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¿Hacerse el sueco?

Autor:

Luis Luque Álvarez

«Hacerse el sueco» es, en la norma criolla del lenguaje, pasar por distraído. Durante este semestre, la expresión tiene un sentido bien distinto en la Unión Europea: los suecos corren a cargo de la presidencia rotativa de ese bloque, y ello implica no estar en la luna de Valencia, sino lidiar activamente con cuestiones espinosas. Para muestra, ahí están el Tratado de Reforma de la UE, la candidatura de ingreso de Islandia, la Conferencia de Copenhague sobre cambio climático, la crisis económica global, en fin, bastantes asuntos para entretenerse…

Muy brevemente, Islandia. La isla del Atlántico Norte, que por muchos años rechazó entrar en la UE, quedó malparada en 2008 luego de que sus bancos hicieran arriesgados negocios con millones de dólares ajenos, por lo que se apuró a arrimarse a buen árbol y, en julio, entregó la solicitud de ingreso en manos de Estocolmo. El canciller sueco, Carl Bildt, al inicio, dijo que la cosa era priorizable, pues ya los islandeses formaban parte del Espacio Económico Europeo y del Espacio Schengen (que establece la libre movilidad entre los países miembros). Solo faltaba «un pasito».

Poco después, sin embargo, Suecia moderó el entusiasmo y expresó que no habría «un carril de alta velocidad» para sus primos vikingos, habida cuenta de que los progresos de otros —Croacia, Macedonia, etc., en cola desde mucho antes— quedarían comprometidos si se «colaba» a Islandia. ¿Dónde acabaría la seriedad de los luengos y complicados procesos de adhesión, si estos se tomaran tan a la ligera? No: hay mucho que negociar, en especial en cuanto a pesca, un tesoro que los islandeses hubieran querido preservar, pero a la UE, como en todo, se entra con dos jabitas: una para ganar, y otra…

El segundo tema pasa por Irlanda (¡otra isla!), donde se juega el destino del Tratado de Reforma de la UE, que simplifica el método de votación comunitario, otorga más poderes al Parlamento Europeo y crea la figura del presidente del Consejo Europeo, para sustituir las presidencias rotativas por países.

Pues bien, dado que los irlandeses le zumbaron un NO al Tratado en un referéndum en 2008, Bruselas se las arregló para darles un grupo de seguridades, como la conservación de un comisario en la Comisión Europea y el mantenimiento de la neutralidad bélica del país, y ahora irán de nuevo a las urnas, el 2 de octubre. Los sondeos auguran una victoria del SÍ (en época de crisis, creen mejor estar bajo el paraguas de la UE), aunque la diferencia se ha acortado.

Por si el NO resucita, ya el primer ministro sueco, Fredrik Reinfeldt, advierte que ello catapultará a la UE a una ronda interminable de debates institucionales y desviará la atención de problemas más acuciantes. En previsión de un hipotético rechazo, reveló que a los líderes europeos no se les han dormido los lechones en la barriga (no sé cómo se dice esto en sueco) y que ya están trabajando en un plan B. Para sorpresas, con una vez basta. Volveremos sobre el referéndum en otro comentario…

Por último, la crisis y el clima. Copenhague, o sea, el nuevo Kyoto, será el pacto medioambiental que debe alcanzarse en diciembre para ver si alargamos la vida del planeta —y la de nosotros, suicidas habitantes— unos cuantos cientos de años más. Estocolmo llama a la cooperación en este tópico, combinado con el económico, y ve una oportunidad para impulsar la creación de empleos y de riqueza a partir de las energías renovables.

La UE, responsable del 14 por ciento de las emisiones de gases contaminantes, quiere reducir el 20 por ciento de esos humos para 2020, y hasta el 30 por ciento si otros se comprometen a lo mismo. ¡Hombre!, si no lo hicieran, ¿el mundo tendría que pagar los platos rotos? ¿Una acción correcta solo es válida si otros la reproducen, o el bien no es suficiente por sí mismo?

En cuanto a la omnipresente crisis, la actual presidencia de la UE convoca a restaurar la confianza en los mercados financieros y a mejorar su regulación, una aspirina que, por cierto, le hará mucho bien a quien la recomienda, pues en el festín de ganancias irresponsables que provocó la catástrofe, los bancos suecos fueron prestamistas alegres a los países bálticos y a otros en el este de Europa, con chorros de euros empapando al sector inmobiliario, que al desinflarse, puso en aprietos a varias entidades del país escandinavo (les deben 1 600 millones de euros). El discurso de enmienda es bueno. ¡Venga, pues, la práctica!

Por ahí van, grosso modo, las tareas semestrales de Estocolmo. De modo que difícilmente sobre tiempo para «hacerse el sueco»…

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