Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El «no» de la vida

Autor:

Nelson García Santos

Sobre la hierba quedó el cuerpo del hombre, desmembrado, mientras otras personas, a su alrededor, sufrían a causa de la fractura de sus huesos. Aunque salió ileso del accidente, el chofer parecía haber enloquecido. La escena terminó con el traslado al hospital del fallecido y los lesionados.

Eran las tres de la tarde aproximadamente. Lo último que escucharon los ocupantes del vehículo fue una explosión, y de inmediato el auto se volcó.

Los peritos revelaron que la goma izquierda delantera no estaba en buen estado y se había reventado. Para colmo, el chofer iba a exceso de velocidad y manejaba con una sola mano.

Desde el punto de vista legal el culpable genuino fue el conductor, pero sus compañeros de aquel viaje lo dejaron poner sus vidas en peligro sin decir nada.

Muchísimos mueren o quedan con secuelas por aceptar, indiferentes, las barbaridades que cometen ciertos choferes que transportan pasajeros. Y son estos, a nivel nacional, quienes ponen el mayor número de víctimas: desde enero y hasta julio último en Villa Clara, por ejemplo, fallecieron diez, y 170 recibieron lesiones graves y menores.

La triste estadística pudo ser mucho menor si los pasajeros hubieran exigido cordura a esos conductores, a fin de evitar los visibles disparates que estos cometen.

¿Cuáles? Ir en un transporte y permitir que el chofer maneje con una sola mano a más de 80 kilómetros por hora. Porque si sobreviene el reventón de una goma, es difícil que logre controlar el carro. O verlo comer mientras conduce, andar a exceso de velocidad, conversar con el copiloto y, la última moda, hablar por el celular.

Cada una de estas transgresiones se registra con el nombre genérico de «no atender al debido control del vehículo», una de las causas fundamentales de los accidentes que ocasionaron en la provincia 23 muertos y 354 lesionados en los primeros siete meses de este año.

Esos datos erizan. Qué amarga resulta la realidad de que nuestro amigo el chofer se embarque y nos embarque por falta del necesario arresto para decirle: «No, mi hermano, a mí no me vas a matar».

En el fatal error de dejar hacer lo inadmisible, que se refleja en tantísimas cuestiones de nuestra cotidiana existencia, incurre casi la totalidad de los pasajeros.

Lo único que nos puede salvar es esgrimir el «no» ante la temeraria estupidez, que eso es en realidad lo que hacen, o bajarnos del carro.

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