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Dame un por ciento

Autor:

Juventud Rebelde

Mi amigo y colega Luis Raúl Vázquez citó el ejemplo hace muchos meses: un reportero preguntó sobre la recuperación en un lugar afectado por cierto meteoro y del otro lado recibió una respuesta empapelada: «Nos queda un cinco por ciento crítico; pero ya concluimos cerca de un 20 y avanzamos a un ritmo similar».

Aquella disertación, en extremo difícil de traducir, me estalla ahora en la memoria no por la coyuntura meteorológica de estas fechas, sino porque he comprobado al paso del tiempo que, a pesar de las advertencias, esa bruma de los porcentajes sigue azotándonos en días grises, soleados o invernales, con o sin ciclón.

En disímiles facetas de la vida el dichoso «por ciento» se ha enseñoreado con fuerza cinco, de un máximo de cinco, como la escala de los amiguitos Saffir y Simpson.

Habita en la ejecución de un hospital («se encuentra al 78 por ciento»), en el desbordamiento de un plan («sobrecumpliéndose» al 109 por ciento), en los excesos de las presas (alivian un dos por ciento por encima de su capacidad) y hasta en las metas de una entidad (nuestro objetivo es conseguir un cuatro por ciento más que lo logrado en el año anterior).

No dudo que mañana al caballero le levanten un monumento inmenso con un letrero: «A ti, insuperable Por Ciento, maestro de la curva, escondite de tantos asuntos».

Sí, porque el lleva y trae del porcentaje rebasa, con mucho, las aristas idiomáticas; está vinculado a modos de actuar, que se han hecho tradiciones inamovibles.

Un porcentaje sirve lo mismo para cantinflear y dejar a cualquiera «botado», que para adornar la disertación de una reunión, que para ocultar un vicio terrenal de estos tiempos.

¿Acaso no hemos escuchado «disminuyó el delito un cuatro por ciento en comparación con igual período del año anterior»?

No digo que haya que desechar los porcentajes. En incontables circunstancias ilustran y ayudan a comprender fenómenos.

Lo nefasto es cuando se hace de estos un mar sin olas, cuando se convierten en guarismos fríos o en bombos autocomplacientes, cuando provocan el bostezo enorme o no entran en ninguna oreja, ni en las más grandes.

Y siendo franco: creo que nosotros, los periodistas, tenemos parte de culpa en eso de haber endiosado los porcentajes. En ocasiones, en vez de decir que al edificio de dos pisos en construcción se le terminó de levantar la primera planta y se colocó la instalación eléctrica, decimos que «se encuentra al 40 por ciento de este objeto de obra y al 98 por ciento en más cual objeto».

Incluso, hace poco un reportero señalaba que el punto de transportación masiva de una localidad —el punto de los amarillos— se encontraba «al 80,5 por ciento, faltándole el falso techo y completar las áreas de jardinería».

Claro, él, lamentablemente, se había hecho eco de un funcionario amante empedernido de los porcentajes.

¿Tiene solución este problema? ¿Morirá algún día? Parece difícil en un 80 por ciento. Pero habrá que lidiar contra él, a capa y espada. Porque si continúa engordando no puede descartarse que mañana sea costumbre exponer a la novia en el acto íntimo: «¡Dame un 89,9 por ciento de tu cuerpo desnudo, déjame un diez por ciento... por si acaso!».

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