Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La doctrina Monroe vivita y coleando

Autor:

Luis Sexto

Acabo de leer lo siguiente en el periódico La Jornada, de México:

«…Al parecer, solo Estados Unidos tiene derecho de participar en el proceso interno de transición en Cuba. El senador (Mel) Martínez y el secretario de Comercio, (Carlos) Gutiérrez, advirtieron por separado contra la “interferencia” de fuerzas externas en Cuba. Al responder a la pregunta de qué debería hacer el gobierno estadounidense, Martínez respondió “primero y ante todo, impedir que cualquier fuerza desde afuera interfiera”. Al preguntársele a qué se refería, dijo: “Estoy pensando en Venezuela, particularmente”. A su vez, Gutiérrez subrayó: “Prometemos desalentar a terceros en obstaculizar la voluntad del pueblo cubano”».

Tras una breve reflexión, uno comprende que desde el siglo XIX sucesivos gobiernos de los Estados Unidos han seguido la misma política en determinados asuntos de política exterior. A veces, la administración actual se desmarca de la anterior, alegando el cambio de hombres. Pero, en definitiva, esos hombres no son tan distintos de los anteriores. Los intereses son los mismos. Por ejemplo, el equipo de Eisenhower le pasó al de Kennedy, en 1961, la invasión a Cuba por una brigada de mercenarios, y todas las operaciones colaterales del clandestinaje contrarrevolucionario.

Desde ese instante, con más o menos bríos, más o menos agresividad, las sucesivas administraciones mantuvieron las mismas leyes de embargo y bloqueo económicos, la misma hostilidad, las mismas amenazas… Ahora hay un recrudecimiento de esa guerra, a veces fría y a veces caliente, de Estados Unidos contra Cuba. Y sobre todo se pone de manifiesto, como en 1823, la vigencia de la Doctrina Monroe: América (esto es, la latina) para los americanos (del Norte). Y mucho más preciso: Cuba para los americanos… del Norte. Con ese cuerpo de política exterior, Estados Unidos advirtió a las potencias europeas —hace casi 200 años— que nada tenían que hacer por las aguas del Caribe y mares adyacentes.

Ahora, evidentemente, la Doctrina Monroe cobra vigencia. Estiman que la «fruta madura» está a punto de caerse de la mata, y amenazan: ¡Cuidado con intervenir en Cuba! Y añaden: Solo Estados Unidos… Ellos, según el secretario Gutiérrez, «no representan una amenaza a la seguridad o los hogares del pueblo cubano». «Bush reconoce —añade el cubano-americano Gutiérrez— que Cuba pertenece al pueblo cubano, y que el futuro de Cuba está en manos de los cubanos».

¿Habrá quién lo crea cuando con ninguno de nosotros cuentan para sus planes de «transición»? Eso mismo reconocieron en 1898 con la Resolución Conjunta del Congreso norteamericano. Cuba de derecho es y debe ser libre e independiente. Con declaración tan aparentemente justa y generosa se sumaron a la guerra hispano-cubana. Encontraron casi todo resuelto y recogieron los mangos en el suelo. Luego se quedaron controlando política y econonómicamente a Cuba, mediante un apéndice constitucional impuesto desde Washington con un nombre que en las personas honradas suscita reminiscencias neocoloniales: Enmienda Platt.

Ciertos emigrados en Miami, que no son el pueblo cubano, desconocen u olvidaron la historia de su patria. Pero la mayoría de los cubanos de dentro de la Isla, salvo aquellas excepciones que previó José Martí —los anexionistas del presente y del futuro—, la recuerdan y la mantienen viva. Y por muchas cosas que la Revolución tenga todavía por hacer o dar o reconocer, por muchas carencias materiales que suframos aquí —gracias también a la guerra económica de Estados Unidos— la independencia nacional, garantía de la supervivencia de la nación, es un bien ya conquistado y por tanto irrenunciable. Todo cuanto hice y haré —escribió Martí en su carta a Mercado, su testamento político— ha sido para impedir a tiempo que Estados Unidos se apodere de Cuba. Casi lo reproduzco de memoria. ¿Qué cubano honrado no lo sabe y lo recita? Desde el vórtice de nuestra historia, Martí nos advierte: ¡estad alertas!

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