Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La primera llamada telefónica a Reinaldito

Lo que le ocurrió a este niño la noche del viernes 14 de julio me puso a vibrar la coliflor de mis neuronas, preocupado y al mismo tiempo agradecido de su gesto amistoso

Autor:

Luis Hernández Serrano

Amos Oz (Jerusalén, 1939), uno de los escritores más sobresalientes de la izquierda israelí, expresó en su novela autobiográfica Una historia de amor y oscuridad, algo hiperbólico y curioso sobre el cerebro humano.

Dijo: «Si le abrieran a una persona la cabeza y le sacaran el cerebro, de inmediato se vería que ese órgano es tan solo una coliflor y dentro de ella caben el cielo, la Tierra, el Sol y las estrellas; las ideas de Platón; la música de Beethoven; la Revolución Francesa; las novelas de Tolstoi; el Infierno de Dante; el desierto y los océanos». Sin embargo, cuando escribo estas líneas, solo yo tengo ahora en la coliflor de mi cerebro, la pequeñita imagen del niño oriental Reinaldito López Castillo, que hace muy poco tiempo se lesionó una pierna casi por culpa mía.

Reinaldito, con quien hablé en junio pasado, es el más joven e intranquilo de todos mis amigos —aunque me dice «tío»— y recientemente cumplió seis años en El Bongo, Media Luna, Granma, tierra de Celia Sánchez Manduley, de Vilo Acuña y de otros combatientes, donde vive con sus abuelos maternos Ángela y Gilberto.

Lo que le ocurrió a este niño la noche del viernes 14 de julio me puso a vibrar la coliflor de mis neuronas, preocupado y al mismo tiempo agradecido de su gesto amistoso.

De pronto Reinaldito salió corriendo de su casa, y en la oscuridad propia de la hora, lomita arriba y lomita abajo, se cayó y se hizo un rasguño en una pierna, ¡completamente asombrado como iba!

Corrió enseguida rumbo a la vivienda de Gogui y Daymí (vecinos queridos a los que él llama «Papá» y «Cosita») para avisarles que su «tío Luis» estaba en la televisión. Ingenuamente pensó que mi imagen permanecería allí hasta que alguien acudiera a verla. Eso fue en el Noticiero estelar, cuando hablé par de minutos en el reciente X Congreso de los Periodistas sobre la necesidad de eliminar el aburrimiento de una parte del periodismo cubano.

En su inocencia, no se explicaba que yo saliera en «el televisor de su vivienda», como decía, eufórico e intrigado. Y el colmo fue que al otro día Gogui, su padre imaginario, al que respeta y quiere mucho, le mostró mi foto en Juventud Rebelde —cuando precisamente yo intervenía en el Congreso— y el niño le preguntó: «Papá, ¿por qué tío Luis, que está en La Habana, se ve en la televisión y en el periódico?».

—«Ah, Reinaldito, porque él cuando tenía tu edad no faltaba a la escuela, estudiaba mucho y ahora es periodista. Tú podrás salir igual algún día en la televisión y en el periódico, si te portas bien, estudias bastante, haces las tareas, aprendes a hacer papalotes que vuelen y te haces un hombre».

Confieso que me dolió mucho el rasguño que sufrió Reinaldito corriendo para informar de mi presencia en la pequeña pantalla, pero… ¡me hicieron feliz su asombro y su alegría! Tanto, que en cuanto supe lo ocurrido, llamé por teléfono a la casa de Ludmila, una noble hermana de mi esposa, vecina de sus abuelos, para saber cómo andaba de su pierna y pedirle que me lo pusieran al teléfono. Y esa, estoy casi seguro, es ¡la primera llamada lejana que él recibe en su vida, y esto también por culpa mía!

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