Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Adónde va corriendo, mi viejo?

Autor:

Luis Luque Álvarez

Una mañana cualquiera, un grupo de ancianos holandeses cruza la frontera hacia Alemania. ¿Van de pesca? ¿Acaso a jugar fútbol con sus vecinos germanos? No: están huyendo. Escapan de… que los maten. ¡¿Qué?!

Lo decía un reporte de la cadena alemana Deusche Welle, en 2003, acerca de los efectos de la aplicación de la ley de la eutanasia aprobada un año antes. Según la legislación, solo basta que el enfermo mencione dos o tres veces que tiene deseos de morirse, para que se considere legal iniciarle los trámites y prepararle las maletas para el viaje sin retorno.

¡A eso le llamo yo tomarse las cosas al pie de la letra! Supongo que más de uno se cuidará bastante de exclamar: «¡Trágame tierra!», no sea que alguien lo encierre en un ataúd. Una señal de que el temor a la eutanasia legalizada ha calado, es que muchos ancianos holandeses prefieren acudir a médicos de Alemania y quedarse el resto de sus días en hogares en ese país. Por si las moscas…

¿Y por qué viene el tema a colación? Pues porque, no conformes algunos individuos con estos atisbos de «posmodernidad» ética, ya están pidiendo la redacción de una nueva ley: la del suicidio. Se trata de la campaña titulada Por voluntad propia, cuyo objetivo es parecido al alcanzado con la eutanasia, pero en este caso con personas mayores sanas, que sientan que ya llevan demasiado tiempo sobre la superficie terrestre. «La vida es un derecho, no un deber. Y la ayuda al suicidio debe legalizarse a partir de los 70 años, para las personas sanas que no deseen seguir viviendo», dice Marie José Grotenhuis, de 62 años, citada por el diario español El País. Ella y sus seguidores necesitaban 40 000 firmas para pedir un debate en el Parlamento, y ya tienen 125 000.

Parecería que en Holanda ya no queda más por ver en cuanto a irrespeto a la dignidad de la persona y al bien común, por los cuales el Estado debería más bien velar antes que contribuir a hacerlos polvo. Nadie se equivoque en esto, engañándose con el alto grado de bienestar material de una sociedad como la holandesa, la cual, precisamente en estos tiempos de crisis, exhibe el menor índice de desempleo de toda la Unión Europea. ¿De qué vale la satisfacción del dinero, si un bien como la vida humana es puesto en la picota de modo tan ligero? ¿De qué sirve, si los viejos se largan, preocupados por el exceso de facilidades para sacarlos de un entorno que los ve como un estorbo?

Va «adelante» Holanda, ¡muy «adelante»! Tanto, que en sus grandes ciudades pululan legalmente los «coffee-shops», locales en los que se vende y consume marihuana y hachís, y donde —¡oh, paradoja!— prender un cigarro puede ser multado, en virtud de una ley contra el humo del tabaco en espacios cerrados. Asombroso, ¿no? Un país en el que la prostitución pasó a ser un «derecho», para mejor combatir las redes de traficantes y proxenetas, pero que no ha podido liquidar ni lo uno ni lo otro. El propio alcalde de Ámsterdam, el socialdemócrata Job Cohen, admite que la regulación ha resultado un fiasco. Y no menciono otras leyes de «avanzada» porque, si por la muestra se conoce el paño, ya sabemos de qué hilo estarán tejidas aquellas…

Entonces ahora vienen unos cuantos a decir que «la vida es un derecho, no un deber». Sí, es un derecho, pero para preservarla y protegerla, no para empujar a nadie a que se la quite, ofreciéndole patrocinios legales que le hagan expedito el camino. Si es a ese triste convite con la muerte —en virtud de un mal entendido respeto a la libertad individual— a lo que suele llamarse en Holanda ser «liberal», pues más vale no estar en tal lista, sino en la de los defensores de la vida humana (aunque les apliquen ridículamente el título de «conservadores»).  Analizado el fenómeno, uno cuestiona de dónde brota el orgullo con que esa sociedad se ufana de no contemplar la pena capital en su legislación, tal como es norma en toda la Unión Europea. ¡Pero sí está ahí mismito, en el menú, a la vista!

Después, que se pregunten por qué los ancianos escapan —y escaparán— más presurosamente del «bienestar»…

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