Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entre el terror y la esperanza

Autor:

Lázaro Fariñas

Los congresistas de Miami, Lincoln y Mario Díaz Balart están «bravitos» con el congresista puertorriqueño por Chicago, Luis Gutiérrez. El motivo es muy simple. Mientras los anticubanos estaban entretenidos mirándoles las señas al cácher, el boricua les robó la segunda base.

Hace unos días, Gutiérrez divulgó un proyecto de ley para una reforma migratoria integral. Inmediatamente, los Díaz Balart anunciaron que votarían en contra de la misma. No porque fuera una propuesta buena o mala, sino porque Gutiérrez les tomó la delantera en un tema que los políticos utilizan de bandera electoral, sobre todo en ciudades como Chicago y Miami.

Sin embargo, esta polémica entre los anticubanos y el boricua es bastante extraña, ya que hasta ahora parecía existir entre ellos una especie de contubernio. Al menos, en lo que se refiere a Cuba, eran cómplices y aliados. Lo sé de primera mano, pues unos años atrás fui invitado a una recepción en una residencia en Miami, con el fin de recaudar fondos para la campaña electoral de Gutiérrez en Chicago. En aquel momento, no lo conocía ni sabía lo que pensaba acerca del bloqueo ni su posición sobre el tema de las relaciones entre Cuba y EE.UU., pero no pasó mucho rato para que entabláramos una discusión en la cual me admitió que siempre votaría a favor de cualquier legislación que los Díaz Balart presentaran en relación con la Isla. Por supuesto que de mí no recaudó ni un centavo.

Los Díaz Balart alegan que ellos estaban trabajando con un grupo de congresistas para estudiar un proyecto de ley de reforma inmigratoria y que habían invitado a Gutiérrez, el cual, según afirman, fue a una de las reuniones y no volvió más.

¿Qué puede haber visto allí el legislador por Chicago, que decidió poner pies en polvorosa y no volver en ninguna otra ocasión? Según contó Lincoln en un programa de radio en Miami, las reuniones, por lo delicadas, eran secretas. El tema de los inmigrantes ilegales en EE.UU. es un tema candente, y en ciertos sectores de la sociedad, irritante. La mayor parte de los ciudadanos de este país no quiere saber de inmigrantes, a pesar de que aquí la población autóctona desapareció.

La población en EE.UU. crece en alrededor de dos millones ochocientos mil cada año y, asómbrese, el 40 por ciento de ese crecimiento proviene de la inmigración de extranjeros. ¿Qué les parece? De acuerdo con el último censo, el 14 por ciento de la población es de origen latino y se calcula que esa cifra suba al 25 por ciento en el 2050, es decir, que en ese año uno de cada cuatro ciudadanos provendrá de Latinoamérica.

Lo que va a pasar con el proyecto de ley de Gutiérrez en realidad no se sabe. Me da la impresión de que se irá por la alcantarilla, ya que no veo la forma que en estos momentos una legislación de ese tipo logre los votos necesarios, tanto en el Congreso como en el Senado, para que sea aprobada. Hay demasiado prejuicio contra los inmigrantes y, por lo tanto, la resistencia a que se legalicen aquellos que mantienen un estatus ilegal seguirá creciendo, y más en estos tiempos de crisis económica, ya que hay quien piensa que vienen a robarles los pocos trabajos que existen.

Es imposible no dar solución legal a los millones de personas que viven sin documentos aquí, muchos con familias nacidas en este país y que, por lo tanto, son estadounidenses por nacimiento. Se estima en más de 11 millones las personas que residen en EE.UU. ilegalmente, o sea, más o menos el 4 por ciento de la población total y el 30 por ciento de los extranjeros. ¿Hasta cuándo este país se va a dar el lujo de mantener tan elevado número de personas en un limbo legal?

Como cualquier otro país, Estados Unidos tiene el derecho y el deber de controlar la inmigración. Ninguna nación puede aceptar que llegue ilegalmente a su territorio quien así lo desee y, para eso, tiene que legislar al respecto. Recuérdese que se trata de más de 11 millones de seres, a los cuales habría que legalizar o deportar. Lo primero es lo más humano y resulta posible, si hay voluntad de hacerlo; lo segundo, además de inhumano, es una tarea casi imposible de realizar.

Mientras los Díaz Balart echen pestes de Gutiérrez y amenacen de que van a votar en contra de la legalización que este piensa presentar, esos millones permanecen en un limbo legal, viviendo entre el terror de que los descubran y la esperanza de que, algún día, los legalicen.

*Periodista cubano radicado en Miami

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