Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Descubriendo el Mediterráneo

Autor:

Luis Sexto

El comentarista se queda habitualmente a medias. Creía yo —y alguien me lo hizo notar— que había sido muy crítico con el movimiento sindical el viernes anterior al inicio del congreso 19 de la CTC. Y unos días más tarde comprendí que Raúl, en el discurso final, había sido mucho más crítico en su evaluación. Nadie, me parece, puede tener duda.

En lo personal, lo asumo como una lección. Así jamás podré «creerme cosas», como se dice. Ni podré andar con el pecho lleno de aire, como si fuera un «tipo duro». En cuanto a lo colectivo, lo social, lo patriótico, uno se percata de las razones que tienen los cubanos para confiar en la franqueza y el equilibrio políticos del Segundo Secretario del Partido, al juzgar las deficiencias de nuestra sociedad.

Por otra parte, yendo a lo que me atañe en esta columna, el Congreso tocó puntos candentes. No es la primera vez. Hice recordar en mi nota previa sobre los sindicatos, que, en los últimos 45 años, se habían empezado a discutir decididamente males y remedios de nuestra economía en algunos de los congresos de la CTC. En particular, en el XIII, donde el idealismo social —ese sentimiento que prioriza los sueños por sobre las posibilidades, el deseo por sobre la realidad— recibió fórmulas terapéuticas, aunque aún no han operado con la eficacia calculada.

Uno se da cuenta de que todavía en los temas y documentos del último congreso, están presentes, en multiplicidad de formas, problemas y manifestaciones discutidas en 1973. Claro, que las circunstancias de ayer no son las de hoy. Claro, que entonces parecía que el socialismo era una realidad irreversible en el mundo, y en la actualidad ya evocamos su ruina en los países donde pensábamos que estaba sólidamente afincado. También la coyuntura exterior de Cuba —Estados Unidos y su perenne hostilidad— ha impuesto limitaciones y cautelas imprescindibles para proteger a la Revolución. Pero, a mi juicio, una de las armas con que podemos oponernos a la agresividad norteamericana es la economía. Economía eficiente, eficaz y efectiva, que tienda a resolver las insuficiencias de nuestra vida cotidiana, da una estocada grave en la boca ancha y enorme de lo que, con justeza, llamamos imperialismo. Le quitaríamos, con ello, un argumento contra el Socialismo.

No diría nada original si repito que el Socialismo no puede hallar la igualdad de su justicia en la pobreza y la carestía. Tampoco en una riqueza tan desmesurada que alcance a convertir al ser humano en un insaciable e implacable estómago. Lo racional, lo sabio, lo realista es que el individuo viva satisfecho material y espiritualmente.

Por lo tanto, con la misma modesta visión con que mantengo esta columna desde hace más de cuatro años, sostengo que nuestros empeños no solo han de ir a denunciar las manifestaciones de inmoralidad e ilegalidad o a condenar las acciones contra la solidaridad, nuestra más útil conquista. Más bien, o además de ello, nuestros empeños han de afanarse en determinar las causas que condicionan ciertas actitudes y ciertos actos. Habrá que preguntarse por qué los trabajadores no se sienten dueños de los medios de producción; preguntárnoslo, sobre todo, porque es sabido que ese vacío fue una regularidad de sociedades socialistas ya fracasadas. Y quizás fracasaron por esa falta de conciencia de propiedad común. La educación y la propaganda ideológicas podrán ayudar a gestarla, pero el individuo se siente dueño de lo que, efectivamente, es dueño. Y aunque sabemos que por doctrina, ley y aspiración existe ese dueño colectivo, tal vez la actual organización del trabajo obstaculiza hoy que la verdad se transforme en un sentimiento.

A lo mejor he descubierto el Mediterráneo. Y si ha sido así, qué le vamos a hacer.

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