unidos. El resto del precio incluye los otros componentes de la gasolina, los costos de producción, los costos de distribución, los costos generales para todos los involucrados en la producción, distribución y ventas, los impuestos y las tarifas de compensación de carbono en California pagadas por las refinerías, así decía City News Service al dar a conocer ese aumento que lacera fuertemente el bolsillo de los estadounidenses.

El precio promedio nacional de la gasolina subió a un récord de 4,622 dólares, y para nadie es un secreto que esa alza incide directamente en el costo de los alimentos, de bienes muy diversos y de los  servicios, así que no ha sido el único producto en alza continúa.

El diario The New York Times advirtió a comienzos de mayo que «la época de los productos baratos abundantes podría estar llegando a su fin», y se remontaba a la pandemia en busca de las causas, porque desde entonces los suministros de bienes tuvieron grandes limitaciones y, por consiguiente, aumentaron los precios, con el agravante de que los economistas alertan que esa situación podría persistir, cuando la COVID-19 y la guerra en Ucrania afectan el comercio internacional y los inventarios son difíciles de abastecer.

De ahí que la inflación este afectando a la economía global, prácticamente sin excepción, incluida la de Estados Unidos que, por demás, no pocos de sus consorcios, en busca de mayores ganancias, llevaron las industrias a territorios extranjeros y ahora los estadounidenses del común pagan doblemente las consecuencias.

Marcha por la vida contra las armas.Foto: Getty Images.

Esta alza en el costo de la vida es uno de los filos de la Espada de Damocles que pende sobre los demócratas en las próximas elecciones de noviembre, aunque no la única amenaza en ciernes para ese partido. Deben tenerse en cuenta los tiroteos masivos, los cuales son mucho más que un problema de los políticos-no servidores públicos, constituyen un ultimátum a la sociedad estadounidense sobre su degradación como nación.

Estados Unidos debate, una vez más y al parecer con la misma decepcionante conclusión, como revertir la violencia que se expresa en los tiroteos que van dejando una estela de muertes lamentables y, en apenas una semana se han disparado los disparos.

Hasta este sábado 4 de junio y en lo que va de 2022, en Estados Unidos se han producido 234 tiroteos masivos, que se definen así cuando cuatro o más personas, sin incluir al tirador, resultan heridas o muertas. No ha pasado ni una sola semana en 2022 sin al menos cuatro tiroteos masivos, según los  registros de Gun Violence Archive, y al finalizar mayo contabilizaban 256 personas muertas y 1 010 heridas. Junio inicio con igual registro criminal.

La noticia policiaca de este sábado 4 de junio: Centerville, una comunidad de Texas se estremece después de que cinco miembros de una familia del área de Houston fueron encontradas asesinadas en la cabaña de la familia Collins, un crimen calificado de «indescriptible» que costó la vida a tres hermanos Carson, de 16 años, Hudson, de 11, y Waylon Collins, de 18; su primo Bryson, de 11; y su abuelo Mark Collins, de 66 años.

El asesino, Gonzalo Lopez, miembro de un grupo mafioso sentenciado a dos cadenas perpetúas por asesinato en el Condado Hidalgo e intento de crimen capital en el Condado Webb, y que había escapado tres semanas antes de la prisión. No logre encontrar en las informaciones que arma se empleo en el crimen.

Más la conmoción parece ser el estatus emocional de la ciudadanía estadounidense. El jueves 2 de junio, dos tiroteos separados en el Medio Oeste. Uno en el estacionamiento de la iglesia Cornerstone en el Condado de Story, Iowa, donde Jonathan Lee Whitlatch, de 33 años, disparo sobre dos mujeres de la congregación, Eden Mariah Montang, de 22 años, y Vivian Renee Flores, de 21, mientras se desarrollaba un programa dentro de la iglesia; luego se suicidó.

El otro, ocurrió en Racine, Wisconsin. Dos mujeres fueron baleadas en el cementerio de Graceland el jueves por la tarde durante un funeral por un hombre que fue asesinado por la policía el mes pasado. Los residentes escucharon entre 20 y 30 disparos antes de las 2:30 p.m. mientras sus seres queridos se reunían para recordar a Da'Shontay L. King Sr., un hombre negro de 37 años que fue asesinado a tiros por la policía después de una persecución a pie tras de un intento de parada de tráfico el 20 de mayo, según el Racine Journal Times. No se dio a conocer la identidad del atacante, al parecer todavía en fuga.

Todavía se escuchan los disparos y lamentos por las masacres del supermercado de Buffalo, de la escuela primaria de Robb en Uvalde, del personal médico caído en un hospital de Tulsa. Mientras Estados Unidos se estremece, a los políticos les tiemblan las piernas para enfrentarse a los productores de armas y su brazo de chantaje, la Asocacion Nacional del Rifle–NRA, o les tintinean las monedas en los bolsillos.

El Presidente de Estados Unidos espera que el Congreso decida sobre una propuesta que apenas promueve que se eleve a 21 años la edad para poder comprar legalmente un arma. Apenas una curita para las heridas mortales que producen disparos diarios y posiblemente ni siquiera eso concedan los que se amparan en la Segunda Enmienda de la Constitución.

Da vergüenza ajena las palabras de Biden en un discurso para pedir la aprobación (improbable) de la esmirriada, raquítica y endeble reforma: «Respeto la cultura, la tradición y las preocupaciones de los propietarios legales de armas», y como para limpiarse, agrego: «Al mismo tiempo, la Segunda Enmienda, como todos los demás derechos, no es absoluta».

Es muy difícil estar con Dios y con el Diablo… y los votantes, que en un 97 por ciento se pronuncian por algún tipo de límite o control a la violencia armada en sus calles, escuelas, centros laborales y casa, van desojando la margarita.

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