Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Suave que me estás matando

Autor:

Hugo Rius

Domingo en la mañana penetro en Galerías, uno de esos templos comerciales donde hay pero puede ser que no te toque, o tal vez sí, pero no hay siempre lo que buscas. Y tan pronto pongo los pies en sus corredores, las previsibles sensaciones visuales son superadas por las auditivas, gracias a los dominantes decibeles cumbres con que me llega la música ¿de fondo? o sin fondo, ¿ambiental? o «ambientosa» en sus textos. En todo caso, del mismo tipo y a todo volumen que se escuchan en otros recintos similares, en autobuses articulados, en invasoras fiestas del vecindario, sea de adultos o infantiles, y hasta en preámbulos de actos de cierta solemnidad, por si acaso no bastara con su prevalencia en espacios radiofónicos.

Claro que hay música para todos los gustos y preferencias que merecen respetarse del mismo modo que la diversidad del público que concurre a los establecimientos, y eso debe formar parte del buen servicio, contrario a dejar que se imponga una tiranía del placer individual desde el poder de una cabina, para además dar rienda suelta al ruido desenfrenado.

En las condiciones encontradas a duras penas intento comunicarme con la dependienta, lamentándome de hablar en mi habitual tono de voz baja y sin que la natura me proporcione la facultad de emitir el Do de pecho de Pavaroti, para salir del trance. Para colmo, a mis espaldas, alguien descubrió a lo lejos a un conocido y le gritó, más a mí que a esa persona, que con toda certeza no podía escucharle. Como consuelo a mis limitaciones fónicas, he llegado a preguntarme si no será en realidad que a fuerza de tanto emitir sonidos rompe tímpanos hemos comenzado a perder capacidades auditivas, y los niveles normales ganaron altura.

Hace poco el diario Granma reclamaba con mucha justeza que las autoridades pertinentes deben aplicar la ley vigente para frenar los desmanes sonoros que agreden el descanso en los hogares, y por mi parte añado que también a los administradores de recintos y organizadores de actividades sociales les toca su cuota de buen sentido. ¿Será que unos y otros han perdido la percepción de los límites?

Siento una profunda admiración por los especialistas que no se cansan de advertir sobre los peligros que entraña el ruido más allá de los decibeles permisibles para la calidad de vida de los seres humanos porque en efecto, cualquier campaña en la que todos tenemos que involucrarnos y persistir sin desmayo tiene que desplegarse con un insistente criterio de salud pública, física y mental.

De la tienda salgo cuasi aturdido, con los oídos recalentados y un incipiente amago de ronquera, y como la música mal emitida fue la causa de tales quebrantos, por asociación de ideas irrumpe en la memoria una guaracha provocadora de sonrisas, y de alguna que otra lectura picante, que en mis años mozos interpretaba el trío Taicuba y que ahora por arte y dislate del presente deviene quejido: «Suave que me estás matando…».

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