Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ideas son ideas

Autor:

Luis Sexto

Ciertas teorías suelen ser presuntuosas, y por ende presuntuoso sería algún teórico cuando descoyunta la realidad para que sus tesis aparenten ajustarse a la vida. Y por qué parto de premisa tan inusual en esta columna. Porque tal vez alguien piense que la cautela con que el país avanza compone una retranca, un sutil pretexto para que las cosas queden donde estaban ayer.

¿Nos damos cuenta de a qué grado de perversidad puede rozar esa tesis, aunque tomara sus bases teóricas de universidades renombradas como Harvard o Princeton? No dudo, sin embargo, que una especie de mentalidad conservadora comparta espacio con las muecas burocráticas, y pretendan juntas retardar la transformación de nuestra sociedad de modo que la arrancada nunca logre romper la inercia.

Pero, como vemos, se emiten leyes, se dictan resoluciones... Chirrían las ruedas. El país se mueve. La Gaceta Oficial se ha convertido en uno de los medios más demandados. Y la razón es apreciable: los Lineamientos aprobados en el Sexto Congreso del Partido se concretan. Y por ello, me parece justo estimar que el cuidado, el andar despacio por estar de prisa, no es una máscara, un truco, sino una táctica cuya finalidad consiste en hacer bien lo propuesto. Y ese es el riesgo principal de hoy: que lo nuevo que corrige, no funcione para mejorar lo conservable y sustituir lo prescindible.

Según mi parecer comprometido y no recostado a una columna mirando a ver qué pasa, Cuba no está en voluntad de demoler, sino de reconstruir. Y ambas operaciones requieren ritmos distintos. Tal vez, desde el graderío, unos consideren que en las primeras entradas las carreras sean insuficientes. Decirlo, incluso escribirlo, ayuda a la autoestima de quien lo expresa. Algo hay que decir, —acaso piensan—, para no pasar por pusilánime o excesivamente ligado a la política «oficial». Pero decir, así, a secas, olvidando la fragilidad del terreno, la defensa de quienes no quieren dejar pasar la bola a los «files», resulta como tirar piedras, sin tino, hacia los cristales tomando impulso desde el lado opuesto de la acera.

Juzgo elemental una apreciación: en la actualidad sobran en Cuba dos visiones o dos maneras de obrar: la burocrática y la tecnocrática. Ambas soslayan lo esencial: la política y la patria. Porque, juzgando con honradez y patriotismo, Cuba, su Gobierno, su gente mejor no procuran solo una adecuación a los tiempos y un modelo socioeconómico que produzca riquezas y resuelva necesidades aún sin resolver. ¿No reparamos acaso en que la preservación de la independencia nacional continúa siendo un mandato de nuestra historia, y que la aspiración a un socialismo justo, efectivo, racional, incluso original en su adecuación a las circunstancias prácticas y no a las disecadas de ciertas teorías, es la fórmula para proteger a la nación de la anquilosis y la descomposición?

Ideas son ideas. Y por ello, sigo confiando en lo escrito que se concreta y en lo que habrá que crearse sin que todavía haya sido escrito. En lo personal, también afronto riesgos. Y el saberlo no me paraliza. Pero mis riesgos se refieren a los mismos que afectan a Cuba, pues si Cuba se pierde me pierdo. Y se relacionan, además, con los que me sugería un lector al preguntarme hace poco si yo no me cansaba de escribir y defender siempre lo mismo, año tras año. Creo haberle respondido que entre mis planes nunca ha figurado la tarea del no hacer nada.

Quizá, ayer, yo haya amanecido inquieto; posiblemente, a veces, la experiencia me llame a la suspicacia. Pero en estos días, cuando el «cambiar de casaca» —el Padre Varela aborrecía ese acto de desnudamiento— se ofrece como una opción para esconder bajo estridencias tu pasado, me apropio de un verso de Silvio, como divisa: «La angustia es el precio de ser uno mismo». Y ser uno mismo es ser consecuente con lo que se ha creído y defendido y en algún momento criticado. Todavía, para mi modesto papel en mi patria, nada de cuanto conozco en el mundo, merece que yo renuncie a los ideales —conclusos o inconclusos, que no es el caso— de la Revolución Cubana.

Ah, y he de advertir a aquellos que ven en los demás los propios defectos: nadie me ha exigido esta profesión de fe, ni considero que lo dicho aquí lo sea, porque no la necesito. Ni, por otra parte, me han pagado más de lo que el periódico me retribuye por estas letras… Nunca demasiado.

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