Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El lamento también gasta energía

Autor:

Luis Sexto

Estamos tal vez llegando a una crucial percepción: el ahorro de electricidad no consiste solo en apagar bombillos. Por lo que, según el parecer de este columnista, las urgencias que impone actualmente el consumo excesivo necesitan de enfoques que impliquen la discusión pública. Más allá de cualquier advertencia, de cualquier señal o consigna sobre posibles días menos claros, hace falta que la conciencia del ahorro parta del interior de cada ciudadano, como expresión de una cultura y, por tanto, de una conducta responsable.

Hasta ahora no parece que haya sido así. Y puede ser que muchos de nosotros nos sintamos ajenos al concepto del ahorro de electricidad, sea en hogares o centros de trabajo. En primer término, porque creo que lo evaluamos desde una perspectiva muy distante; casi ajena. Y por tanto solo nos inquietan las restricciones, no el despilfarro.

Hoy ha sonado la alarma por el consumo fuera de lo previsto. En estricto sentido común, hemos de admitir que cualquier crecimiento de la economía o del nivel de vida supone un aumento del consumo energético, y eléctrico en particular. Si consumimos más por haber creado con eficiencia más bienes y servicios, los números pudieran estar inscritos en lo razonable. Pero el que las sirenas se hayan disparado por el gasto de los primeros meses de este año, indica que el consumo está fuera de orden.

Ahora bien, presumo un peligro si en alguna parte se intentara ver el problema y su solución de manera global. Así, me parece, los avisos tocan tangencialmente: no alcanzan el centro. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de este, o de aquel, o la mía? No pretendo meterme en territorios técnicos; deseo más bien andar por los trillos de la ética y de la política. Y por ello debe uno delimitar a quiénes corresponde reajustar más su consumo, cuando es consumo inútil. Por ejemplo, al electrificarse la cocina de la mayoría de los ciudadanos, necesariamente en cada familia ha podido existir mayor demanda de electricidad. Pero uno podría preguntarse si, ante una rotura, esta familia ha podido reparar su hornilla o, en cambio, ha tenido que recurrir a los antediluvianos artefactos de hace unos años, trágicos inventos caseros, para resolver la cocción.

Resulta evidente, el mayor consumo de electricidad —hablamos de electricidad— se localiza en el sector productivo y de los servicios. En el mundo, estos son los términos. Pero en una fábrica, en una planta cualquiera, el reajuste del consumo no podrá recaer solo en mantener las luminarias apagadas o en reducir o trasladar turnos de trabajo. El análisis exige una mirada que gire a la redonda e indague. ¿Se cumplen los mantenimientos programados? ¿Cuántos motores trabajan sin alineación? ¿Saben dirigentes y trabajadores que un motor desalineado reclama mucha más energía para vencer la resistencia que le opone esa anormalidad? Por ello, hasta tanto el director y el resto de los trabajadores no sepan cuánta electricidad invierten en producir un kilogramo de esto o de aquello, o cualquier pieza o componente, será muy difícil que la necesidad de ahorrar evolucione hacia una especie de segunda naturaleza.

Hagámonos, sin embargo, otra pregunta: ¿Si gastan más de la cuenta, qué pierde el gerente o qué pierden los trabajadores en cuanto a lo material? Y la pregunta no debe surgir solo en las coyunturas: resulta estratégica, para siempre. En fin, para que las verdades de la vida se conviertan en estímulos, se precisa convertirlas en carne y miembros humanos. La propaganda, las consignas pueden advertir, nunca sustituir a la carnal sensación de que gastar más equivale también a perder lo propio. Nuestra economía aún no está totalmente orquestada sobre esa base de imbricación individual y colectiva. Dejarlo a la voluntad sigue siendo, a mi modo de ver, un método erróneo.

No se trata, pues, de empezar a lamentarse, elucubrando en esquinas y rincones sobre «lo que nos espera». Esa es la actitud del que se desentiende y adopta la posición de víctima. De muchas formas, todos estamos implicados no solo por las restricciones que podamos sufrir, sino porque también colaboramos a que siga imponiéndose la mentalidad de derroche que nuestra organización social todavía condiciona al separar costos y beneficios, pago y trabajo.

En algún momento será recomendable discutir en colectividad, desde el CDR hasta la empresa. En algún momento, habrá que readecuar nuestra vida a las circunstancias y consecuentemente modificar horarios de trabajo que impidan que luego de las seis de la tarde algunos permanezcan en las oficinas jugando con muñequitos digitales. Habrá que percatarse hasta dónde las pérdidas en la transmisión eléctrica, influyen en el exceso de consumo, y saber que en un hotel, entre los aparatos de climatización y las luces, se escurre principalmente el alto consumo.

Si no se mira el problema a la cara, jamás podrá ser reconocido. Y disculpen la intromisión, aunque yo también me siento cuestionado por mi país y su destino, que es el mío.

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